Capítulo 1 - Un momento

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Un momento. Tan solo un momento es lo que necesita Colin para empezar a entender sus sentimientos, a ponerlos en orden y, aún así, le queda mucho camino por recorrer antes de entenderlos del todo. Pero, sobre todo; abrazarlos.

Cuando Penélope Featherington avanza hacia la ventana, intentando mantener la calma, se percata de un cuaderno abierto de par en par encima del escritorio. Duda si acercarse o quedarse donde esta. Se lame el labio inferior, luego se los aprieta; tampoco es que fuera a pasar nada grabe por leer un poco, ¿Verdad? Entonces se va acercando con lentitud, como quien no quiere la cosa. Intenta leerlo de pie, pero la letra de Colin Bridgerton no es que fuera clara; más bien le hace gracia pensar que tiene un parecido a la letra del doctor de la familia.

«Las mujeres francesas son algo divino, pasear con tanta belleza bajo la luna por las calles de Montmartre... Cuando me quiero dar cuenta, me encuentro contando los lunares de sus cuellos... La intimidad puede ser tan placentera y, aún así, sentir tanta lejanía».

Leer esas pocas líneas de repente le provoca a Penélope una excitación por todo su cuerpo, no puede evitarlo más cuando levanta el cuaderno, para seguir leyendo con más comodidad.

«La ciudad bajo las luces de los farolillos es de lo más hermoso que he visto en mucho tiempo, claro sin olvidarme de... no debería a ver puesto eso, ahora tan solo se puede apreciar un manchurrón de tinta. Supongo que no puedo evitar pensar en ella; pues es una parte importante en mi vida y, más cuando parece que...».

—¿Qué estás haciendo? —La voz de Colin sobresalta a Penélope, esta deja el cuaderno sobre la mesa, con los nervios a flor de piel.

—No, no quería leerlo es solo que... —empieza a tartamudear.

—No querías leer mi diario —Se encara acercándose a ella, visiblemente molesto por la violación de su intimidad.

—No debía haberlo hecho —logra decir.

—¡No, no debías haberlo hecho! —exclama con voz intimidante.

En el momento en el que Colín procede a cerrar su diario, Colín alarga el brazo, con tanta mala suerte que la lámpara de aceite se va a estrellar al suelo, rompiéndose en mil pedazos. Penélope da un paso atrás por el susto, pues no es habitual que viera a Colín enfurecido, tan solo lo vio una sola vez, ese día que se enfrentó a su primo «el estafador» y, en esa ocasión se comportó como todo un héroe, aunque más tarde lo fastidiará con esa boquita de oro que tenía para conversar. Ese mismo día en que Penélope lo catalogaba como: «El día cruel». Pero verle ahora enfadado por su culpa, ella había provocado que su mal genio, uno que mantenía casi siempre encerrado bajo llave; saliera a la superficie. Traga saliva, sin saber que decir o hacer. En ese instante la mano de Colín sufre un percance, un corte.

—¡Oh por Dios Colín, estás sangrando!

—No es nada —pronuncia enfurruñado.

—Claro que sí, déjame —señala quitándose los guantes.

Penélope busca alguna cosa y encontrando un pañuelo de color marfil al otro lado de la mesa. A prisa lo agarra y se agacha para vendar la mano herida de Colín, este siente reticencia en acercar su mano. Tan solo le basta cuando escucha la voz dulce de Penélope deja salir las palabras: «Déjame ayudarte, por favor». Colín teniendo aún algo de reparo le entrega su mano herida. Penélope acerca sus manos y venda la suya con delicadeza. Los ojos de Colín viajan desde su escote hasta sus ojos azules, como tantos mares que ha visitado y, aun así ninguno le puede hacer justicia. Por raro que le pueda parecer, siente el anhelo de tocarla, en ese momento Colín se da cuenta de lo hermosa que es Pen, no, se mentiría a sí mismo si afirmará que se acababa de dar cuenta de ese magnifico detalle. ¿Cuánto hacia que pensaba que la piel melocotón de Penélope era de las cosas más bonitas que había visto? Al pensar esto último traga saliva, coincide que Penélope ha acabado de vendarle, por alguna razón que Colín aún no está dispuesto a reconocer, cierra su mano aprisionando los dedos de ella en su grande mano.

—Escribes muy bien —suelta Penélope en forma de alago, creyendo que alagándole; puede que la perdonará, aunque era un elogio sincero, al fin y al cabo.

Colín vuelve a carraspear, siendo consciente de que sigue teniendo la mano de Penélope entre la suya. Entonces abre su palma, haciendo que la mano de ella vuele lejos de él. Siente que el tiempo va despacio cuando ambos se incorporan. No puede dejar de mirarla, buscando, perdiéndose en sus propios pensamientos. Pues la respuesta obvia no era posible, ella era su mejor amiga y lo había sido durante años y también de su hermana Eloise. Caer en el enfrentamiento que tenían ambas, lo ayuda en cierto modo a salir de ese bucle a la deriva.

—Te veré en el baile de esta noche—pronuncia Colín al ver que Penélope hacía ademán de irse.

—Claro, gracias por la lección —dicho eso, alcanza a coger su chal de seda turquesa y marcha cerrando la puerta tras ella.

Colín observa la puerta cerra por un momento y luego camina con cuidado de no pisar los cristales esparcidos, se queda mirando su diario con la curiosidad, de hasta dónde habría llegado a leer Penélope. Mientras tanto, Penélope baja las escaleras a prisa y cuando está a punto de salir de la casa Bridgerton; la casa número cinco, su mirada choca con la de Eloise que le lanza una interrogación con su mirada sin formular pregunta alguna. Entonces, furiosa sube las escaleras. Por otro lado, Colín observa desde la ventana salir del hogar de su familia a Penélope, que se dirige a la casa Featherington; la casa de enfrente a la suya. Estaba seguro de que nada le iba a ocurrir por andar, que, dos minutos hasta llegar al umbral de la casa Featherington. Pero era incapaz de dejar de mirar, hasta que ella entrara sana y salva. Se vuelve a cuestionar, a plantear ¿Qué es lo que siente? Cuando escucha la voz de su hermana Eloise maldecir en voz alta y entiende que eso es debido a que se ha cruzado con Penélope. Tendría que disculparse con su hermana, tarea que no le agrada mucho y menos tratándose de ayudar a Penélope. Vuelve a mirar por la ventana, una cabellera rojiza se asoma por la ventana de enfrente, gracias a que la ventana está abierta se percata de que sostiene un libro en sus manos. Vuelve su vista a su diario, ella lo alagó y, podía contar con los dedos de una sola mano todas las personas que alguna vez lo alagaron de corazón; al menos por méritos propios y no por ligarse a media ciudad.

Eres todo lo que quieroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora