Algún día...

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Entro en casa y lo primero que veo es que el salón está en penumbras, pero aún así puedo discernir un cuerpo estirado a todo lo largo del sofá. Al acercarme se me escapa una risa al ver un charquito de babas encima de la tela. Alguien se ha pasado con la fiesta.

Dejo las maletas en nuestra habitación tratando de no despertar al Bello Durmiente. Volviendo de nuevo a la cocina caminando de puntillas para recoger la última bolsa, escucho un quejido a mis espaldas.

- ¿Martin? –pregunta un Juanjo adormilado sujetándose la cabeza.

- Buenos días dormilón. ¿Cómo te encuentras? –viendo la tremenda cara de resaca que tiene no sé ni para qué pregunto.

Me siento a su lado en el sofá y le aparto un mechón de pelo de la frente. Está sudando.

- La cabeza está a punto de reventarme –se queja dejándose caer encima de mis piernas.

- No contaba contigo aquí tan pronto. ¿Y cuánto bebiste anoche como para no llegar ni a la cama? –me río mientras le acaricio la espalda.

- Mmmm, me escapé en cuanto tuve oportunidad. Pillé el primer Ave que salía. –murmura.

- ¿El de las cinco y media de la mañana? –pregunto asombrado.

- Y porque no había uno a las cuatro...

- ¿Tan mal fue?

- ¿Ves el estado en el que estoy? –pregunta levantando la cabeza ligeramente-. Pues así acabaron todas sus damas de honor y el resto de sus amigas con tal de dejar de oírla hablar de las flores, el vestido, la iglesia, los regalos para los invitados que le faltaban... Dios, la mataría y estoy seguro de que todas ellas me ayudarían a cavar el hoyo para enterrarla.

Una risa demasiado alta para el dolor de cabeza de Juanjo se escapa de mi boca.

- Eres un exagerado. Adoras a Ilanit, es como la hermanita que no tienes.

- Y eso no quita que ahora mismo quiera cometer un delito.

- Amor... -me deshago de su abrazo para cogerle una aspirina del mueble del salón.

- Necesito que sea viernes y se casen de una vez –contesta cansado.

Juanjo se acerca a la mesa de la cocina y se toma la pastilla que le ofrezco.

- Gracias –me dice con voz de bebé tras beberse el vaso de agua entero.

- Es normal que esté nerviosa y estresada, es su boda. Conociéndote, tú estarías igual o peor si fueras el novio –le digo tratando de hacerle entrar en razón.

- Pues espero no convertirme en un grano en el culo cuando eso pase. Y menos en mí despedida de soltero.

Sorprendido alzo una ceja. Juanjo me atrae hasta él y se esconde en mi cuello, avergonzado al ser consciente de lo que implican sus palabras. Da igual los años que pasen, la timidez y la ternura de Juanjo siguen ahí.

- Mañana llegan los trajes que encargó para nosotros, ¿no? –pregunto sobre su hombro cambiando de tema.

- Sí. Hoy la defiendes mucho, ya veremos mañana cuando los veas.

- ¿Por qué? –pregunto asustado separándome de él.

- Ve preparando la pala para cavar el hoyo, cariño –responde divertido.

Tras una larga ducha y un montón de mimos, nos pasamos la comida del domingo y buena parte de la tarde discutiendo sobre donde es mejor pasar el día anterior a la boda.

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