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Chuseok llegó con una cálida brisa otoñal que hizo que Nunew se arrebujara bajo las mantas, suspirando por el abandono del verano en el país. Sabía que otoño pasaría en un abrir y cerrar de ojos, y pronto el duro invierno azotaría el país.

Se removió en la colcha, abriendo sus ojos y viendo el rostro de su hermana, a escasos centímetros del suyo.

―¿Ally? ―preguntó, un poco aturdido, y de pronto recordó que no se encontraba en el palacio, sino en su casa. O en la casa de sus padres.

Había llegado la noche anterior para celebrar el primer día de Chuseok con su familia, que era lo que correspondía, al menos en esa fecha. La tradición era realizar Charye, el ritual religioso a los ancestros, con los familiares más cercanos, así que en el palacio les permitieron salir si es que así gustaban. Nunew no lo dudó, pues extrañaba a sus padres y hermana, además que sería el primer Chuseok que pasaría con su nueva condición de Cortesano y concubino del Príncipe Heredero Zee Pruk.

―¿Cómo dormiste? ―preguntó Ally, su hermana mayor, sonriéndole―. Supongo que no tan cómodo como tu cama en el palacio, pero...

―Oh, está bien ―Nunew se sentó, adormecido―. Es mejor que la casa que teníamos anteriormente ―bromeó.

Si es que lo que antes tenían hubiera sido una casa. Más bien fue una choza, que ni siquiera tenía madera en el suelo para dormir, sólo tierra que dejaba sus ropas sucias. Compartían cuarto los cuatro, un espacio tan pequeño y oscuro, que sólo lo usaban para dormir, mientras que la mesa era una roca modificada rústicamente para que sirviera.

Qué golpe de suerte, pensaba Nunew a veces, el haber sido bendecido por los dioses. No sólo por él, sino también por su propia familia, pues lograron cambiar la vida miserable que llevaron durante tanto tiempo. Los privilegios del concubino debían ser traspasados a su familia, y ahora podían darse el lujo de tener una casa moderna, con puertas corredizas y dos habitaciones personales. Además, ya no era necesario que su padre buscara trabajo desesperadamente, como antes, ni que su madre lavara ropa hasta que sus manos enrojecían y se llenaban de callos.

Incluso, en ese Chuseok, comerían más que arroz. Prepararían distintos platos que ofrecer con verduras, frutas y, por sobre todo, carne, un privilegio que pocos podían darse.

―¿Cómo es el palacio? ―preguntó Ally, sacándolo de sus pensamientos―. ¿El Príncipe es tan guapo como todas dicen?

―El palacio es enorme ―respondió Nunew, sonriendo―. Es tan grande, hermana. Las concubinas y cortesanas vivimos en el palacio del concubinato, tiene un jardín muy bonito y tantas habitaciones. Y el Príncipe... ―soltó una risita―, es el hombre más guapo que alguna vez haya visto.

―¿Es así? ―su hermana mayor se veía muy ilusionada―. ¿Y has estado con él? ¡Cuéntamelo todo! ¿Te ha mirado?

Nunew sólo volvió a reírse, sintiéndose muy feliz en días. Ahora, con Ally a su lado, sabía que podía contarle todas esas cosas sin necesidad de tener cuidado, pues ella no le haría daño alguno. No se llenaría de celos, ni le miraría feo, ni le iba a agredir por estar en ventaja con el Príncipe. Ella se pondría feliz por él.

―Claro que sí ―dijo, orgulloso, antes de bajar la voz―. ¡No le digas todavía a nuestros padres! Pero... El Príncipe me ha escogido como su Emperatriz.

―¡¿Queeeeeeeeeeeeeeeeeé?!

Ally pegó el grito al oír sus palabras. No era para menos, Nunew lo sabía, pero aun así, le cubrió la boca con sus manos, rezando que sus padres no la hubieran escuchado.

No sirvió: la puerta se corrió y su madre se asomó, con una expresión de confusión.

―¿Qué ha pasado, muchachos? ―preguntó.

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