20

31 8 0
                                    

—Es tan sospechoso que nadie haya hablado de lo sucedido luego de toda la evidencia que estoy encontrando en este momento—Isamu sintió que su cabello largo hasta los hombros se posicionaba en su frente, haciendo que le molestase a la vista, es por eso que con sus dedos los sacó de allí para que vuelvan a colgar mientras observaba la pantalla frente a él con atención—. Nadie puede enterarse, esto crearía un caos en la ciudad, e incluso más lejos, hasta es probable que los chicos salgan heridos.

Sus dedos pulsaban las teclas una y otra vez para poder eliminar absolutamente todos los archivos de evidencias que encontraba por las carpetas de la policía, incluso los que estaba en la papelera y en los códigos de seguridad. Los videos de los chicos peleando contras las bestias que se encontraban en internet, pero con mucho trabajo pudo borrarlo de todas las paginas, y también ahora de la estación de policía.

—Sé que esto es ilegal... pero es por un bien mayor, y solo los que sabemos la verdad estamos enterados de esto. No me arrepiento de ser justo con la humanidad—se decía Isamu una y otra vez para creérselo—. Por mi hermana, más que nadie.

«Solo Ishi es capaz de sacarnos de esta. Ella ha sufrido mucho, lo sé por la forma en la que mira, en la que actúa, lo sé por lo que me confió. Al fin encontré a alguien con quien identificarme, ella solo busca el bien de los que ama.

Haré todo lo posible para que mi hermana y los demás estén a salvo» pensaba aún sentado en la silla, al frente de la computadora mientras terminaba de hacer el trabajo que él mismo se encomendó.

Unos segundos después, dejando aquellos pensamientos atrás junto con toda la información eliminada, ya no hizo nada más que mirar, había terminado de borrar todas las evidencias que podrían desatar el caos.

—¡Carter! ¿Te encuentras bien? —preguntó un compañero que pasaba por allí al verlo en ese estado de trance.

—Excelente, no te preocupes, estaba viendo unas cosas nada más—respondió tranquilamente Isamu al escuchar que pronunciaron su apellido.

—Entonces sigo, me acaban de llamar para algo que no tengo ni idea, ¿puedes creerlo? Ni avisan lo que quieren estos superiores, piensan que uno no tiene cosas que hacer dentro de aquí. —Se echó a reír sarcásticamente luego de su queja—. Hasta más tarde.

—Adiós.

Observó que su horario había terminado, ya eran las nueve de la noche, por lo que se levantó de la silla y agarro sus cosas para irse del lugar. Mientras se dirigía a la puerta de salida, saludó a todos los compañeros que se encontraba en el camino con un pequeño gesto de cabeza, al igual que hacía todos los días de trabajo.

Salió de la estación de policía y se subió a su auto; aquella máquina que lo llevaba a donde quisiese, con ese color café que lo caracterizaba, sus sillas color blanco y acolchonadas, el volante marrón también en donde sus manos descansaban cómodas y, por último, su radio vieja que emitía música de los 80's que relajaban el ambiente y los pensamientos. Era el que lo controlaba día y noche, donde se sentía cómodo. Aquel auto lo sacaba de su realidad con cada paseo, sentía que de verdad quería a ese pedazo de chatarra.

Minutos después llegó a su hogar, en donde la esperaba su hermanita y su madre. La última seguramente estaba alcoholizada como todos los días, aunque era normal luego de lo que tuvo que sufrir.

Desde hace tiempo él tenía claro que no quería terminar como su madre, ni deseaba que su hermana lo haga, es por eso que se metió a la policía; para ser justo con los que lo merecían, ser una buena persona, cuidar del pequeño pueblo al que pertenecía y, por último, para que su hermana tenga un ejemplo a seguir.

Al llegar a su casa, vio que su madre dormía en el sillón, mientras que a su lado había dos botellas de whisky vacías.

—Hola madre—saludó por cortesía, aunque sabía que no contestaría.

Se dirigió a la cocina y encontró un plato con dos patas de pollo, las metió en el microondas y subió a la habitación de Michiko.

—Hermanita, ¿ya comiste? —preguntó al verla entrenando algunos golpes y patadas.

—Todavía no, te estaba esperando. —Se detuvo y se acercó a su hermano mientras se sacaba los guantes de boxeo.

—Entonces baja, hay patas de pollo. Si tienes mucha hambre entonces cocinaré algo más.

Los dos se dirigieron hacia la cocina. Isamu sacó las patas de pollo y luego agarró una sartén que se encontraba en la mesada, allí rompió dos huevos y empezó a fritarlos.

Michiko quería preguntarle algo, lo veía en su rostro curioso y pensativo. El asintió con una sonrisa dándole un permiso implícito para hablar.

—¿Alguna vez te preguntaste por qué no entró padre antes a la cárcel? —El pelinegro solo asintió, no le gustaba hablar del tema—. ¿Por qué recién cuando mató a un hombre inocente a golpes estando ebrio lo encarcelaron?

—Porque antes no hubo oportunidad... Lo bueno es que ya se presentaron cargos para que esté allí por más de treinta años. Se descubrió más evidencia para calificarlo como un tipo violento. ¿Por qué me preguntas esto ahora?

—Porque ahora se me ocurrió, no hay más.

El silencio se volvió incomodo, siempre que discutían sobre el tema la casa terminaba sintiéndose fría. Quería hablar de algo con su hermana, algo como preguntas triviales.

—¿Estás haciendo la tarea del colegio? No quiero que descuides tus estudios por entrenar. —Miró a la adolescente de cabello celeste esperando a que respondiese.

—Isamu, ya hablamos de esto. No te metas en mi vida—dijo frunciendo el ceño.

Esas preguntas "triviales" terminaban convirtiéndose en un monólogo.

—Quieras o no tenemos que hablar de esto. Entiendo que es importante lo que buscas con el deporte, que quieres ser luchadora profesional, pero escúchame. No puedes descuidar tus estudios, te harán alguien en la vida.

—Eres policía, ¿necesitaste tus estudios? No. Quiero pelear, ¿Necesitaré los estudios? Tampoco.

—No todo pasa como queremos, necesitas tener un respaldo. Mínimo la secundaria completa, agradece que no es privada y que trabajo por ti. —El pelinegro empezaba a enojarse, su hermana no parecía comprenderlo. No debían terminar como su madre... o su padre.

—¡Quiero dedicarme a esto, además me tendré que defender de las bestias!

—¡Yo te protegeré de las bestias! —el grito acalló cualquier sonido.

—...

—Yo te protegeré de las bestias...

—No estarás siempre a mi lado.

—¿Qué dices? Siempre lo estaré.

—Si piensas eso ignoras demasiadas cosas, no estoy a tu lado todo el tiempo. Tú trabajas, yo voy a la escuela e incluso a entrenar.

—Nadie te atacará en casa ni en la escuela, y menos mientras entrenas.

—¿Y cómo lo sabes?

—Porque lo sé.

OTRO MUNDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora