La línea entre el odio y el amor, entre la oscuridad y la luz, es muy fina.
El mundo se ve como blanco o negro sin saber que en realidad hay gris; un balance sostenido entre el bien y el mal.
«Una vez fui tu aprendiza, Maestro, el único que me alejó...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Narra Kaia
Un mes. Ya había pasado un mes desde que el consejo había enviado a Anakin a una misión. Desde entonces, mis días habían sido monótonos y habían estado cubiertos por un manto negro de soledad. Mis amigos decían que era debido a lo cercana que había estado a la muerte tras el derrumbamiento, pero yo sabía que no tenía nada que ver con eso. Me había aislado de prácticamente todos por un único motivo que había rondado mi cabeza desde que Anakin se había marchado: iba a dejar el templo Jedi.
En el mes que había pasado mis logros habían sido numerosos, tanto que mi maestro me había permitido avanzar y trabajar en el estilo de combate «Jar'Kai» que me permitía luchar con dos sables láser. Incluso, había podido construirlos yo misma tras conseguir dos cristales Kyber en Illum. Cualquiera se habría sentido motivado a seguir con el adiestramiento Jedi con tan buenos resultados, pero no podía evitar preguntarme si el camino que seguía era el que quería o simplemente era el más fácil. Siempre había deseado ser una Jedi, pero jamás pensé que una de sus reglas arruinaría el futuro que siempre había añorado. No podía ser una Jedi porque jamás podría vivir junto a Anakin sabiendo que realmente estaríamos separados, sería una tortura pensar que mi vida se volvería una agonía por el amor que le procesaba al rubio. Puede que no fuera correspondido, pero no podía torturarme a mí misma de esa manera, no podía ser una Jedi. Había tardado demasiado en darme cuenta, pero a veces el amor puede con todo y lo derriba todo. Anakin sería el Jedi más poderoso de todos, tendría un futuro de gloria en el templo, si me quedaba tal vez arruinaría su futuro.
Me acerqué a mi cama y agarré los dos sables láser sobre ella, acariciándolos con cariño. Ya había decidido a donde iría tras abandonar el templo y estaba decidida a seguir mi propio camino. El único que sabía de mi decisión era mi maestro, el cual se había sentido realmente apenado de perder a su padawan. Ese sería mi último día allí, aunque primero tendría que ir a anunciarlo ante el consejo; sabía que no lo aprobarían, pero era mi decisión y debían respetarla, tal como mi maestro lo había hecho, deseándome suerte en mi propio camino.
Alisé mi vestido con las manos y me miré en el espejo. La persona frente a mí se parecía mucho a la joven Kaia de Naboo, sin embargo, ahora había crecido y era una persona con una mirada completamente diferente. Se notaba que había crecido, bastante a decir verdad, y no pude evitar desear que mi madre pudiera sentirse orgullosa.
Di un último vistazo a mi habitación y suspiré viéndolo todo ya casi guardado en bolsas para irme. Le sonreí una última vez a mi reflejo y cogí la preciosa gargantilla de diamantes que había dejado sobre la cama; uno de los últimos regalos de mi madre antes de morir. Tras ponérmela, salí por la puerta y me dirigí a la sala del consejo.
Miré inconscientemente en todas direcciones, esperando encontrarme con algún Jedi por los pasillos. Esperaba que si lo hacía me miraran con sorpresa o incluso desagrado, al fin de al cabo les estaba abandonando.