Detrás de la iglesia se encontraban dieciséis tumbas sin nombre, sin cruces, sin nada que las identificara como algo más que muertos sin rostro. Pero no era así. Yo había visto sus rostros, las había nombrado cuando muchas de ellas no pudieron hablar cuando las vi.
Las recordé para que nunca fueran olvidadas.
Y aunque yo participé en las muertes de muchas de ellas, me tomé la molestia de mantener sus tumbas sembradas con plantas que florecían en cualquier época del año.
Las pocas veces que salí era cuando tenía que enterrarlas y aprovechaba para poner semillas de las flores secas alrededor de las otras tumbas.
Pero ahora, no eran solo dieciséis tumbas, eran diecinueve y las últimas no tenían ninguna flor cubriéndolas.
—¿Beltza? —llamó Kren suavemente mientras notaba la nostalgia con la que observaba las tumbas.
Mis ojos intentaron alejarse de ellas, tratando de mantener a raya los recuerdos a los que no quería regresar, pero fue imposible no ir hacia aquellos días oscuros en los que mi única misión era cavar.
—¿Papá? —llamé suavemente al hombre delgado y con poca barba que sostenía mi mano mientras me sacaba de pequeño cuarto en dónde dormía con mamá.
Era oscuro y casi siempre tenía miedo, pero mamá siempre me cantaba una canción bonita que me ayudaba a dormir en la oscuridad.
Mientras papá me hacía caminar con mi camisón blanco hacia afuera no pude evitar emocionarme. Papá nunca me sacaba. Mamá me decía que él me sacaba de vez en cuando, pero era demasiado joven para recordarlo.
Ahora con cinco años recordaba todo lo que hacía y lo que pasaba. Era muy poco, pero me alegraba recordar esta primera vez fuera del cuarto en el que mamá y yo vivíamos.
Al salir la brisa azotó mi cabello largo, tan largo que llegaba a mis rodillas. Mamá dijo que lo cortaría, pero yo no quería, me gustaba largo, muy largo.
—¿Papá? —llamé nuevamente, pero él me ignoró. Siempre lo hacía.
No importaba. Era mejor si no me distraía.
Mis ojos vagaron por todo el lugar con emoción absorbiendo todo. Desde los asientos hasta las extrañas piedras en la habitación de arriba.
Cuando salimos pude ver una luz suave iluminar todo el frente y no pude evitar sonreír al verla en el cielo. Era la luna. Mamá me la había descrito muchas veces y había dicho que solo salía cuando el cielo estaba oscuro como ahora.
Sin poder tener suficiente mis ojos se movieron por todos lados viendo las cruces que mamá me había descrito cuando le pregunté como era afuera de nuestro cuarto.
Papá siempre salía y con las historias que mamá me contaba más los libros que me leía en voz alta, tuve muchas preguntas acerca de este lugar.
Ahora mi habitación se sentía tan pequeña.
Papá me siguió llevando por lo que mamá había llamado cementerio y me encantó ver que había letras en algunas de las cruces. Podía leerlas, mamá me estaba enseñando y como solo estábamos ahí dentro aprendía muy rápido
Pero papá no se detuvo para dejarme verlas y yo no le pedí que lo hiciera, no quería que se molestara conmigo como lo hacía con mamá.
—¿Papá? —llamé de nuevo al notar que le dábamos vuelta a la habitación grande encima de la nuestra.
Papá tenía su propia habitación, lejos de mamá y de mí, pero mamá había dicho que sí tenía luz todo el tiempo, no cómo la nuestra, que solo tenía luz cuando papá quería.
—¿Quieres que te regale más libros? —escuché que papá preguntó.
—Sí, sí —la emoción fue difícil de ocultar, pero esta vez él no se molestó por mi euforia, solo me observó desde arriba con el ceño fruncido.
Su mano se elevó hacia mi mejilla y la acarició lentamente siendo esta la primera vez que recordaba que él me tocaba.
Un puchero apareció en mis labios cuando se apartó, pero él sonrió y me acarició el cabello antes de hacerme caminar nuevamente hacia algún lado.
Cuando se detuvo, miró a todos lados y luego se arrodilló frente a mí.
—Necesito que me ayudes a hacer un hoyo, sé que estas pequeña, pero debes empezar desde ahora y así cuando crezcas vas a saber mejor cómo hacerlo.
—Si, papá, si puedo.
Papá me sonrió y se levantó de dónde estaba para acercarse a alguien tirado en el piso. No la había visto, pero ahora que había notado que estaba ahí fue imposible no acercarme.
Era la primera persona que había visto además de papá y de mamá y ella era muy diferente a ellos.
Su piel era oscura, oscura como la noche, pero sus ojos y su cabello eran exactamente iguales a los de mamá; negros.
Lentamente parpadeé hacia ella y cuando me vio, comenzó a gritar, pero algo cubría su boca y no se podía entender nada.
—¿Cómo te llamas? —le pregunté mientras me acercaba —mamá dice que todos tienen un nombre, un nombre es por dónde te llaman cuando te buscan o necesitan hablar contigo, el mío es Trash ¿el tuyo?
—Se llama Marilyn, Trash ¿sabes por qué está aquí? —cuestionó suavemente.
Yo negué cuidadosamente y lo miré con mis ojos grandes llenos de atención.
Mamá decía que cuando miraba de esa forma parecía que absorbía toda la información como una esponja, eso la hacía reír y a mamá pocas cosas la hacían reír.
—Está aquí porque tiene los mismo ojos de tu mamá, los mismo ojos traicioneros ¿sabes que hacemos con la gente como ella? —yo negué lentamente —le cortamos la garganta y la metemos en un hoyo para que no traicione a nadie más, eso ayuda a papá a ser feliz.
Suavemente sonreí y me acerqué a la mujer.
—Vas a hacer feliz a papá, eso es muy bueno.
Suavemente aplaudí y los ojos de la mujer se llenaron de lágrimas antes de gritar fuertemente, pero su grito se cortó a medio camino, pues papá había pasado un cuchillo por su cuello que no había visto de dónde lo sacó.
Cuando papá soltó su cabello la mujer cayó hacia adelante y curiosa me acerqué a ella para agacharme. Podía sentir gotas de algo caliente sobre mi cuerpo que habían saltado cuando papá la cortó, pero no sabía que era.
—¿Papá, que es eso rojo? —él sonrió mientras se agachaba y untaba sus dedos en la sustancia para llevarlos a mi rostro y embadurnarme con la cosa caliente y viscosa.
—Es sangre, Trash. Acostúmbrate a ella, la veras muy continuamente.
—¿Eso quiere decir que me traerás afuera? —él asintió —Entonces no me importa mojarme con ella.
—Solo tenía cinco años —susurré —¿cómo iba a saber que había presenciado un asesinato?
Las lágrimas siguieron descendiendo y no pude evitar sentirme mal por Marilyn. Era la primera que había recordado, pero mamá me había dicho que cada seis meses papá me llevaba con él afuera para que viera como asesinaba a una mujer solo por tener el cabello y el color de ojos de mi madre.
Con el tiempo las muertes se fueron reduciendo considerablemente, pero estaban ahí, latentes en mi alma. Y cuando mamá me explicó lo que significaba lo que papá y yo hacíamos. Nunca pude verlo igual.
Él me había hecho su cómplice en cada uno de los asesinatos. Me había hecho cavar sus tumbas desde temprana edad, aun cuando solo podía sacar tierra con un cubo. Me había manchado con su sangre cuando intentaba débilmente arrastrarlas con la ayuda de papá.
Había hecho todo eso bajo la luz de la luna, pero nunca supe lo malo que era hasta que alguien más lo explicó.
—Y uno tras otro lo ayudé —susurré mirando como Death limpiaba uno de los matorrales llenos de flores, como si fuera demasiado importante hacerlo antes de que nos fuéramos.
—No puedes culparte por algo en lo que no tenía poder de evitar.
—No me culpo, esa es la peor parte, Kren, que nunca he sentido remordimiento después de saberlo. La única muerte que me hizo sentir sucia por presenciarla, fue la de mi madre y solo tal vez, porque debí haberme ido con ella ese día, no dejarla sola cruzando el umbral entre la vida y la muerte. Pero supongo que nunca he sido lo suficientemente fuerte.
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BELTZA
General FictionSer huérfana en el lugar del que provenía nunca era algo bueno. En primer lugar, porque las casas de acogida eran una mierda y más un centro de reclutamiento que de ayuda. Aunque para muchos ser reclutados era una bendición y algo muy bueno, para...