prólogo

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"Recuerdo fervientemente la sensación de las briznas de hierba acariciando nuestros brazos. Los pies llenos de barro por corretear por el río; cómo te lavaba los pies después, como si fuese tu discípulo y tú una divinidad, que en el fondo, para mí lo eras."

Cuando era pequeño siempre soñé con cómo sería la ciudad. 

Me la imaginaba siempre de la misma manera; un lugar del que escapar de mi pueblo, donde tendría mil y una oportunidades. Veía mi pueblo como una condena, pues parecía que desde que nacías solo te preparabas para seguir en el lugar y atender las necesidades de este. Y yo, que era un soñador, me sentía bastante ahogado con la idea de tener que quedarme ahí y trabajar en el campo. Evidentemente era consciente de que no era lo único que me esperaba si me quedaba, pero siempre me gustó pensar a lo grande.

Y entonces me mudé a la ciudad. Y todas las flores parecían más mustias y el sonido tan alto que embotaba mis pensamientos. La similitud de la realidad con mis idealizaciones no era ni remota; la sensación de ahogamiento que sentía tener antes quedaba incluso minimizada. Además era un sentimiento bastante traicionero pues parecía un lugar mucho más liberador.

Mi punto de inflexión fue mi trabajo de oficina. Nunca me sentí tan pequeño e insignificante como la primera vez que me metí a un cubículo. Como yo había otros tantos; mi currículum podía ser espectacular a nivel académico, pero era similar al de todos mis compañeros. En un sistema en el que nadie destaca por nada, es imposible sentirse satisfecho.

Llega un momento del que pasas de ser aplaudido por hacer cálculos mentales con dos cifras a tener como requerimiento mínimo saber tres idiomas, como si fuese lo más sencillo y normal del mundo.

Me avergonzaba aceptarlo, pero el escape que encontré en la ciudad era un pequeño antro, bastante recóndito, donde todos los jueves hacían un stand up de poesía con las cervezas a mitad de precio. Era la mejor distracción para no sentirme completamente solo.

Allí fue donde conocí a Chiara, una aspirante a músico que escribía poesía en sus ratos libres, sin finalidad. "Lo comparto para perder la vergüenza Martin. Si quiero sacar un disco no me puedo avergonzar de mis palabras ni negar que tienen un destinatario."

Por completa influencia de Chiara comencé a escribir. Empecé en un pequeño journal. El simple hecho de plasmar mis sentimientos sobre el papel me hacía sentir torpe, casi juvenil, como si tuviese doce años y escribiese a escondidas lo mucho que me gusta una persona. No hablaba sobre amor necesariamente, aunque en el fondo sí; amor culpable hacia un lugar del cual guardaba terribles recuerdos, como era mi pueblo. Amor hacia mí mismo el cual me sentía inmerecido. Amor hacia gente que ya no estaba en mi vida. Entonces sí, era amor, amor impregnado de anhelo y nostalgia por una vida que parecía completamente alterna a la persona en la que me había convertido.

Empecé a leer algunos de mis escritos en el stand up de poesía de los jueves varios meses después de empezar a escribir, bajo la misma filosofía que Chiara, perder la vergüenza. Cuando empecé a tener cierto rodaje con las palabras descubrí que ya no me causaba ninguna pena compartirlas, es más, me gustaba cómo me hacía sentir, como si de repente tuviese voz en algo.

Empecé a salir más.

Chiara me presentó a su grupo de amigos, los cuales se dedicaban todos al mundo de las artes y a partir de ahí abrí mucho más mi mente. Empecé a sentir una gran atracción por el arte en todos sus ámbitos; desarrollé mi gusto estético consumiendo todo el arte que podía, leí, hasta quedarme sin hueco en la estantería. Iba a conciertos muy a menudo. De repente ese vacío que sentía por dentro parecía ser llenado. Era casi utópico.

Consecuentemente, como suele pasar al meterse tan de cabeza, empecé a crear mi propio arte. Todos los artistas tienen sus inspiraciones y musas. Me llevé un gran chasco al darme cuenta que mi tema más recurrente era aquel sitio del que tantas ganas había tenido de irme en su día. Y no sólo el pueblo, sino que recordaba vívidamente la figura de la única persona que me habría hecho posible cambiar de opinión y hacer que me quedase. Apenas recordaba su cara, lo cual me atemorizaba. No quería olvidarme de una de las personas mas importantes de mi vida, y sin embargo parecía imposible remediarlo. Si bien sus facciones eran cada día más borrosas en mi mente, su presencia me acompañaba siempre en cualquier pieza artística que realizase.

En el momento en el que Chiara lo señaló se hizo más real; había hecho todo lo posible por no tener que explicar mi obra ni sus recurrencias, por lo que mis pensamientos sobre el tema se acercaban a lo onírico, como los pensamientos intrusivos que tienes al estar en el limbo entre la consciencia y los brazos de Morfeo.

Fue poco después que me llego una carta sobre la herencia de mi padre. Aparentemente, había fallecido en un accidente de tráfico y había dejado la casa del pueblo a mi nombre. No terminaba de entender el móvil de tal decisión. ¿Por qué, después de tantos años, cuando ni siquiera teníamos relación había decidido que yo debía heredar algo así?

La carta se mantuvo sobre la mesa del pasillo de entrada hasta que no pude ignorarla más y decidí hacer el papeleo y quitarme la tirita.

La casa era mía.

No saqué el tema a mis amigos, pero en uno de mis momentos de bajón por la poca inspiración que tenía se lo conté a Chiara, que me incitó a irme a vivir ahí por un tiempo.

"La ciudad siempre estará aquí. Yo siempre estaré aquí. Los demás también. Igual este es el cambio que necesitas, al menos para cerrar cosas que está claro que te carcomen por dentro"

Fue la única que me apoyó, pero lo sentía en el fondo de mi corazón. Era hora de volver.

Las palabras de Chiara fueron mi catalizador para empezar a hacer las maletas, sin un plan concreto pero sí un objetivo: Reencontrarme con mi esencia y dejar por fin que los fantasmas que tanto me perturbaban fuesen liberados.

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