Cinco días después.
—¿A dónde vamos? —le cuestioné a Death mientras me colocaba un vestido color menta que me había lanzado después de haberme dado una ducha rápida.
Habíamos desayunado no hacía mucho tiempo y los demás se habían ido. Death en cuanto estuvimos solos me envió a ducharme y ahora me vestía como si fuésemos a salir. Lo cual confirmé al ver la ropa que llevaba puesta.
Tenía jeans, botas militares y un suéter negro. En su mano se encontraba un videojuego de color rosado neón y no pude evitar sonreír mientras me metía en las bailarinas negras.
—Te llevaremos con el doctor —avisó y mis movimientos se detuvieron.
Él guardó el juego en su bolsillo trasero y se acercó a mí para tomar mi mano y arrastrarme por el pasillo hacia las escaleras.
—No tengo seguro, Death, ni identificación ni nada de eso —le recordé.
Él continuó con su caminata y comenzó a tararear alguna canción en su cabeza mientras me forzaba a caminar hasta el auto frente a la casa.
Los vellos de mi piel se erizaron cuestionándome si él sabía conducir. Las veces que salimos él nunca lo había hecho y si Dann o Kren no le daban el volante alguna razón debía haber. Pero él no me dejó cuestionarme nada. Me metió en el auto y se inclinó sobre mí para colocarme el cinturón de seguridad antes de darse la vuelta y cerrar la puerta para ir a ocupar su lugar del otro lado del auto. Una vez entró, puso el auto en marcha y salió de los terrenos de la casa hacia la única carretera que nos conectaba con la civilización.
—¿Death?
—No puedes seguir tomando patillas anticonceptivas del día siguiente para evitar un embarazo, eso desordena tus hormonas. Por eso te llevo con una doctora que es amiga mía, además, tienes tres años sin pisar un consultorio, tal vez más, por lo que necesito saber que todo está bien contigo ¿lo entiendes, muñequita?
Asentí al comprender lo que lo impulsaba, y ciertamente si aquella doctora resultaba ser amiga de él, solo podía significar que me atendería sin la necesidad de tener identificación. Y probablemente él pagaría lo necesario para que fuera atendida.
El resto del camino lo pasamos en silencio y me permití deleitarme con la presencia de Death como siempre lo hacía. Siempre había dicho que él era una bomba de tiempo. Pero había ocasiones como esta en la que él pasaba de ser ese mar de emociones y reacciones contradictorias a ser este hombre tan pacífico y calmado.
Y ciertamente no sabía cual de todas sus facetas me encantaba más.
Una vez llegamos a la ciudad él se dirigió a uno de los edificios del centro y cuando estuvo ahí, frente a un opulento edificio de unos treinta pisos, se bajó del auto y me ayudó a salir a mi luego. Con su mano entrelazada en la mía me guio hasta la recepción y continuó su caminata hasta que estuvimos frente a un ascensor.
Me detuve abruptamente y Death se detuvo a mi lado para observarme con atención.
—Nunca me he subido a un ascensor —admití.
—Oh, muñequita —Death rio suavemente y mis mejillas se tornaron de un suave tono rosa.
—¿No se cae? —cuestioné haciéndolo reír una vez más y me deleité con el sonido de su risa.
—No, Muñequita, no se cae.
Suavemente tiró de mi mano hasta que estuvimos dentro de la caja metálica y mis ojos se movieron por todo el lugar mientras Death presionaba el número veintitrés en los botones del panel del ascensor.
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BELTZA
Narrativa generaleSer huérfana en el lugar del que provenía nunca era algo bueno. En primer lugar, porque las casas de acogida eran una mierda y más un centro de reclutamiento que de ayuda. Aunque para muchos ser reclutados era una bendición y algo muy bueno, para...