Capítulo 18

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Eilidh se mantuvo atenta a cada uno de los puntos negociados entre las dos familias, sabiendo que, en algún momento, cercano, tendría que volver a pasar por todo aquello... insistiría a su abuelo que fuera así.

Al terminar, la simpatía que halló en los ojos del mayor de los hermanos Drummond hizo que lo invitara a comer con ella. Heath le ofreció el brazo y se dirigieron hasta el salón.

–¿Cómo te sientes? –rompió los corteses intercambios que habían hecho desde que habían abandonado la estancia, dejando atrás a su abuelo.

–No lo sé –respondió, con sinceridad.

–Estará bien –aseguró Heath, dándole unas palmaditas en la mano– ya lo verás.

–Si me lo dices el confiable y poderoso regente de Savoir, ¿cómo podría creer algo diferente? –exclamó Eilidh con grandiosidad y luego se echaron a reír–. Gracias, Heath.

–No tienes nada que agradecer –Heath sonrió de medio lado– cuando te dije que siempre serías parte de la familia, lo decía en serio, Eilidh. Siempre.

–Gracias –musitó y carraspeó, para ocultar que su voz se había quebrado.

–Bueno, creo que tendremos una comida estupenda –dijo Heath, guiándola hacia la silla, sin intentar mirarla. Eilidh agradeció aquellos momentos que le daba para recuperar la compostura–. ¿Has pedido que preparen algunos de los platillos que aprendiste con mi esposa en Savoir? ¡Dioses, qué alegría me da!

–Por supuesto que sí, milord, para que no extrañes tanto tu casa en esta visita.

–Eres maravillosa, pequeña –Heath aseguró, sentándose frente a ella, antes de añadir–: y, un día, cada persona será consciente de ello.

–Confiaré, una vez más, milord, en tus palabras –Eilidh bebió de su copa y sonrió– espero que pronto podamos recibirlos a ti y a tu familia en Glenley.

–Así será, si los dioses lo permiten –soltó Heath y empezaron a servirles los alimentos.


***


–Se marcha. Mañana. Al amanecer –soltó Kyan a sus espaldas.

–Lo sé –dijo Eilidh, distraída.

–¿Y no acudirás a despedirte?

–Ya lo hice.

–Tú... ¿por qué lo hiciste?

–Sabes por qué, Kyan.

–Dioses. Entonces...

–No importa. Ashton se marchará. Y todo estará bien.

–No lo sé.

–Yo sí –Eilidh lo miró, finalmente– Yo lo sé –aseguró.

–De acuerdo.

–¿Te irás con él?

–No.

–¿Por qué no?

–Mi destino está aquí.

–¿Ah sí? –Eilidh arqueó una ceja–. ¿Es una propuesta?

–Dioses, no.

–Menos mal. Eres el único amigo que me queda, Kyan.

–Siempre seré tu amigo. Y de él.

–Él... –Eilidh miró al cielo– qué tarde se ha hecho. ¿Cenaste?

–¿Y tú?

–Vamos a las cocinas del castillo a ver que podemos encontrar –ofreció Eilidh y se fueron juntos de regreso a la fortaleza.


***


Eilidh se cubrió con una capucha y subió lentamente, como si hacerlo de aquella manera pudiera detener el tiempo y lo que traería el futuro. Sin él, nunca más, él.

Se arrebujó cuando el gélido viento de la mañana hizo que, al emerger, su capa se agitara con fuerza. Apoyó las manos en el muro y se asomó, sabiendo que estaba demasiado lejos para que la mirara.

Si es que él decidiera hacerlo. Mirar atrás. Buscarla.

Pero, aun antes de que sucediera, lo sabía. No lo haría. No miraría atrás. No más.

Y así fue. Su último vistazo de Ashton, desde las almenas del castillo de MacAuliffe, fue de su cabeza erguida, firme en su montura, con la mirada hacia el frente todo el tiempo.

Ni siquiera se fijó en si su compañía lo seguía cuando atravesó el puente levadizo. Luego galopó y se perdió en un recodo del camino rápidamente. Los primeros rayos del sol apenas se vislumbraban cuando su presencia pasó a ser solo un recuerdo.


***


–Ha llegado el invierno –exclamó su abuelo, bastante innecesariamente en opinión de Eilidh.

–Así es –se obligó a contestar, sin demasiado interés.

–Y con ello, sabes lo que vendrá.

–¿Lo sé? –inquirió, confusa.

–¿Has saludado con Adriana? –preguntó, cambiando de tema.

–¿Adriana está aquí? ¡Dioses, iré a saludarla inmediatamente! ¿Está en la aldea?

–Sí. Han venido para el festival de invierno.

–¿El festival...? –Eilidh, que se había incorporado animadamente, se quedó quieta de golpe al entenderlo–. Oh.

–Sí. Veo que lo entiendes ahora.

–Sí, milord.

–¿Sin protestas? Después de estas semanas, pensé que... te resistirías.

–No. Aunque no lo parezca, milord, cuando doy mi palabra, la cumplo.

–Serás una gran regente en ese caso.

–Eso espero.

–Bien, entonces, ¿te harás cargo de los preparativos?

–Sí, milord.

–Excelente –su abuelo la miró con algo parecido al orgullo, antes de voltear y alejarse.

Eilidh inspiró hondo, un par de veces, antes de obligarse a sonreír e ir en búsqueda de Adriana.

El festival de invierno. Y ella ya tenía diecisiete años. Por tanto, al finalizar aquellas festividades, estaba segura, sería una joven comprometida.

Su abuelo no lo había dicho, pero sabía que el hombre que sería su esposo ya había sido elegido y pronto le sería presentado formalmente.

Probablemente al inicio de las festividades. Se hospedarían en el castillo. Cuando escuchara qué familia tenía aquel honor, lo sabría.

Y así había sido. Cuando llegó el día y se anunció que los Munro, una de las familias nobles más antiguas de Glenley, se unirían a los MacAuliffe en la inauguración de las festividades, quedó claro para todos lo que estaba sucediendo.

Antes de culminar el año, lady Eilidh MacAuliffe, pasaría a ser la esposa de Anderson Munro, señor de Cormag, guerrero que había entrenado durante varios años en Glenley y con cuyos parientes, lamentablemente, Eilidh tenía bastante familiaridad.

Mucho temía que, ahora, nada, nunca más, estaría bien. 

**Un capítulo más y estamos cerca de terminar esta primera parte. Serán 20 capítulos. ¡Gracias por seguir ahí! Nos leemos pronto.**

Solo una promesa (Drummond #5)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora