Una noche especial

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Una puerta se cierra de golpe y los micros captan el eco del portazo. La espalda de Martin podría resentirse en cualquier otro momento, pero no ahora. Su cabeza está en otra parte, más bien en una persona.

- ¿Qué haces? –pregunta sorprendido.

Una de mis manos acaricia su cuello y me acerco a su oído.

- Te dije que estabas jugando con fuego bailándome así... -susurro dejando que mis labios rocen su oreja.

Martin se tensa bajo mi toque y trata de retirar mi mano.

- ¿Ahora ya no te hace tanta gracia el juego, no? –insisto a escasos centímetros de su boca.

Sus ojos reflejan asombro, pero también tienen un brillo especial. Tentado por ese fuego que puedo entrever en su mirada rozo mis labios con los suyos.

Martin cierra los ojos y suspira a la vez que sus manos arrugan la tela de mi camisa. Álvaro me va a matar cuando se la devuelva.

El beso se intensifica cuando Martin me acerca todavía más a él. Con mi lengua recorro su labio inferior pidiendo permiso para entrar. Un gimoteo bajito escapa de su boca, momento que yo aprovecho para enredar mi lengua con la suya. En ese instante siento como Martin se deshace entre mis brazos y se aferra a mi nuca cuando yo muerdo su labio. Nuestros cuerpos se buscan casi por instinto y es entonces cuando lo noto. Él parece darse cuenta también, a pesar de la niebla de placer que le ciega, e intenta separarse de mí. No se lo permito, afianzando mi agarre en su cintura y pegándolo de nuevo contra la puerta de las duchas.

- ¿Tanto te excitan mis besos? –pregunto con picardía-. ¿Tanto te pongo?

- Cállate –se queja apartándome ligeramente.

- Me pregunto... ¿Qué pasaría si yo...?

Pero en lugar de seguir hablando me acerco de nuevo lentamente, no sin antes ver como el deseo consume su mirada.

Deposito un beso en la comisura de sus labios y de ahí voy bajando por su mandíbula hasta su cuello. Dejo un reguero de besos por donde paso, a la vez que escucho los suspiros de Martin en respuesta. Su mano tira de mi pelo cuando me paro un momento a morder a la altura de su clavícula y luego subo hasta el lóbulo de su oreja, de nuevo, humedeciendo todo con mi lengua.

- Juanjo... -jadea sin apenas voz.

- ¿Sí? –susurro yo en su oído, haciendo que un escalofrío le recorra de pies a cabeza cuando escucha mi voz más ronca de lo habitual.

- Para... -suplica.

Eso hace que me detenga por completo. ¿Me lo está pidiendo en serio?

- ¿Quieres que pare? –pregunto con seriedad, intentando dejar a un lado lo muy excitados que estamos los dos ahora mismo.

- ¡Claro que no! Pensé que era obvio lo mucho que quiero que sigas –dice con una mezcla de resignación y frustración-. Pero tú sí que vas a querer detenerte y entonces yo me voy a quedar a medias con el calentón encima. Así que prefiero parar ahora que aún me puedo dar una ducha bien fría y arreglarlo.

Mi mente no está en su momento de máxima lucidez, pero un pensamiento se cuela entre todos los demás. "Pensé que era obvio lo mucho que quiero que sigas". Me desea. Me desea tanto como yo a él.

Aún no termino de procesar mis pensamientos cuando mi boca habla por sí sola.

- Prefiero ser yo el que "arregle" tu calentón –susurro en su boca mientras mi mano roza su dura entrepierna por encima del pantalón-. No me importaría encargarme de esto en la ducha...

Martin gime con su frente pegada a la mía mientras se sujeta a mis hombros con fuerza. Sus ojos se clavan en los míos y puedo ver la lujuria y el desafío brillar en ellos.

- Vale, a ver cuánto tardas en arrepentirte y salir huyendo –me reta.

Con un ágil movimiento nos gira y de un momento a otro soy yo el que acaba contra la puerta. Inevitablemente se me corta la respiración. Sus manos se enredan en mi pelo mientras empieza a besarme con una pasión arrolladora. La temperatura en la habitación ha subido de golpe.

Un gemido ronco sale de mi garganta. Mis manos, que se aferraban a su cintura, acercan su cadera a la mía, haciendo que nuestras entrepiernas se rocen en un lento vaivén.

El beso se vuelve sucio y desordenado, con mordiscos y lamidas aquí y allá. La ropa nos estorba, por lo que las camisas, medio abiertas ya, terminan tiradas por el suelo. Martin acaricia mis brazos mientras mis manos resbalan por sus costados, erizando su piel allí por donde rozan mis dedos.

Una de sus piernas se cuela entre las mías, obligándome a separarlas, haciendo presión sobre mi entrepierna cada vez más dura.

- Dios, Martin...

- Sabes que podemos parar cuando quieras –murmura dejando pequeños besos en mi cuello.

Mis manos se deslizan desde sus caderas hasta su culo.

- Me apetece demasiado esa ducha –digo señalando con la cabeza la puerta del fondo.

Es poco probable que ninguno de nuestros compañeros vaya a aparecer ahora por aquí, teniendo en cuenta que estaban todos cantando y bailando en la Sala de Ensayos, pero mejor prevenir un poco por si acaso.

A trompicones y entre besos y sonrisas llegamos a la ducha.

- Con lo bien vestido que me ibas... -bromeo mientras le arranco el cinturón.

- Voy muy tú –se burla él peleándose con el mío.

- Estás guapísimo. Eres un peligro para mi salud cardíaca.

Martin sonríe avergonzado ante el cumplido y termina por sacarme el complemento. Cuando sus manos encuentran el botón de mi pantalón le veo dudar.

- Está bien si esperamos –le aseguro poniendo mis manos sobre las suyas mientras busco sus ojos.

- No... es solo que no quiero sentir que te estoy obligando o forzando a hacer algo que tu no... -dice con la mirada clavada en los pies.

- Amor, no me estás obligando a nada. Te deseo. Y sé que tú me deseas a mí –susurro levantando su cara para ver sus ojos-. Te amo. Confío en ti plenamente... y no se me ocurre una forma más bonita y especial de empezar el año que haciendo el amor contigo.

La mirada de Martin brilla más que nunca y una pequeña sonrisa cruza su rostro.

- ¿Me ayudas? –pregunto en bajito rozando nuestras narices.

Con sus manos todavía en las mías suelto el botón que sujetaba mi pantalón dejándolo caer al suelo, donde minutos más tarde le acompañaría también el de Martin.

Y como Juanjo pensaba aquel fin de año, en una noche tan especial, bajo el agua caliente de la ducha se liberó la emoción y el sentimiento de las primeras veces; se curaron viejas heridas y se borraron dolorosos recuerdos; promesas y deseos de un futuro en la compañía del otro se enredaron con secretos y confesiones contadas al amparo del vapor que los rodeaba.

Nadie fue testigo nunca de un amor tan grande y puro.

Bueno... nadie hasta que salieron de las duchas mucho tiempo después con lascamisas del revés... entonces algo se pudo sospechar...


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Alén ❤️

08/06/24

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