Una historia basada en Romeo y Julieta. En el crepúsculo del siglo XIX, el año 1892, la historia de Paul Ackerman y Madeleyne Stone se despliega como un tapiz tejido con hilos de destino y tragedia. Paul, el enigmático líder de la mafia más temida d...
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Viktor Ackerman.
La mansión Ackerman estaba en completo silencio, como si sus muros de piedra y mármol pudieran contener cualquier murmullo de intriga que ocurriera dentro. Mis pasos resonaron con suavidad mientras recorría el largo corredor hacia la habitación donde Isabelle Renard estaba retenida. No había necesidad de cadenas ni celdas. Isabelle era una mujer racional, demasiado inteligente como para intentar escapar cuando sabía que sería inútil.
Dos guardias flanqueaban la puerta, y al verme, se cuadraron. Les hice un gesto para que se retiraran.
—No será más que unos minutos —les dije.
Al entrar, me encontré con Isabelle sentada junto a una ventana. El atardecer teñía su perfil con tonos cálidos, y, por un momento, su porte tranquilo y elegante casi me hizo olvidar que era nuestra prisionera. Vestía un sencillo vestido blanco, discreto pero impecable. Me recibió con una sonrisa apenas perceptible.
—Señor Ackerman —dijo, inclinando ligeramente la cabeza—. ¿A qué debo el honor de su visita?
—Solo una charla entre diplomáticos, madame Renard —respondí, tomando asiento frente a ella. Sobre la mesa que nos separaba había una tetera y dos tazas. Noté que ya había servido una para mí. Ingenioso movimiento. Un acto de cortesía para intentar igualar la balanza en esta conversación.
—¿Diplomáticos? —replicó con un toque de ironía—. No sabía que los Ackerman fueran conocidos por su... delicadeza política.
Me permití una leve sonrisa.
—Eso es lo que pasa cuando solo se habla de nosotros en susurros. La realidad tiende a ser mucho más matizada.
Tomé un sorbo de té, usando el gesto como una pausa para observarla. Isabelle tenía los ojos de alguien acostumbrado a estudiar a otros, a medirlos. Una habilidad que compartíamos.
—Hablemos francamente, madame Renard. Este conflicto no beneficia a nadie, ni a su nación, ni a la nuestra. Su gobierno tomó un riesgo peligroso al robar nuestras armas, y ahora se encuentra en una posición precaria.
Isabelle no respondió de inmediato. En cambio, jugó con el borde de su taza, pensativa.
—Los riesgos siempre son necesarios cuando se busca igualdad, señor Ackerman. Francia no aceptará ser una sombra más en el dominio alemán.
Asentí, apreciando su audacia.
—¿Igualdad? No estoy aquí para debatir los ideales de su gente, sino para señalar lo que está en juego. Este conflicto no es solo sobre armas. Los secretos que usted guarda, los contactos que maneja… todo eso podría estar en peligro si esto escala más allá de lo necesario.
Sus ojos se estrecharon apenas, un indicio de que mis palabras habían tocado algo.
—¿Está amenazándome? —preguntó con suavidad, pero con un filo en su tono.