ResfriaDo

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Malísima idea. Fue malísima idea escoger esas camisas de gasa para el evento de ayer por la noche, teniendo en cuenta que estamos en pleno invierno y en Madrid.

Nada más despertar siento que mi garganta se ha convertido en el maldito Sáhara. Por no hablar de mi nariz, completamente inservible de lo taponada que está. Creo que es la primera vez que dormimos con tantas mantas en cama, y a juzgar por cómo se pega Martin a mí, creo que él opina lo mismo. Siguen sin ser suficientes.

Me despego de mi chico a regañadientes, él hace un ruidito como de molestia en cuanto me separo de su lado. Necesito tomarme algo para el dolor antes de que vaya a más. Que pereza pillar un resfriado justo ahora que no salgo del estudio...

Me abrigo todo lo que puedo, robándole por el camino la bata de casa a Martin. Definitivamente no estoy nada bien. De camino a la cocina, voy por el salón para asaltar el armario de los medicamentos y de paso subo tres grados más la calefacción.

Me tomo un Ibuprofeno y caliento un poco de leche para ambos. Martin estará a punto de despertarse y no sé si se encontrará tan mal como yo, pero seguro que agradece el desayuno en la cama. Mientras la leche da vueltas dentro del microondas me asomo a la ventana para ver con disgusto como fuera sigue diluviando.

Un pitido me avisa de que la leche está lista, asique coloco las tazas en una bandeja junto con los cereales y me voy a la habitación. A último momento añado también un vaso de agua y la caja de analgésicos... solo por si acaso.

Con cuidado, dejo todo sobre el tocador y levanto la persiana. Martin se vuelve a quejar y desaparece bajo las mantas.

- Amor, despierta. Traje el desayuno.

- Mmmm, no quiero –murmura con voz rasposa todavía escondido.

- ¿Cómo no? –pregunto alarmado.

- Me duele la garganta, y la cabeza, y... -de repente una tos lo interrumpe-... y tengo mucho frío.

- Mi chico... -el panorama no pinta nada bien-. ¿Tienes fiebre?

Mientras pregunto, rebusco con mi mano bajo el edredón hasta dar con su frente. Está ardiendo. Salgo corriendo de nuevo al salón y cojo el termómetro.

- Ven, déjame que te ponga esto –le pido destapándole un poco.

Un escalofrío seguido de un estornudo es lo único que obtengo por respuesta. Mientras el termómetro mide su temperatura me fijo en lo rojita que tiene la nariz y en sus ojitos cansados.

- Creo que me he resfriado... - lloriquea.

- Yo también, pero tú estás bastante peor.

Y el termómetro me lo confirma, momentos después, cuando veo la temperatura rozar los treinta y nueve.

- Amor, sé que me vas a odiar, pero tienes que sacarte ropa y posiblemente te vendría bien darte una ducha templada...

Martin parece horrorizado con solo imaginarlo, y lo comprendo. Yo soy el primero en negarme a hacer todo eso cuando estoy malo.

Al final, por solidaridad y por asegurarme de que realmente se tomaba la ducha, le acompañé al baño.

- Me... muero... Juan...jo...

El pobre salió temblando de debajo del agua y llegó a trompicones a mis brazos, que lo esperaban para arroparlo con la toalla más grande y suave que tenemos.

Le ayudé a vestirse con un pijama limpio y le sequé el pelo lo más rápido que pude, el sonido del secador era demasiado molesto para su dolor de cabeza y el mío.

Mientras se calzaba, saqué la manta más gorda que teníamos en cama, para dejar solo el nórdico y las sábanas. Martin me miró mal en cuanto me vio salir de la habitación con su preciado tesoro.

- Vengo ahora, voy a recalentar la leche, que seguro que ya se ha enfriado –le aviso volviendo a por la bandeja.

Tres minutos después regreso a la habitación y veo un bultito en la cama y unos cuantos pelos asomando por la almohada.

- Amor, no te tapes tanto, que aún te va a subir más la fiebre.

- Tengo frío...

Miro con pena hacia la cama y me acerco con el vaso de agua y un Ibuprofeno.

- Toma esto, desayunamos y me meto ahí dentro contigo –le pido sentándome a su lado.

Su cabecita asoma por el borde del edredón. Con algo de dificultad se toma el medicamento y desayunamos en silencio. Mi dolor ha ido a menos, pero a Martin aún le va a tardar en bajar la fiebre.

Como prometí, me metí con él en la cama. En cuestión de segundos su cabeza estaba enterrada en mi cuello y sus piernas y brazos enredados a mí alrededor.

- ¿Tú también estás malito? –me pregunta en bajito.

- Un poco. Me duele la garganta y no respiro. Y me levanté cagado de frío.

Martin me abraza más fuerte y deja un besito en mi pecho. En poco tiempo ambos caemos rendidos.

Varias horas más tarde me despierto con hambre. Martin se ha movido y se ha estirado a mi lado, aunque una de sus piernas sigue todavía sobre las mías. Poso una mano en su frente y descubro con alivio que la fiebre ha desaparecido.

Me escabullo de cama y me voy a la cocina. Saco mis mejores dotes de chef a relucir y nos preparo una sopa que nos vendrá perfecta para el resfriado.

Con casi todo preparado siento como unos brazos me rodean.

- Mi enfermeDo también es cocineDo –dice a mis espaldas.

- Y también es tu Dovio –respondo yo girándome para quedar de frente-. ¿Cómo te encuentras?

- Mejor, pero soy un saco de mocos y tengo voz de camionero...

La risa se me escapa. La verdad es que su voz está muy graciosa, pero no seré yo quien le juzgue cuando la mía... en fin, creo que hoy sí tengo derecho a decir que, efectivamente, NO TENGO VOZ.

Nos sentamos en el sofá y veo a Martin correr hacia la manta que saqué antes de la cama. Comemos en la mesita auxiliar y dejamos todo allí al terminar. La manta nos envuelve y dejamos de fondo una película de sobremesa de Antena Tres mientras nos recostamos.

La lluvia sigue cayendo fuera sin piedad. Mi mano juega con los mechones de pelo de Martin, acostado tranquilamente sobre mi pecho.

Una de sus manos sube hasta mi mejilla y me acaricia. Me remuevo un poco para poder mirarle.

- ¿Qué pasa? –pregunto cuando veo que me mira de vuelta pero no dice nada.

- Gracias por cuidarme –susurra con los ojitos brillosos.

- Boh, mi amor –mis brazos le rodean y le acercan todavía más a mí.

- Es en serio... Tú también estás enfermo y aún así te levantaste a hacernos el desayuno, me ayudaste en la ducha, me trajiste las medicinas, hiciste la comida...

- Shhhh. ¿Quién es tu Dovio, enfermeDo y cocineDo? –pregunto viéndolo desde arriba.

- Tú –sonríe él.

- Pues a callar –contesto dejándole un beso en la frente y acariciando de nuevo su pelo.

Pasamos la tarde tirados en el sofá y encadenamos una película detrás de otra. Llamé al estudio para decirle que no podía ir y solo con escucharme hablar por teléfono me dejaron libre el resto de la semana. Por la noche, Martin pidió la cena a un restaurante cercano, y después de nuestras respectivas dosis de analgésicos, nos perdimos abrazados entre sábanas, edredones y mantas.

A partir de ese día aprendimos que, por muy bonitas que sean las camisas de Palomo Spain, igual para eventos en invierno nos vienen mejor los jerséis.


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Alén ❤️

(16/06/24)

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