Una tarde cualquiera

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El infierno. Madrid en julio es el mismísimo infierno. Que calor hace por dios. Da igual que estemos tirados en cama, con solamente unos calzoncillos cubriéndonos, con el aire acondicionado a tope y todas las persianas bajadas. El piso se está convirtiendo en una sauna según van pasando las horas del día. Lo que echo de menos bajar a la playa ahora mismo. Lo que daría por meter mis pies en el agua fresquita...

Juanjo me saca de mis delirios plagados de chapuzones en el mar y revolcones en la arena para hacerme una pregunta.

- Oye, ¿cuál es el siguiente gate?

- ¿Qué? –pregunto de vuelta sin entender a qué se refiere.

- En twitter, le llaman así a nuestras escapadas –se ríe él.

- ¿No se supone que no tienes twitter?

- Entre lo que me cuenta Irene y lo que veo por Instagram y TikTok... como si lo tuviera.

- Ya, también es verdad –coincido yo.

- Pues eso. Que hubo un Getxogate, un Magallóngate, un Portugalgate, un Canariasgate...

- Un Italiagate inventado –le interrumpo yo recordando la vez que me reí de todo el fandom majo al subir una foto supuestamente en Turín.

- Podríamos hacerlo realidad y darles el gusto –sugiere Juanjo.

- ¿Te quieres ir a Italia en pleno verano? –está loco.

- ¿Por qué no? –pregunta girándose hacia mi apoyándose en su brazo.

- ¿En serio? –estoy sorprendido-. A estas alturas hace un calor horrible...

- No será peor que aquí –me interrumpe él quejándose.

- ... por no hablar de la cantidad de turistas que habrá.

- Eso puede jugar a nuestro favor en caso de que alguien nos reconozca –defiende él-. Pasaremos más inadvertidos en medio de la gente.

Luego de un rato de silencio, en el que Juanjo me dedica su mirada de cachorrito más efectiva, cedo.

- ¿De verdad te quieres ir a Italia?

- Me sirve cualquier sitio con tal de que vayas conmigo –confiesa dejando un beso en la comisura de mis labios haciéndome sonreír-. Pero piénsalo, Roma, la ciudad del amor...

Juanjo tiene una forma curiosa de intentar convencerme y para mi desgracia diré que casi siempre consigue su propósito.

Una de sus manos se enrosca en mi cintura desnuda. A pesar del calor, su toque me estremece.

- Esa ciudad es un museo al aire libre... y con lo que le gusta el arte a mi bohemio –susurra en mi oído.

- He escuchado que el tráfico es horrible y que los conductores son un peligro –me quejo solo para que siga intentando convencerme.

- Pues recorreremos a pie las calles empedradas –dice dejando un beso en la base de mi cuello-. Nos subiremos a los monumentos más altos y desde ahí veremos las puestas de sol.

Su boca recorre mi cuello mientras sus manos acarician mi espalda. No sé en qué momento nos hemos girado, pero ahora nuestras piernas se han enredado y mi mano se aferra a su nuca instándole a seguir.

- Iremos a la Fontana di Trevi y le pediremos a una moneda el mismo deseo que le pedíamos a las pestañas.

- Poco a poco y juntos, para siempre –digo yo en bajito.

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