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La noche luego de la fiesta de fin de año, Kasumi se encontraba dándole vueltas a su cabeza.

—¿Ishi... me gusta? Espera, ¿desde cuándo me gustan las mujeres? —se preguntó en el instante que sus ojos se abrieron, viendo cómo las babas salían de la morena mientras dormía—. ¡No! ¡No! ¡No! — En ese instante se sorprendió por sus conclusiones, se negaba a ello.

—¿¡Que está pasando!? —preguntó exaltada la pelirroja despertándose bruscamente de su profundo sueño.

—¡No pasa nada! —gritó otra vez intentando abandonar aquellos pensamientos.

La puerta de la habitación se abrió con rapidez, dejando ver a Alysa, preocupada por aquellos gritos.

—¿Estás bien, hija?

—Sí, lo siento—respondió tranquilizándose.

—Sigan durmiendo, todavía es temprano para ustedes, volvieron tarde anoche. —Cerró la puerta de la habitación con lentitud.

Kasumi se levantó de la cama, se dirigió hacia su armario, sacó una remera color blanca y un pantalón corto de jean y caminó hacia el baño para poder cambiarse mientras Ishi observaba la situación con incredulidad. Al salir del baño unos diez minutos después, observó a la morena que no había quitado su atención del extraño accionar de la pelinegra.

—Escúchame, Ishi, me voy, vuelvo mañana. Hoy estarás sola.

—¿Qué? ¿Por qué? —preguntaba incrédula

—No te interesa. —Salió de allí lo más rápido que pudo para no dar explicaciones.

Antes de abrir la puerta para salir de su casa, saludó a su madre que era la única despierta en ese momento y le avisó que volvería al otro día. Alysa solamente asintió y le dio un pequeño beso en la frente como despedida.

Kasumi, al empezar a caminar por las calles del pueblo, sacó el celular de su bolsillo e hizo una llamada. La persona detrás contestó.

—Michiko, ¿puedo ir a tu casa?

—Ven, sin problema.

La pelinegra cortó y caminó unas cuadras hasta llegar a su destino. Tocó la puerta varias veces hasta que Isamu decidió abrir.

—Buenos días, vengo a ver a...

—Lo sé, me acaba de avisar. Ve arriba.

En el momento que el adulto de cabellos largos y negros le abrió las puertas de su casa, pudo ver cosas que le llamaron la atención: el sillón que estaba a la derecha de la puerta de entrada se encontraba lleno de migajas y a su alrededor había varias botellas de alcohol desperdigadas por todo el living, sin embargo, el resto de la casa se encontraba limpia. Kasumi decidió no darle importancia, no quería incomodar a quien la había dejado entrar.

Subió las escaleras una por una con total lentitud. Al terminar de subir, caminó y encontró dos habitaciones enfrentadas; una estaba cerrada, por lo que suponía que esa era la de Isamu; la otra estaba abierta y allí se encontraba la joven peli-celeste pegándole a su saco de boxeo una y otra vez. La joven pelinegra se quedó viéndola por unos segundos, hasta que la de menor estatura se dio cuenta de su presencia.

—¿Qué ves? Pasa. —Estaba con un semblante totalmente serio, parecía una profesional a punto de arrancarle la cabeza.

—No quería molestar... Solo quería tener una pijamada. —Entró avergonzada, era la primera vez que pisaba la casa de alguien más que no sea la suya.

—Mierda Kasumi, no jodas. —Michiko se sacó los guantes y los tiró en la esquina de su habitación.

Aquel lugar era pequeño, sin embargo, tenía su personalidad; las paredes estaban cubiertas de posters de mujeres que hacían distintas artes marciales o deportes de contacto; su cama era común, sin ningún detalle extraño; su escritorio en vez de encontrarse con libros de secundaria, poseía revistas o cartillas de técnicas de artes marciales; y por ultimo ese saco de boxeo que colgaba del techo. Esa era la habitación de una verdadera luchadora.

OTRO MUNDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora