Los rayos del sol acarician mi piel mientras una suave y cálida brisa remueve mi pelo. Estoy seguro de que me quedaría totalmente dormido si no fuera por un perro que no para de ladrar y por los chillidos de Juanjo cincuenta metros más abajo. Envidio a mi madre y a Erik, ambos tirados a mi lado babeando la toalla.
Escucho el quinto chapuzón en cuestión de diez minutos y las carcajadas de María y mi padre. Sé de uno que esta noche va a dormir como un bebé...
Hoy estamos en uno de esos días en los que decidimos cumplirnos cosas que nos habíamos prometido dentro de la Academia. Tal y como hablamos en la cena con los familiares, allá por febrero, nos hemos venido toda la familia a pasar el día a Sopelana.
Como sabréis, no es la primera vez que Juanjo pisa esta playa. Tampoco es la primera vez que intenta hacer surf. Lo que sí es nuevo es que hoy cuenta con su suegro como instructor y con sus cuñados como apoyos emocionales. Bueno, más bien cuenta con María, porque Erik se rindió en cuanto vio que no aguantaba encima de la tabla ni diez segundos...
Resignado a no conciliar el sueño me reincorporo en la toalla y los observo desde la distancia. Mi chico saca la cabeza del agua y con determinación intenta, otra vez, subirse a la tabla sujeta por papá y mi hermana. El pobre parece una gelatina encima de un plato.
- A ver, flexiona un poco más las rodillas y trata de mantener el equilibrio –le aconseja mi padre.
Juanjo lo intenta, pero en cuanto se agacha un poco, la tabla empieza a movérsele para los lados.
- ¿Pero por qué tiemblas tanto? Si apenas hay olas, Juanjo –María está llorando de la risa.
- Calla, que ya lo sé. Y no me hagas reír que si no me caigo antes –se queja él de los nervios.
María suelta una carcajada de la que se contagia mi padre y en ese mismo momento Juanjo desaparece de nuevo entre las aguas.
Suspiro y no puedo evitar reírme. Mi pingüinito, creo que va siendo hora de rescatarlo...
Dejo las gafas de sol en la toalla y recorro la distancia que me separa de ellos. Qué bien se siente la arena bajo mis pies. Lo que echaba de menos esto...
- Oh, oh... príncipe azul al rescate –se burla María en cuanto llego a su lado.
- Si ves menos agua en el mar es porque está bajando la marea, no es que se la haya tragado toda él –se defiende mi padre con las manos en alto.
- Ja ja, muy graciosos –respondo yo-. Se suponía que era un plan de relax y casi me lo ahogáis.
- Lo siento Rafa, soy negado para esto –reconoce Juanjo con algo de vergüenza.
- Que va, lo único que necesitas es práctica. ¿No pretenderías hacerlo todo a la primera? –responde mi padre despreocupado.
- Si quieres repetir avisa, no me había reído tanto en mi vida –dice María picándolo.
- Serás cabrona... -Juanjo se pone rojo como un tomate.
- Nos vamos a la toalla, pasadlo bien –dice mi padre guiñándonos un ojo.
Ahora el sonrojado soy yo.
Juanjo me coge de la mano y tira de mí unos metros más adentro. La marea nos cubre un poco más arriba de la cintura.
- Hola surferito –digo mientras sigo caminando hacia atrás.
- Más bien submarinista... me he pasado más tiempo debajo del agua que encima de la tabla –responde apenado con un puchero adorable en sus labios.