XXII. ¿Qué bar?

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Narra Derek

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Narra Derek

Me tocaba trabajar otra vez esta noche. Estaba en mi habitación, terminando de vestirme. Me miré en el espejo, ajustando la camiseta negra del bar y asegurándome de que todo estuviera en su lugar. No quería levantar sospechas y, por eso, tenía que mantener la apariencia de que simplemente iba a ver a Mar.

Bajé las escaleras y encontré a mi hermana en la sala. Le dediqué una sonrisa casual, intentando actuar lo más natural posible.

Derek: Voy a ver a Mar —le dije, esperando que ella no hiciera demasiadas preguntas.

Liv: ¿Otra vez? —respondió, alzando una ceja—. Pasas mucho tiempo con ella últimamente.

Derek: ¿Que te digo? Tu hermanito tiene sus encantos

Antes de que pudiera responder, mi madre entró en la sala, habiendo escuchado nuestra conversación.

Joan: ¿Vas a ver a esa chica otra vez? —dijo con su tono usual de desaprobación—. No entiendo qué le ves. Solo te está distrayendo de cosas más importantes.

Derek: ¿Si? ¿Cómo que? —No pretendía retarla, sólo saber que contestaría.

Joan: Cómo decidirte de una vez por todas a que universidad asistirás —dijo, sentándose a un lado de mi hermana y mirándome fríamente.

Derek: Créeme, no es Mar la que me distrae de eso —dije, intentando mantener la calma—. Y me hace feliz, por si te interesa saber.

Ella bufó y sacudió la cabeza, claramente sin intención de detenerse en su crítica. No quería escuchar más, así que me dirigí rápidamente hacia la puerta.

Derek: Te veo luego, Liv —dije, lanzándole una mirada que esperaba transmitiera mi disculpa por la rápida salida.

Liv: Con cuidado —respondió ella, con una seña que me decía que me fuera ya.

Salí de la casa y me dirigí a mi camioneta. Sentí un alivio inmediato al estar al aire libre, lejos del ambiente tenso. Subí al asiento del conductor y encendí el motor. Tomé aire y me sentí un poco más en control, aunque sabía que el trabajo en el bar no era precisamente el mejor escape.

Conduje hacia el bar, intentando despejar mi mente. El comentario de mi madre seguía rondando en mi cabeza, pero me negué a dejar que me afectara más de lo necesario. Tenía que concentrarme en mi trabajo y, después, ya vería cómo manejar el resto.

Llevaba ya un rato trabajando. El bullicio de las conversaciones, el sonido de los vasos y el zumbido constante de la música me llenaban la cabeza. Me movía detrás de la barra, sirviendo tragos cómo un puto master.

De repente, reconocí a un cliente habitual que acababa de entrar. Era un hombre mayor que yo, de aspecto distinguido, con canas bien y una mirada densa. Lo había visto muchas veces antes, siempre solo, siempre con una actitud observadora y tranquila. La última vez que hablamos, mencionó algo que había estado rondando mi mente desde entonces. Se acercó a la barra y me miró con una sonrisa.

A Segunda Vista - Mar SerracantaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora