SEIS

230 32 11
                                    

El ruido mental de Katsuki lo estaba matando, quería golpear su cabeza contra la pared y quedarse ahí hasta morir. Incluso pensó en decirle a Shinso que lo poseyera un rato, tenía entendido que en ese estado no pensaba ni sentía.

Cuando estuvo en su habitación, sentado sobre su cama y mirando a la nada como si fuera un zombie, deseando...no sabía qué, solo pensó en buscar a la única otra persona en el mundo que podría darle una sensación parecida a la de estar a un lado del pecoso y que eso lo hiciera sentir menos miserable o culpable de lo que ya se sentía. Como ver su sonrisa clonada y sus ojos verdes. En menos de lo que había pensado ya estaba en el barrio, caminando a los departamentos.

Aizawa le había dicho que no la habían obligado a irse de su casa, más bien le habían añadido seguridad como si fuera la jodida reina de Inglaterra. Así que ella debía estar ahí, detrás de ese montón de concreto y metal.

No le sorprendió que un par de héroes se acercarán a interferir, ni tampoco el montón de filtros que tuvo que pasar. Tardo aproximadamente una hora pasando cada uno de los filtros, descartando que era un clon o que estaban controlándolo o cosas por el estilo, el mundo de los quirks era eterno. Cuando por fin estuvo frente a la puerta, casi se arrepintió, pensando que tan buena idea era. La mujer dentro seguramente estaría llena de esperanza al escuchar el toque de la puerta y luego se decepcionaría por ver solo a un adolescente moribundo buscando un abrazo y dulces palabras maternales.

Podría jurar que estaba más delgada, se veía pálida y el cabello dañado, sus ojos estaban rojos e hinchados por lo que podía adivinar que acababa de llorar. La mujer salió con los ojos llenos de esperanza y ambas manos pegadas a su pecho, conteniendo la respiración de los nervios.

Katsuki se quebró.

—. Tía Inko — Susurro con voz quebrada y los ojos brillantes.

—. Oh Katsuki...

Como si fueran un imán ambos se abrazaron y aunque Katsuki no lloraba desconsoladamente, la abrazaba con impotencia dejando escapar dos o tres lágrimas gordas y pesadas y dolorosas, preguntándose de nuevo porque tenían que pasar por todo eso siendo ciudadanos correctos que arriesgaban su vida por los demás y siendo ella una mujer que no le hacía daño a nadie.

—. ¿Comiste ya? — Katsuki negó y la mujer se separó para dirigirse a la cocina — Te serviré algo.

—. De acuerdo.

Katsuki camino a través de la sala, viendo cuadros de fotos por todos lados y llegó a ver la mesita de estar llena de álbumes abiertos y fotos regadas por todo el sofá, también muchas cajas con pañuelos y pañuelos sucios en bolsas. El se detuvo, observando el mismo también las fotos de Izuku un rato.

Preguntándose si volvería a verlo.

¿Qué tal y esa era la última vez...?

No, no quería pensar en eso.

—. Katsuki — Llamo Inko y él volteo. Un rostro tan adolorido que ella lo comprendió, lo comprendía tanto que se le apachurraba el corazón — A comer.

Comieron en silencio, solo el sonido de los tenedores chocando contra la porcelana y sus bocas masticando. Ambos comían con el mismo apetito por lo que Katsuki sospechaba que también era hasta ahora que ella comía, tal vez estaba esperando alguna compañía milagrosa y...bueno, que bueno que había ido. Inko era una mujer muy solitaria.

Katsuki no recordaba haber comido algo tan sabroso en los últimos meses.

Era Katsudon.

—. Adelgazo.

—. Un poco, si — La mujer removió lo último que le quedaba, mirando fijamente su plato — Tu estás más pálido, ¿no has salido a qué te dé el sol?

El numero unoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora