Catorce canciones. Catorce. Alguna estoy seguro de que se quedará por el camino, otras las terminaré y formarán parte del disco... El problema es que hay una, supuestamente ya terminada, que me está quitando el sueño.
Da igual la de veces que la lea, la cante o la repase. Sigue sin parecerme suficiente. Tratando de ser objetivo y dejando a un lado mi perfeccionismo obsesivo, es bonita. Sin embargo me da la sensación de que todavía le falta algo. Más historia, más detalles, más guiños... algo.
Supongo que es normal sentirse así de inseguro cuando compones, sobre todo si es de las primeras veces que lo haces. Lo que me está matando es que hay otras cinco o seis canciones sin terminar que no me preocupan ni lo más mínimo y deberían...
Me voy a volver loco como siga pensando en ello. Aunque me gustaría, sé que no puedo añadir nada más, a no ser que pretenda hacer algo más largo que el Bohemian Rhapsody de Queen. Mis productores tienen más paciencia que un santo, pero sé que en el fondo me quieren matar con la de vueltas que le estoy dando al asunto.
Durante la pausa para comer me alejo del grupo un momento y llamo a casa. Mis padres aparecen en la videollamada y por detrás, tirado en el sofá, veo a Javier.
- Hola, hijo. ¿Cómo va el día? –pregunta mi madre.
- Estoy en Barcelona. Llevo desde las ocho de la mañana encerrado en el estudio –suspiro cansado.
- ¿Y todo bien? Pareces agobiado –comenta mi padre sacándose las gafas de leer.
Javier se acerca y se sienta a su lado con el móvil en la mano.
- Lo de siempre. Sigo comiéndome la cabeza con la canción de Martin –digo en voz más baja para que mis productores no me escuchen.
- ¿Tan mala es? –pregunta Javier llevándose un coscorrón de mamá de propina.
- No es mala... Pero hay algo que todavía le falta y no sé el qué.
Mi frustración fluye con libertad cada vez que hablo con ellos pues son los únicos, junto con la gente del estudio, que saben de la existencia de la canción que pretende ser un regalo para mi chico.
- Igual necesitas que alguien la escuche y te diga que opina –sugiere mi madre.
- Sí, habla con los del estudio otra vez si tanto te preocupa –comenta papá.
- No necesita que "alguien" la escuche, y mucho menos los del estudio. Lo que necesita es que Martin lo haga y así se le va rayada que tiene encima –protesta mi hermano.
- ¿Y joder la sorpresa? –salto yo a la defensiva.
- Es que no joderías nada –Javier parece exasperado-. ¿No se supone que es un regalo para él y todo el rollo? –yo asiento en silencio-. Pues enséñasela de una vez, en privado, sin nadie que os moleste u os interrumpa, sin nadie que opine que si esa melodía iba mejor que aquella o si esa rima quedaba mejor en otro lado. Le preparas una cena de las tuyas y en el piso, los dos tranquilos, se la pones y le dices que es un regalo para él. Fin del problema. A Martin le encantará porque está que se muere por ti, da igual que le escribas una balada, una jota o un jodido villancico. ¡Por Dios, ni que no lo conocieras! ¡Te jodes la cabeza tú solo!
Dicho eso se levanta y se va a contestar una llamada. Mi padre tiene los ojos como platos y mi madre no es capaz de cerrar la boca. Luego estoy yo, que soy una mezcla de ambos.
- Hombre, mala idea no es –murmura mi padre.
- Pues no –coincide mi madre.
Algo descolocado me despido de ellos y me encierro de nuevo a trabajar en el resto de canciones que me faltan.