Capítulo 3

231 69 6
                                    

Bien, la conversación no había ido todo lo bien que le hubiera gustado. En primer lugar, porque era condenadamente difícil fingir algo que no poseía, es decir, humildad y deferencia por un extraño que, por muy buen guerrero que fuera, lo había arrojado a una celda sin escucharlo siquiera. En segundo lugar, la mirada provocadora del joven guerrero ¿Kyan? que después de todo no se había ido a entrenar, hacía que perdiera la concentración en su actuación, haciendo que cada dos por tres esbozara una sonrisa burlona. Lo que llevaba al punto tres, aquello había hecho que Lord MacAuliffe lo mirara con desdén y exasperación.

En conclusión, no había ido bien. Y, lo que era peor, ahora estaba en un grave aprieto.

–¿No fue bien para ti, cierto? –Kyan se cruzó de brazos, frente a él–. ¿Qué callaste?

–¿Disculpa? ¿Me hablas a mí?

–Vamos, no seas idiota –de pronto, el joven guerrero estaba mortalmente serio–. ¿Es tu familia? ¿Necesitan ayuda?

–¿Por qué tú, de entre todos aquí, pregunta eso? –Ashton entrecerró sus ojos. Kyan los puso en blanco–. ¿Qué?

–Créeme, si yo quisiera acabar con tu familia, ya estaría hecho.

–Qué consuelo –murmuró.

–¿Y? ¿Necesitas ayuda?

Todo su ser se rebelaba ante esas palabras. No. Eso es lo que quería gritar. No, no necesito ayuda. Y, sin embargo, ese no era el caso.

De hecho, dada su idiota confrontación con MacAuliffe, él no estaría abandonando Glenley en largo tiempo. Suspiró, incrédulo.

–Sí. El caso es que necesito enviar un mensaje. ¿Crees que puedes ayudarme?

Esta vez, fue Kyan quien lo miró con sospecha y fue el turno de Ashton de poner en blanco los ojos.

–Si no confías en mí, ¿por qué me ofreciste ayuda?

–Me estoy entrenando para afrontar situaciones difíciles. Pero el primer paso es reconocerlas y tú, ahí adentro, tenías todos los signos de estar en una. Aun cuando sonreías despreocupado. Era una actuación, ¿no?

–Y una de mis favoritas –esbozó una gran sonrisa burlona–. ¿Bien, me ayudarás gran Kyan?

–Si dejas de ser idiota por al menos unos minutos.

–Demonios. Gracias de todos modos –Ashton hizo amago de irse. Kyan resopló y lo detuvo del hombro–. ¿Qué? –inquirió, todo inocencia.

–Acompáñame. Debemos ver a alguien.


***


Caminar con dos guardias a las espaldas no era nada divertido. Y, tristemente, nada con lo que Ashton no estuviera familiarizado. En casa, casi siempre tenía a uno de sus hermanos incordiando, vigilando, acechando para evitar que se metiera en problemas. Algo que, no importaba cuantos vigilantes tuviera, parecía no poder evitar. Suspiró irritado y giró, causando que el par de jóvenes se detuvieran, sin siquiera intentar disimular que lo seguían. ¿Por qué lo harían? Él no había olvidado que, si bien no estaba más en los calabozos, seguía siendo un prisionero.

Uno reacio, cierto, pero prisionero al fin. Y no que no hubiera pensado en escapar. De hecho, sería sencillo, pues sospechaba que los jóvenes guerreros que lo seguían eran enviados por Kyan y no por el señor del castillo. No obstante, si escapaba, no podría ir demasiado lejos antes de que lo detuvieran. Su caballo estaba vigilado, así que debería tomar otro. Y, la idea de robar a MacAuliffe era impensable. Su familia tenía suficientes problemas. Él había sido enviado a encontrar un milagro que los salvara, no el golpe de gracia que los liquidara.

Solo una promesa (Drummond #5)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora