Capítulo 3.

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Chispa de esperanza

Yuna sostenía el teléfono con la mano temblorosa, pero su rostro no reflejaba más que una helada indiferencia. Las palabras de su madre, agudas como cuchillas, resonaban en su oído.

—Yuna, no puedo creer que aún no hayas hecho los trámites para la universidad —la voz de su madre era tan cortante como siempre—. Ya sabes que nuestra reputación está en juego. Debes entrar, y no solo eso, debes destacar. Buenas calificaciones, nada menos. ¿Entiendes?.

Yuna apretó los labios, manteniendo su tono neutro.
—Sí, mamá.
—No quiero que te distraigas con tonterías —continuó su madre sin piedad—. Olvídate de hacer amigos, y ni hablar de tener una pareja. No necesitas eso ¿De acuerdo?.
—De acuerdo, mamá.
—Bien. Porque no voy a tolerar que vuelvas a cometer semejante estupidez. Lo único que importa es nuestra reputación. ¿Está claro?.

Yuna asintió, aunque su madre no podía verla. Su corazón latía con fuerza, pero su voz se mantenía firme.
—Está claro.
Hubo un silencio al otro lado de la línea, uno que Yuna conocía bien. Era el sonido del juicio inminente, de la constante desaprobación.
—Más te vale —dijo su madre finalmente—. No me hagas lamentar.

La llamada terminó abruptamente, dejando a Yuna con el celular en la mano y una sensación de vacío en el pecho. Lentamente, dejó el teléfono a un lado, sintiendo cómo la frialdad que mostraba al mundo exterior se infiltraba cada vez más en su corazón.

Yuna se encontraba tumbada en su cama, sus ojos fijos en el techo mientras los rayos del sol de la mañana se filtraban a través de las cortinas entreabiertas. El silencio de la habitación era profundo, solo roto por el suave murmullo del viento que acariciaba la ventana.

Su mente viajaba a tiempos pasados, cuando su padre aún vivía. Recordaba sus ojos severos, la firmeza de su voz, la manera en que su presencia llenaba la casa de una autoridad inquebrantable. Era estricto, casi inflexible, pero a su manera, la cuidaba. Los recuerdos de sus regaños y de las expectativas imposibles que siempre esperaba que ella cumpliera, mezclados con los raros momentos en que mostraba una pizca de orgullo, le resultaban ahora un refugio distante, casi reconfortante.
Pero la muerte lo había llevado, y con él se había ido cualquier vestigio de estabilidad que Yuna hubiera conocido.

Su madre, en lugar de volcar su dolor y buscar consuelo en su hija, había encontrado rápidamente un nuevo esposo. Un hombre que no tenía la mínima consideración por los sentimientos de Yuna. La crueldad de su madre se había vuelto más evidente con el paso del tiempo. Nunca había sido cálida, pero ahora, cada palabra y cada gesto parecían dirigidos a herir, a recordarle lo sola que estaba realmente.

Yuna nunca había sentido el abrazo de su madre. Ni siquiera en los momentos más oscuros, cuando el dolor era insoportable y su corazón clamaba por un simple gesto de consuelo. Su madre se lo había negado siempre, como si el afecto fuera un lujo que Yuna no merecía.

La primera vez que había sentido el afecto de otro ser humano, fue cuando pensó que finalmente alguien la veía más allá de su apariencia imperturbable.  Llegando con su sonrisa cautivadora y sus palabras cuidadosamente elegidas, así logró derretir un poco de la coraza de hielo que había construido alrededor de su corazón.
Cada gesto de amor dado, se había convertido gradualmente en un medio para satisfacer sus propios intereses egoístas. La forma en que la mirada cálida se había tornado fría y distante cuando ella ya no era útil para sus fines.

Yuna cerró los ojos con fuerza, tratando de ahuyentar la sensación de traición y desilusión que aún la acosaba. Se había prometido a sí misma nunca más ser vulnerable, nunca más permitir que alguien se acercara lo suficiente para lastimarla de esa manera. Pero, en ese momento de quietud, el dolor seguía palpable, como una cicatriz que nunca desaparecería del todo.

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