CAPÍTULO 26

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Los cuatro estábamos en silencio mientras el auto avanzaba lentamente por un camino sin asfaltar. Había un poco de lodo por la reciente lluvia, pero a parte de eso el camino era suficientemente bueno como para avanzar por él sin problemas.
Mi casa había quedado a las afueras de la ciudad. Había vivido ahí durante toda mi vida, hasta que me vi en la necesidad de escapar.
Recuerdo haber vagado por los bosques tomando como única vía de orientación las cabañas y las señales hechas por los cazadores. Pues si llegaba a usar el camino principal, nunca hubiera podido escapar.
Fue abrumador para mí toda la adaptación a la ciudad después de haber conocido solo a mi mamá y a mi padre. Pero logré adaptarme lo mejor que pude y sobrevivir.
Cuando estuvimos cerca me aseguré de pedirle a Kren que estacionara antes de llegar al final del camino y los cuatro bajamos del auto.
Yo llevaba un vestido negro liso, con una falda que se movía con la brisa cada vez que me azotaba y mi cabello suelto algo despeinado. Los tres hombres alrededor de mí estaban vestidos con pantalones negros y camisetas del mismo color combinando conmigo completamente.
Y no parecíamos tan desentonados cuando llegamos al final del camino y nos encontramos con una iglesia algo vieja, pero que aun conservaba sus gloriosas edificaciones a la perfección y frente a ella un pequeño cementerio.
La melancolía me envolvió al recordarme unos pocos días en la superficie con mi madre, solo el tiempo suficiente para que ella tomara el sol y no se desgastara cada vez más por la falta de él.
Sentí la mirada de los tres sobre mí, pero no dije nada, ciertamente no era el mejor lugar para que una niña creciera, pero era todo lo que había conocido.
Con pasos lentos caminé entre las largas hileras de cruces maltrechas y viejas, pisando el suelo santo que había sido profanado más de una vez por el hombre al que llamaba padre.
—Él no está aquí —dije mientras señalaba el lugar dónde debía estar una camioneta estacionada —probablemente está buscando su próxima víctima.
Los pelos se me pusieron de punta y sentí la interrogante bailando alrededor de nosotros, pero no me animé a contestar, solo continué mi camino hasta estar frente a la iglesia de dos pisos y empujé sus puertas erizándome con el chirrido que ocasionó al abrirse.
Ellos me siguieron a través de la tétrica iglesia iluminada solamente por los rayos de sol que entraban en el lugar a través del cristal de mosaicos en el frente, justo detrás del Jesucristo al que le había rezado tantas veces pero que nunca escuchó.
Justo detrás del Jesucristo que vio como él profanaba mi cuerpo de todas las formas posibles frente al altar sin hacer nada.
Tratando de no mirar aquella parte del lugar, continué hacia la izquierda pasando las hileras de asientos de madera oscura hasta llegar a una pequeña puerta cerrada. Sintiendo mi pecho encogerse, removí el candado que se encontraba abierto y empujé la puerta encontrándome con aquellas escaleras por las que había descendido hecha pedazos más de una vez.
Mientras bajaba y mis pasos causaban un enorme eco, intenté entender cómo me sentía, pero era imposible para mí saberlo. Me sentía entumecida.
Al llegar al pie de las escaleras moví mi mano hacia donde sabía estaría el interruptor y de inmediato la luz tenue bañó el enorme sótano.
Mi pecho se oprimió al ver la cantidad de cosas que poseía en ese entonces, aun intactas en los lugares en los que los había dejado. Lo ignoré todo y me enfoqué solo en el refrigerador en el fondo del lugar y comencé a caminar hacia él haciendo resonar mis zapatos contra el frío cemento.
El lugar olía a guardado y un poco a humedad, por lo que supuse que ya comenzaba a deteriorarse aquella vieja iglesia.
Sintiendo mi corazón martillar dolorosamente contra mi pecho me detuve frente al refrigerador en forma de caja y abrí la tapa tocando la fría puerta de metal. Al abrirla por completo el frío se escapó estremeciendo mi piel.
Pero nada de eso importó, no cuando tenía directamente frente a mi el rostro casi momificado de mi madre. La mujer que yo misma había asesinado solo para sacarla de su dolorosa miseria siendo prisionera del hombre que había dicho amarla.
Las lágrimas brotaron de mis ojos y un puchero se instaló en mis labios al ver el pequeño tatuaje extrañamente visible en su muñeca. Era el símbolo que poseía la portada de uno de los libros que ella me había hecho leer. Después de haberla matado los leí tantas veces que perdí la cuenta solo para sentirme conectada con ella de alguna forma.
Y sin poder evitarlo suavemente entoné aquella canción que le canté mientras robaba la vida de su cuerpo, aquella canción que tanto me cantó a la hora de dormir cuando la oscuridad era tan profunda que no podía ver ni mi propia mano.
Y cada célula de mi cuerpo se desgarró mientras una de mis manos hacía el amago de tocarla, pero me detuve un breve instante sintiendo que no merecía hacerlo.
—Yo la maté —dije suavemente, aunque sabía que ellos podrían escucharme —solo tenía catorce años, pero ese mismo tiempo había vivido ella en cautiverio aquí abajo y yo junto a ella. Fue una mujer hermosa en algún momento, pero su piel comenzó a quebrarse, su cabello comenzó a caerse hebra por hebra y prefería verla muerta que continuar verla sufriendo como lo hacía. La asfixié hasta que su cuerpo se volvió inerte y él como castigo por haberle arrebatado la vida que él consideraba suya, la metió aquí y la dejó junto a mí durante todo un año para que recordara lo que había hecho.
Mis ojos se levantaron de ella y miraron hacia la otra esquina en dónde estaban todos mis libros apilados. Lo único que él me había dado habían sido todos esos libros y mi mamá me enseñó a leerlos.
Observé todas las paredes llenas de marcas que había hecho ella con alguna piedra para contabilizar sus días aquí dentro. Había dejado de marcarlos cuando las paredes no tuvieron ningún espacio disponible para rayar.
Los hermanos observaron esas mismas marcas y el asombro los envolvió. Parecía que mi trágica existencia podría sorprender a cualquiera.
Volviendo mi mirada hacia mamá sonreí suavemente y noté como las lágrimas caían en su helado rostro. Pero se congelaron en el instante en el que tocaron su azulada piel.
Y mirando sus ojos cerrados que en algún momento fueron tan oscuros como los míos, entoné esa suave canción que me recordaba solo a ella.
—¿Vas a venir al árbol donde vi a un muerto pedir a su amada huir? —mi voz salió suave y aunque las lágrimas seguían escapando traté de que los sollozos se mantuvieran a raya —Cosas extrañas pasan al anochecer... En el árbol del ahorcado te veré...
Cuando un sollozo logró escapar mordí mi labio inferior con fuerza y me atreví a acariciar con mis dedos el tatuaje en su brazo.
—¿Vas a venir al árbol donde vi un sueño en el que soy libre junto a ti? Cosas extrañas pasan al anochecer... En el árbol del ahorcado te veré ¿Vas a venir al árbol donde vi lucir un collar de esperanza junto a ti? Cosas extrañas pasan al anochecer... En el árbol del ahorcado te veré.
Mi voz se redujo a nada y suavemente tarareé las notas mientras veía el tatuaje por última vez y cerraba la puerta del refrigerador en el que mi madre se conservaba.
Sintiendo como quedaba en blanco me aferré a él y volví a reanudar la canción como si fuese un cántico de despedida para ella. La cantaba tantas veces que llegó un punto dónde dejé de tomar en cuenta el significado de sus letras ¿pero ahora? Ahora se sentían tan certeras en cuanto a lo que esa mujer llegó a sentir que creí adecuado cantarla mientras me acercaba al montón de libros y los acercaba al refrigerador creando un rastro de ellos que servirían para encenderla en llamas en cuanto desconectara el maldito refrigerador.
No era un ataúd, pero era lo más cercano a un cierre que podía darle a su alma.
—Cosas extrañas pasan al anochecer... —entonó Death a coro conmigo mientras se acercaba a los libros para hacer lo mismo que yo —En el árbol del ahorcado te veré.
Una vez terminamos guardé absoluto silencio y di un último suspiro antes de darme la vuelta y subir a la iglesia en busca de las lámparas que vi encendidas en el altar.
Al encontrar una regresé abajo deprisa y la lancé contra los libros para que con el gas y la mecha encendida los libros alrededor se encendieran en llamas. No sentí pena por ninguno de ellos, después de todo los únicos que me gustaría llevar merecían mezclarse con sus cenizas.
Todos nos aferramos a algo cuando sentimos que la vida se nos va. Cuando el poder de nuestras decisiones se ve afectado por alguien más, cuando estamos atrapados sin poder hacer nada para evitarlo. Todos nos aferramos a algo que nos recuerde a esa libertad que en algún momento tuvimos y ella se aferró a esos libros de esa forma. Como si fuera un escape de su cruda y triste realidad.
Con paso apresurado me di la vuelta y caminé hacia las escaleras dando por finalizada mi tarea.
El alivio me invadió cuando salí y sin dudarlo tomé las otras lámparas y las lancé contra las cortinas de la maldita iglesia provocando que se encendieran en llamas y Death, pareciendo fascinado por la melodía que había entonado comenzó a silbarla suavemente.
Dann lo acompaño mientras acercaba uno de los asientos de madera hacia el fuego de las cortinas para que sirviera como leña que incentivara al fuego a extenderse y Kren tal vez distraído también la entonó provocando que mi pecho se apretujara.
—¿Vas a venir al árbol donde vi un sueño en el que soy libre junto a ti? Cosas extrañas pasan al anochecer... En el árbol del ahorcado te veré ¿Vas a venir al árbol donde vi lucir un collar de esperanza junto a ti? Cosas extrañas pasan al anochecer... En el árbol del ahorcado te veré.
Canté mientras salía de la iglesia para dejar que se incendiara en llamas, para que se quemara con ella toda una vida de cautiverio.

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