Decían que el que persevera logra sus objetivos. Y en ese momento lo estaba confirmando más que nunca.
Aquel hombre me había seguido por semanas se había convertido en mi sombra; una extensión de mí.
Pasaba frío cuando yo lo hacía, se mojaba bajo la lluvia cuando yo no lograba llegar a algún refugio. Iba a los comedores conmigo y se colocaba cinco pasos detrás de mí siempre.
No tenía idea de si estaba bien mentalmente, pero no había una forma de alejarlo de mí, por lo que tuve que ser precavida durante todo este tiempo.
Sabía que me observaba, que me analizaba, que me leía con cada paso que daba a metros de mí.
Y aunque el miedo se arraigó en lo más profundo de mí cada día de mi vida, fue imposible alejarme. Cada vez que lo intentaba desaparecía por varias horas hasta que tenía que volver al comedor habitual hambrienta.
Y ahí estaba él, en las afueras mirándome como si no le importara que conociera su presencia.
Él sabía que huía de él, sabía que le temía, sabía que con él a mi alrededor me había vuelto más precavida.
Muchas veces se me hacía imposible dormir, pues cuando no tenía a nadie más, cerca, me quedaba a las afueras de los restaurantes en vela para saber que él no podría tocarme mientras dormía en algún parque solitario.
Y las veces que dormía en los lugares de mala muerte en dónde más personas como yo dormía, lo hacía en el centro, por donde tendría que pasar por encima de muchos antes de llegar a mí y en dónde podría gritar si me hacía algo y alguien más escucharía.
Pero en este momento justo estaba en una desventajosa situación.
Estaba lloviendo fuertemente y la lluvia caía sobre mi cabello negro ocasionando que algunos mechones se pegaran a mi frente y mejilla.
Mi mochila vieja con las mantas dentro de ella estaba enchumbada pesando más de lo habitual y todos los harapos que cubrían mi cuerpo estaban mojados ralentizando mis pasos, pero, sobre todo, enfriando mi piel de una forma rápida.
Pero nada de eso me preocupaba.
Mi única preocupación era estar en un callejón sin salida con un hombre a pocos pasos de mí... esperando.
Había confundido los callejones y había terminado atrapada en este sin salida.
Mi habitual callejón me llevaría a un edificio abandonado en dónde más personas como yo pasábamos la noche si llovía. Nos sacarían al otro día, pero estaríamos cubiertos mientras permaneciera la lluvia.
Ahora estaba sola, desamparada y sin ninguna persona lo suficientemente cerca como para ayudarme a salir de esta.
Me di la vuelta lentamente y miré hacia él hombre que estaba igual de mojado que yo.
Nunca tenía la misma ropa, como yo, que subsistía con dos mudas nada más. Él cambiaba de prendas todos los días, lo que me dejaba saber que él tenía una vida.
Las lágrimas comenzaron al descender al verlo acercándose y solo pude retroceder hasta que estuve contra la pared de ladrillos.
Y por primera vez lo vi sonreír.
Él portaba ropa negra, botas militares y un arma en su cintura. Tenía su cabello corto y su mandíbula con un rastrojo de barba que parecía no haber sido afeitada en uno o dos días.
Sus ojos eran oscuros y debía tener algunos treinta y tantos años. Una cicatriz cubría la mitad de su rostro haciéndolo ver más atemorizante.
Quería correr lejos de él, porque sabía que no me traería nada bueno, pero no podía hacer nada.
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BELTZA
General FictionSer huérfana en el lugar del que provenía nunca era algo bueno. En primer lugar, porque las casas de acogida eran una mierda y más un centro de reclutamiento que de ayuda. Aunque para muchos ser reclutados era una bendición y algo muy bueno, para...