Capítulo 30: Solo Esclavos

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El resto de la noche, en el molino, se paso con tranquilidad. Misra dormía plácidamente con suaves ronquidos y Nemes no se permitió pegar el ojo.

Deseaba internamente que su plan haya funcionado, que el ejercito haya abandonado todo intento en llegar a la ciudad y estén ofuscados buscándolas. Deseo que los revolucionarios hayan podido alejarse lo suficiente.

-Pasado-

En el hermoso jardín, rodeado de árboles centenarios y bañados por la luz dorada del atardecer, se levantaba el majestuoso castillo marfil donde habitaban la reina elfa Elaria y su hija, la princesa Misra.

Misra caminaba por los jardines del palacio cuando escuchó un sonido que la sobresaltó. Era un gemido ahogado, seguido de murmullos y el sonido seco de un látigo. Intrigada y preocupada, siguió el sonido hasta llegar a un rincón oculto del jardín, donde un grupo de esclavos trabajaba bajo la mirada vigilante de un guardia.

Sus ojos se abrieron de par en par al ver las condiciones en las que se encontraban los esclavos: sus ropas eran harapos, sus cuerpos estaban magullados y sus miradas reflejaban una desesperanza profunda. En ese momento, la reina Elaria apareció, envuelta en su capa de terciopelo y adornada con joyas resplandecientes.

—Madre —exclamó Misra, con la voz cargada de una inocente preocupación—. ¿Qué está pasando? ¿Por qué les están pegando a estas personas?

La reina Elaria la miró con frialdad, sin un atisbo de emoción en su rostro perfecto.

—Personas no, esclavos. Misra —respondió con voz firme y cortante—. Su dolor no importa. Están aquí para cumplir nuestras órdenes. Y cuando no...

Misra, aún con la ingenuidad propia de su juventud, frunció el ceño en un gesto de incomprensión. —A este lo encontraron robando en la cocina...— Dijo dando un asentimiento al guardia, el cual, al segundo siguiente, dio otro fuerte latigazo. La victima chillo de dolor...

—¿Solo esclavos? —repitió, tratando de entender—. Pero... son personas, madre. ¿No deberíamos tratarlas con amabilidad?

La reina Elaria alzó una ceja, visiblemente irritada por la falta de comprensión de su hija.

—Misra, tienes mucho que aprender sobre cómo funciona el mundo. La compasión es un lujo que no podemos permitirnos con aquellos que no la merecen.

La joven princesa asintió lentamente, aunque su corazón se sentía inquieto.

La reina notando la duda en su hija y, asintiendo para otro latigazo, Continuo:

—Sus antepasados mataron a muchos de los nuestros, ahora sus hijos pagan por sus pecados... Si quieres pelear por el trono algún día, tendrás que saberlo a raja tabla...—

 Con voz suave, absorbiendo cada palabra con su, altamente adaptable, cerebro de infante, dijo:

—Entiendo, madre...

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Misra se despertó de un sobresalto, la luz del sol, que entraba por la ventana, golpeaba directamente en su cara. En la esquina de la habitación, en la única parte lo suficientemente oscura, estaba Nemes.

Solo le dirigió una pequeña mirada, antes de seguir con su ajedrez solitario... 

—Esta enojada...— Pensó Misra con rapidez. Su rostro se torno rojo recordando la noche de ayer y las cosas que dijo: "No... por favor, no pares...". Su cara se volvió rojo vivo, quería que la tragara la tierra, mientras se escondía dentro de sus sabanas.

Ahora que tenía la mente algo despejada pudo pensar con claridad, en lo que hizo y en lo que hará. Sabía que su adicción a la mordida vampírica de Nemes estaba fuera de control. Esa dependencia la había llevado a traicionar a su propio reino. Pero también sabía que quería curarse, y había sido sincera al respecto con Nemes.

Tomando una profunda respiración, Misra se obligó a salir de la cama. Sus pasos eran silenciosos mientras se acercaba a Nemes, quien permanecía concentrada en el tablero de ajedrez. Sin levantar la vista, la vampira habló.

—¿Dormiste bien? —preguntó Nemes con una voz cargada de una indiferencia calculada.

—Sí, gracias... —respondió Misra, un poco titubeante—. Nemes, siento mucho lo de anoche. Sé que no era el momento, y te agradezco que me hallas ayudado igual.

Nemes levantó la mirada, sus ojos brillaban con una mezcla de cansancio y pena. Negó con la cabeza.

—No es tu culpa, teníamos un trato. Era mi deber cumplirlo, es solo... tengo muchas cosas en la mente últimamente.

Misra asintió, aun sin entender muy bien porque le afectaba tanto la muerte de Sixtin.

— Quiero curarme. No quiero volver a hacerte eso...

Nemes se sentía complicada, algo ultrajada, pero era un hecho que todo esto sucedía por la adicción de Misra que su propia mordida había creado... No podría culparla...

—Si, creo que ya donde empezar a buscar... He conocido a una persona que debería saber mucho sobre vampiros...

De repente, sus oídos tintinearon, oyeron pasos, pasos familiares.

—Y parece que ya nos encontraron...

Su sombra trepo su cuerpo mientras se solidificaba en una gran capa, que cubría cada centímetro de si. 

Rechisto internamente, habían esperado al día, el momento en el que era mas débil. Ellos ya sabían que estaba ahí, solo que se quedaron acechando. Cobarde en cierto modo, sabio de otro.

—Quédate aquí, ¿si? Podría ser peligroso.

—Eh? quienes vinieron?— Pregunto Misra entre la duda y la curiosidad, pero aun así no hizo el intento de salir con Nemes. Ella sabia mejor que nadie que no seria útil en una pelea.

Nemes salió, sintió el picor del sol en su vista nublada, y el dolor en todo el cuerpo. Era molesto, tosco, horrible, pero no mortal.

Allí enfrente de ella, dos figuras una con vestimenta blanca y otra con negro la vieron, Nemes conocía muy bien a esta ultima...

—Fen' Leo...— Dijo con arrepentimiento, tendría que haberlo matado cuando tuvo la oportunidad.

—Vampiro...— Dijo con una reverencia cómica.

Ambas figuras dejaron caer sus capas al suelo, para que no molesten en el próximo combate. La capa de Leo cayo mostrándole al mundo su cabello gris, cicatrices y ojo blanco. 

Cuando la de la figura blanca hizo lo mismo, Nemes se sorprendió de lo que vio.

Una hermosa chica de cabello blanco corto, al igual que su compañero, tenia mechones largos y frondosos que ataba en una cola baja. Sus ojos eran grises y tenia un hermoso vestido blanco bélico ceñido al cuerpo, dejando ver su atractiva figura. Pero lo que mas resaltaba eran un par de alas blancas saliendo de su cintura alta, que al ser liberadas de la capa contenedora, se abrieron gracialmente mostrándose al mundo.

Era un ángel... mas bien, un semi-angel... 


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