El eco de la puerta al cerrarse tras mi espalda rebota contra las paredes vacías del piso.
El recibidor en penumbra me da la bienvenida completamente desnudo. Antes lo vestía una pila de abrigos en el perchero, una montaña de zapatos en el suelo y una foto enmarcada en lo alto del mueble.
El orden volvió en cuanto él desordenó mi vida.
Por un momento me quedo clavado en el suelo incapaz de dar un paso más. El pecho me duele incluso al intentar respirar. Huele a sitio cerrado, abandonado, vacío... Porque así ha estado hasta que fui capaz de reunir el valor suficiente como para volver.
Camino despacio hasta la cocina luchando conmigo mismo para seguir adelante. En los muebles solo quedan mis cosas pero en el fregadero se ha quedado una taza que alguien nos regaló con fotos de la Academia. Supongo que el Universo quiere que siga recordando y recordando lo que fueron tiempos mejores.
Mi vista recorre con nostalgia la estantería encima de la televisión. Había tantas cosas ahí arriba que ahora lo único que salta a la vista son los huecos que ha dejado su ausencia.
Camino por el pequeño pasillo entre puertas aprovechando para secarme las lágrimas y coger aire. Todavía queda lo peor.
Mis manos recorren el marco de la puerta del baño y me apoyo en él buscando sostén. De nuevo el universo me recuerda su nombre, está vez bordado sobre un albornoz colgado en la ducha. Mi cepillo, solitario dentro de un vaso antes compartido, me parece una burlesca representación de la realidad. El aire se atasca en mis pulmones y la vista se me nubla en cuanto miro hacia atrás y doy con la puerta del dormitorio.
Pongo una mano temblorosa sobre el pomo y el reconocible sonido que hace al abrir me pone los pelos de punta.
Entreabro la puerta cegándome con la claridad que emana de las ventanas. Esas mismas que tantos amaneceres nos regalaron cuando las noches todavía eran eternas.
Se me acelera el pulso y la respiración cuando aún noto en el aire su esencia, como si de un fantasma se tratase. Como si nunca se hubiera ido.
Los recuerdos me atormentan. Las palabras no pronunciadas y las tiradas al viento sin ningún cuidado. Los besos no dados. Las caricias guardadas bajo cerrojo. El polvo que remuevo a cada paso que doy se posa sobre mí como las cenizas de este amor que me dolerá toda la vida.
Las puertas abiertas del armario me muestran varias prendas olvidadas. Supongo que serán mías, aunque en un pasado todo fuera nuestro.
Sin pensarlo demasiado cojo una de las sudaderas y el fantasma de su olor, de nuevo, aparece para acompañarme.
Camino sin ver hasta los pies de la cama en la que tantas noches rocé el cielo con la punta de mis dedos. La cama en la que cayeron mis murallas más altas en forma de secretos y confesiones contadas en susurros. La cama donde volví a ser un niño cargado de sueños que necesitaba contarle a esa persona especial sus planes para conseguirlos...
Me arrastro por encima de la colcha y me hago una bolita abrazando contra mí la sudadera. Su olor se hace más fuerte y rompo a llorar.
Siento que me ahogo. El aire que llega a mis pulmones no es suficiente haciendo que mi pecho se oprima.
El dolor me está quemando por dentro con una lentitud agónica. ¿Por qué te has ido, mi amor? ¿Por qué me has dejado? ¿Dónde estás?
Todo se vuelve negro a mí alrededor y simplemente dejo de respirar. De pronto siento como si alguien me abrazara pero sé que son solo imaginaciones mías, pues en este lugar solo quedamos mi sufrimiento y yo.
Sin embargo, es reconfortante de alguna manera, aunque más que un abrazo se siente como un zarandeo violento.
Juanjo. Juanjo.