Capítulo 7

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–No. De hecho, ese era mi objetivo –Ashton se encogió de hombros, aunque maldijo mentalmente el no haber planeado mejor lo que estaba haciendo. Si había logrado escapar, era para ir por ayuda, lo que no había hecho. ¿Por qué no pensó en eso cuando tenía oportunidad? ¡Aun si era tarde, debió enviar de la carta hacia las tierras de la familia de la prometida de su hermano mayor!

–Eh, tú, detente –ordenó el hombre a Kyan. Aun cuando Ashton intentó darle ventaja para que se deshiciera de su medallón familiar, no fue suficiente. Ante los ojos de todos, Kyan dejó caer en la mano del capitán el sello con el característico escudo de armas del Castillo MacAuliffe–. ¿Qué demonios significa esto? ¿No eres un Drummond también?

–No –Kyan tensó la mandíbula y elevó la cabeza con orgullo–. Pertenezco a la casa de MacAuliffe. Soy un guerrero.

–Demonios, no –gruñó el capitán–. Llévenlos al calabozo provisional mientras verifico quiénes son —ordenó y los soldados rodearon estrechamente a los dos jóvenes, para evitar su fuga—. ¿Qué rayos significa esto?

–Es lo mismo que me estoy preguntando –soltó en un gruñido Kyan, fulminando con la mirada a Ashton–. ¿Por qué no me advertiste? ¿Qué demonios está pasando aquí? Evidentemente estos hombres no son de la guardia de tu padre.

–No. Son de la guardia... de alguien más. Tenemos una visita no deseada y no hay manera de hacer que se marche. Podría complicarse la situación.

–¿Más? ¿Qué es peor que ser rehenes en su propio castillo?

–Se me ocurren un par de cosas –murmuró Ashton.

–Ustedes dos dejen de murmurar –amenazó uno de los soldados. Ashton y Kyan guardaron silencio hasta que los dejaron encerrados en una pequeña estancia y no en los calabozos, para gran alivio de los jóvenes.

–Será más sencillo escapar –exclamó Ashton, recuperando parte de su buen ánimo cuando los soldados los dejaron encerrados–. Sé dónde estamos.

–¿En serio? ¿Ese es tu plan? ¿Escapar? –Kyan lo miró, escéptico.

–Lo hice una vez. Puedo volver a hacerlo.

–Tu decisión –se encogió de hombros.

Ashton empezó a pasear por la estancia, tomando nota mental de los posibles pasadizos que pudieran llevarlos al exterior. Cuando escuchó que Kyan se dejó caer en uno de los laterales de la pared, giró y clavo sus ojos en él con curiosidad. Había algo que no cuadraba con la actitud del joven guerrero.

Y, por primera vez, pensó en lo que Kyan había sacrificado por ayudarlo. Es cierto, su carta no había llegado, pero él lo había acompañado hasta llegar a casa, llevándolo por atajos que ni siquiera sabía que existían.

Únicamente por eso habían llegado a tiempo. Pero ¿a qué costo? ¿Y para qué?

–No pensé que nos encerrarían nada más llegar –gruñó Kyan.

–¿Cuál será tu castigo? –inquirió Ashton, parándose frente a él.

–¿Qué?

–MacAuliffe. ¿Qué hará contigo?

–No lo sé –volvió a encogerse de hombros. Eso sin duda significaba que sí lo sabía, pero prefería no decirlo–. Habría sido mejor ir hacia las tierras a las que tu carta iba dirigida, ¿no?

–Sí. ¿Por qué no lo pensé? ¿No debías detenerme?

–¿Detenerte? ¿A ti? Debes estar bromeando.

–De hecho, sí –reconoció Ashton y soltó un suspiro de cansancio–. Estoy agotado. Han sido días largos y parecen una eternidad.

–¿Quién está en las tierras de Artem?

Solo una promesa (Drummond #5)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora