Casi cuatro meses fuera y todavía sigo sin acostumbrarme a esto de conducir. Tampoco es que ayude mucho llevar al lado a una persona que no te saca los ojos de encima.
- Amor, me pones nervioso –me quejo sin dejar de mirar a la carretera.
- ¿Por qué? –se ríe él.
- Pues porque no dejas de mirarme y me desconcentro. Me gustaría llegar a casa vivo y, a poder ser, ahorrarme el acabar metidos en una zanja.
Martin se echa a reír y se pone a juguetear con la radio saltando canciones. Es un poco surrealista llevar puesto un disco con nuestros mejores éxitos. Eso tampoco lo he asimilado del todo todavía.
Un trino de pajaritos empieza sonar junto con la melodía de Golden hour. Buenísima elección, teniendo en cuenta que el sol se está poniendo y el ambiente tiene un tono anaranjado precioso.
- Cántame, porfa –le pido mientras aparco el coche al lado de una finca.
Su voz llena el espacio y la tensión desaparece de mis músculos instantáneamente. Es probable que lleve un buen rato con cara de embobado solo por escucharle cantar. Justo cuando la canción termina no puedo resistirme a sacarle una foto con la puesta de sol detrás, que para alegría del fandom, termina en mis historias de Instagram.
- ¡Oye! Yo también quiero foto. Ven –me acerca a él y nos hacemos un selfie.
- ¿Vamos? –pregunto dándole un besito en la mejilla.
- ¡Sí!
Sale volando del coche y le veo sacarme una foto de extranjis mientras lo cierro. En frente a la finca hay una verja de hierro que cierra la parte frontal del terreno. Un caminito de tierra nos lleva hasta la pequeña casita que hay en el medio.
Ya había vuelto a Magallón varias veces, pero no pisaba este sitio desde antes de la Academia. Martin me sigue en silencio, sacándole fotos a cuanta cosa se le cruza por el camino, entre ellas yo.
Rebusco entre las llaves del llavero hasta que doy con la que me interesa y la introduzco en la cerradura. Escucho otro clic a mis espaldas.
- ¿Quieres parar, paparazzi? –le digo guiñándole un ojo.
Una foto después al fin baja el móvil y me abraza por la espalda.
- Bienvenido –susurro.
El recibidor es discreto pero muy acogedor. Hay una pequeña mesita con un jarrón de flores frescas y una nota.
"Tenéis mantas y cojines en el mueble grande del salón. Los podéis usar para tiraros en el campito de detrás para ver las estrellas. ¡Felices 6 meses!" ~ Mamá
- ¡Ay! –exclama Martin con un puchero y la mano en el corazón.
- ¿Pero y esto? –mis ojos empiezan a picar.
Martin lo nota y me abraza dejando que yo me recupere.
- ¿Me enseñas el resto? –pregunta.
Le doy un beso en la frente y me lo llevo de la mano. Todo es bastante antiguo, ya que la casa ha pertenecido a la familia durante varias generaciones, por lo que mi bohemio está más feliz que un niño con juguetes nuevos.
- A Arrate le encantaría.
- ¿Y a ti?
Martin me mira y suelta el adorno que había cogido de la estantería del salón.
- Me quedaría a vivir aquí para siempre. Tranquilitos, sin el tráfico de Madrid, sin el agobio de la gente, sin prisas... solo contigo en esta casita apartada del mundo –me dice acunando mis mejillas entre sus manos.