uno por ciento

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Mientras se encontraba en la retaguardia, apoyando a Reno y Kikoru desde la distancia, Kafka no podía evitar recordar las palabras que su vicecapitán Soshiro le había dicho tiempo atrás.

"Tendré expectativas del 1% en ti, Kafka."

Esas palabras, lejos de desanimarlo, habían encendido una llama dentro de él. Soshiro, una de las personas que más admiraba, había depositado su confianza en él, por mínima que pareciera.

En ese momento, Kafka sintió una oleada de gratitud y determinación. Soshiro, de entre todos, había visto algo en él que los demás no lograban discernir. Y Kafka no iba a defraudarlo.

Con una sonrisa en el rostro, se enfocó en su tarea, disparando con precisión y coordinando estrategias desde su posición. Cada bala que destruía a un kaiju, cada movimiento táctico que implementaba, era una forma de honrar esa pequeña pero poderosa muestra de confianza.

Kafka sabía que sus habilidades aún no estaban a la altura de Reno o Kikoru, pero poco a importaba. Soshiro había confiado en él, y eso era todo lo que necesitaba para dar el máximo de sí.

Kafka observó con horror cómo una lluvia de proyectiles que no pertenecían a ninguno de los soldados comenzaba a caer sobre Japón. Su corazón latía con violencia mientras veía cómo esos mortíferos ataques alcanzaban edificios y estructuras, causando destrucción a su paso.

En ese momento, Kafka sintió que el pánico lo invadía. No tenía armas ni preparación para enfrentar una amenaza de tal magnitud. Sólo una cosa se le cruzó por la mente: proteger a sus camaradas.

Con desesperación, Kafka gritó a todo pulmón: "¡Todos... refugiense!".

Su voz resonó a través del campo de batalla, con una urgencia que denotaba la angustia que lo embargaba. Sabía que, en ese momento, no podía hacer nada más que alertar a los demás y tratar de ponerlos a salvo.

Kafka odiaba esa impotencia, esa sensación de no poder hacer nada para detener aquella lluvia mortal. Mientras observaba cómo sus compañeros corrían a cubrirse, su pecho se llenaba de una profunda frustración.

Toda su vida, Kafka se había esforzado por ser fuerte, por estar a la altura de las circunstancias. Pero en ese instante, se sentía inútil, incapaz de proteger a quienes más le importaban.

Con los dientes apretados, Kafka se lanzó a correr, tratando de guiar a los demás hacia los refugios más cercanos. Mientras lo hacía, una mezcla de miedo y determinación lo impulsaba. No podía quedarse de brazos cruzados, debía hacer todo lo posible por mantener a salvo a sus compañeros.

En medio de la caótica retirada, Kafka se juró a sí mismo que, sin importar lo que sucediera, haría todo lo que estuviera en sus manos para proteger a aquellos que confiaban en él. Incluso si eso significaba arriesgar su propia vida

Cuando las explosiones finalmente cesaron, Kafka se asomó con cautela desde su escondite. Observó con el corazón acelerado cómo varias enormes criaturas surcaban el cielo, sus imponentes alas batiendo con fuerza.

"Son kaijus tipo wyvern," murmuró Kafka, el terror evidente en su voz.

Aquellos monstruos voladores, con sus cuerpos parecidos a los de los pterodáctilos ancestrales, se alzaban amenazantes contra el fondo de un cielo teñido de rojo por las llamas que aún consumían los edificios destruidos.

Kafka tragó saliva con dificultad, sintiendo cómo el miedo le oprimía el pecho. Conocía bien la peligrosidad de esos kaijus tipo wyvern. Sus enormes garras y mandíbulas podrían destrozar a un ser humano con facilidad. Y sus alas, capaces de elevarlos a grandes alturas, les daban una ventaja abrumadora en el combate.

un hermoso accidente [KAIJU NUMERO 8]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora