╰•★★ ƈą℘ıɬųƖơ 4 ★★•╯

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Pasaron los años, y Oliver y Edward continuaron siendo inseparables. La transición del jardín de niños a la primaria no fue fácil para Oliver. Aunque las circunstancias cambiaron, el acoso y el bullying persistieron. Ahora en primer grado, los desafíos parecían haberse intensificado, pero Edward seguía siendo su escudo y su apoyo incondicional.

La primaria era un lugar más grande, con más niños y nuevas caras. Aunque algunos de los viejos acosadores de Oliver no estaban en su clase, había otros que rápidamente se dieron cuenta de su vulnerabilidad. La crueldad de los niños no conocía límites, y Oliver, a pesar de sus esfuerzos, seguía siendo un blanco fácil.

Una tarde, mientras Oliver y Edward estaban en el recreo, un grupo de niños comenzó a acercarse. Entre ellos estaba Marcos, un niño conocido por su agresividad y su capacidad para manipular a otros.

—Mira quién está aquí, el llorón de Oliver —dijo Marcos con una sonrisa torcida—. ¿Dónde está tu amiguito Edward?

Edward, que estaba a solo unos pasos de distancia, se giró al escuchar su nombre y corrió hacia Oliver.

—Déjalo en paz, Marcos —dijo Edward, poniéndose entre su amigo y el grupo de acosadores—. No te ha hecho nada.

Marcos soltó una carcajada y sus amigos lo imitaron.

—Claro que no ha hecho nada, porque es un cobarde —replicó Marcos—. Pero tú siempre estás ahí para salvarlo, ¿verdad, Edward? Eres como su niñera.

Edward apretó los puños, pero trató de mantenerse calmado. Sabía que responder con violencia solo empeoraría las cosas.

—No somos cobardes, solo queremos estar tranquilos —dijo Edward, con firmeza—. Déjennos en paz.

Marcos dio un paso adelante y empujó a Edward. Este perdió el equilibrio por un momento, pero se mantuvo en pie.

—¿Y qué vas a hacer al respecto? —preguntó Marcos, desafiándolo—. ¿Vas a llorar también?

Oliver, viendo a su amigo en peligro, sintió una oleada de valentía. Dio un paso adelante, a pesar del miedo que lo atenazaba.

—¡Déjalo, Marcos! —gritó Oliver—. ¡Déjalo en paz!

El grupo de niños se rió aún más, y Marcos se preparó para empujar a Oliver también. Pero antes de que pudiera hacerlo, un maestro que estaba supervisando el recreo se acercó rápidamente.

—¿Qué está pasando aquí? —preguntó el maestro, con una voz autoritaria.

Los niños se dispersaron de inmediato, fingiendo que no había pasado nada. Marcos lanzó una última mirada de desprecio a Oliver y Edward antes de alejarse.

—¿Están bien? —preguntó el maestro, mirando a los dos amigos con preocupación.

—Sí, estamos bien —respondió Edward, todavía un poco agitado—. Gracias, señor.

El maestro los observó por un momento más antes de asentir y seguir con su ronda de supervisión. Oliver y Edward se sentaron en una banca cercana, intentando recuperar la calma.

—Gracias por defenderme, Edward —dijo Oliver, con la voz temblorosa—. No sé qué haría sin ti.

—Somos un equipo, Oliver —respondió Edward, colocando una mano en su hombro—. Siempre estaré aquí para ti, igual que tú lo estarías para mí.

A pesar de los constantes desafíos y el dolor del acoso, la amistad de Oliver y Edward se fortalecía con cada prueba. Sabían que no podían cambiar a todos los niños ni detener cada acto de bullying, pero podían apoyarse mutuamente y encontrar consuelo en su amistad.

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