XXXI. QUEDA CLARO EL MENSAJE

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Llevamos un buen rato en el coche y Killian aún no me dice a dónde vamos.

-No es que me guste quejarme, pero... el escrito no se va a hacer sólo, tengo que buscar trabajo y aún no tengo ropa para la gala, por no hablar de que nos vamos la semana que viene a París...- mi respiración está algo agitada, ya que en estos momentos cualquier cosa es excusa para agobiarme.

-Ah, ya entiendo, no quieres pasar tiempo con tu querido novio ¿es eso?- será cretino.

-Killian, sabes de sobra que no se trata de eso, me encanta estar contigo pero ya te he dicho que...- me corta sin dejarme terminar mi frase.

-Encontraremos una solución para todo eso mi amor, ahora sólo relájate, prometo no secuestrarte durante mucho tiempo.- entrelaza nuestras manos apoyándola sobre mi regazo y yo le muestro una pequeña sonrisa.

-¿Ni siquiera piensas decirme a dónde vamos?- trato de persuadirlo para que me lo diga de una vez.

-Nicole, es la séptima vez que me lo preguntas, mira que eres impaciente.- dice poniendo los ojos en blanco. Decido desistir y continuamos el resto del camino hablando sobre el viaje, que me hace especial ilusión, nunca he estado en París y la idea de poder ir por primera vez con mi novio, hace que mi emoción aumente por segundos.

Finalmente, llegamos al sitio en cuestión, el cual no puedo reconocer ya que nos encontramos en el interior de un parking dónde solo parece haber coches de lujo. El jeep de Killian no se queda atrás aunque sospecho que no es el único que tiene por las fotos que he stalkeado en su instagram.

Subimos por un ascensor cuyas paredes son de cristal y tiene una pequeña alfombra roja en el suelo del mismo, me da pena hasta pisarla. Killian no pasa desapercibido mi mirada curiosa ya que me muestra una sonrisa ladeada. Él, lleva puesto uno de sus trajes negros que tan bien le quedan, salvo la corbata, que se la quitó nada más montarnos en el coche, por lo que la camisa blanca que lleva debajo no está abotonada entera y deja algo de piel a la vista. Cuando el ascensor llega a la planta que había marcado y pongo un pie en la calle que nos recibe, maldigo a todo lo que se me cruza por la cabeza.

-Maldita sea, ¿Qué hacemos aquí? Joder...- me lanza una mirada de advertencia por decir groserías, lo conozco demasiado bien a mi parecer.

-Me quedó claro tu mensaje, Nicole, así que voy a elegir personalmente tus regalos.- Dice colocándose sus gafas de sol completamente negras y alargando su mano para que la agarre, sin embargo me quedo en mi sitio. ¿Enserio me tenía que traer a la misma calle donde descambié todo? Cómo alguna de las dependientas se den cuenta de que soy su novia me comerán viva. Sólo había que ver como hablaban de la pareja de Killian como si fuera una oportunista o alguien que se está aprovechando de su fortuna, y para colmo yo les mentí en la cara, si alguien me reconoce, seré la comidilla de toda esa gente, cosa que no me apetece. –También puedes elegir tú lo que te dé la gana, Nicole. Todo lo que te guste será tuyo.- dice al ver un tanto de inseguridad en mi cara.

-No es necesario, no hace falta que me regales nada, ya podemos venir otro día.- no termino de darme la vuelta cuando envuelve suavemente su mano sobre la mía y nos lleva camino a alguna tienda.

-No está a discusión, preciosa.- Termino dejándome llevar. Me hace gracia la imagen que damos, él tan elegante con su traje y sus gafas de sol, tapando esos ojos verdes que tanto me encantan mientras que yo voy más informal, con mi jersey y mi falda de tablitas. Nuestra primera parada es "Balenciaga", sí, aquí recuerdo que me pusieron una taza de té mientras un par de empleados hablaban de lo bueno que estaba mi novio y de lo zorra que sería su novia, en resumen, yo. Cuando un amable portero nos abre la puerta, le doy las gracias, enseguida un chico de unos treinta años, que no había visto hasta el momento, se nos acerca a atendernos. Trato de ocultar mi cuerpo tanto como puedo detrás de Killian, ya que puedo divisar a lo lejos a una de las víboras de la otra vez. Killian no parece prestar mucha atención al momento, ya que, tras intercambiar un par de frases con el chico, tres empleados más se acercan, entre ellos, la señora esa que no parece darse cuenta de mi presencia.

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