Capítulo 4

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Kyan miró con el ceño fruncido en dirección a Ashton. Él ni siquiera se cuestionó cómo es que lo sabía, pero era evidente que los sentidos de Kyan estaban en constante alerta, siempre.

–Deja de esconderte –gruñó Kyan, girando la espada con un movimiento fluido. La apuntó directamente hacia Ashton–. ¿Qué haces aquí?

–Te estaba buscando.

Lo cierto era que se había encaminado a las habitaciones de los soldados, un riesgo estúpido, de acuerdo, pero igual lo iba a hacer. No obstante, un par de antorchas iluminaban el patio de prácticas y fue fácil deducir quién podría estar ahí a aquellas horas de la noche.

–No es eso lo que pregunté. ¿Cómo puedes estar aquí? Se supone que tú estás...

–Vigilado. Sí, bueno, no tanto. Los soldados también toman turnos, ¿sabes?

–¡Claro que lo sé! Pero eso no significa que dejan su posición sin ningún...

–Oh. ¿Quizá recibieron un mensaje de un superior?

–Por supuesto que no.

–Kyan, podemos estar aquí toda la noche discutiendo lo que se puede hacer o no para distraer efectivamente a un soldado de su posición; sin embargo, no es eso a lo que he venido –esta vez, Ashton abandonó el tono bromista–. Dime que enviaste el mensaje.

Tras haber hablado con un hombre mayor, de confianza absoluta para Kyan, Ashton había accedido a entregar el mensaje que contenía la salvación para su familia.

–Tú estuviste ahí.

–No es eso lo que quiero decir. ¿Te aseguraste de que...?

–Él lo entregará.

–¿Estás seguro?

–Te estoy haciendo un favor. Deja de cuestionarlo.

Ashton cerró la boca, con fuerza. No debía dejar que nada más que un gracias traspasara sus labios. No obstante, eso significaría que realmente confiaba en Kyan y que estaba agradecido, lo que no era así.

–¿No es un poco tarde para entrenar?

Kyan lo miró, desconcertado por el cambio de tema. Se encogió de hombros y señaló hacia el lugar que había estado ocupando.

–Si quiero ser capitán de la guardia más poderosa del reino, debo entrenar y adquirir experiencia.

–¿Solo? ¿De qué sirve eso?

–De mucho, pero no tanto como me gustaría –los ojos oscuros de Kyan relucieron–; a menos que... ¿estás dispuesto a entrenar conmigo?

–¿Yo? ¿Cuándo?

–Ahora, por supuesto.

–Por supuesto –murmuró–. Claro, porque, ¿qué más podría querer hacer a las dos de la mañana que enfrentarme en un combate con un guerrero de mucha mayor experiencia que yo?

–¡Excelente! ¿Espadas o dagas?

Al parecer, la ironía escapaba a un guerrero, por lo que Ashton se vio enfrentando a Kyan por dos cuartos de hora, antes de tomar un descanso e ir en búsqueda del mensajero que tenía la carta de Ashton. Cuando uno de los guardias que custodiaban el puente levadizo les confirmó que se había marchado, Ashton dejó salir el aire. Luego gruñó. Kyan le había dejado más de un par de moretones y cortes.


***


Eilidh hizo su mayor esfuerzo para mostrarse animada e inquieta, lo que estaba fuera de su naturaleza. Bueno, no exactamente, pero si recordaba lo que había sucedido hacía unas horas... no, si lo recordaba, sería más real y no podría seguir. Debía seguir.

Solo una promesa (Drummond #5)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora