Capítulo 4.

27 3 0
                                    

Decisión inesperada.

El hotel Le Grand Paris resplandecía con su habitual elegancia, los pisos de mármol pulidos y los candelabros de cristal colgando del techo reflejaban la luz con una sofisticación casi irreal. A través de la puerta giratoria, entró Yuna, una figura esbelta y decidida, con una presencia que parecía congelar el ambiente a su alrededor. Su cabello blanco, corto pero perfectamente liso, enmarcando un rostro imperturbable, con ojos que podrían haber sido esculpidos en hielo. Su porte transmitía una frialdad que hacía temblar incluso a los empleados más veteranos del hotel, que se apresuraron a apartarse de su camino mientras avanzaba sin desviar la mirada.

En un rincón del amplio vestíbulo, Chloé Bourgeois observaba la escena. Había estado charlando con Sabrina, su leal amiga y asistente, pero la entrada de Yuna capturó su atención de inmediato. Chloé frunció el ceño, recordando con amargura las palabras que Yuna le había dirigido esa misma mañana. No entendía por qué le habían afectado tanto, pero la verdad era que aún resonaban en su mente, hiriéndola de una manera que pocas personas habían logrado.

Yuna se detuvo frente al ascensor y presionó el botón con una calma glacial. Las puertas se abrieron con un suave "ding" y ella entró sin prisa, su figura desapareciendo lentamente detrás de las puertas que se cerraban.

La rabia burbujeaba dentro de Chloé. No soportaba la idea de que alguien, especialmente alguien como Yuna, pudiera hacerla sentir insegura. Su frustración necesitaba una salida, y lamentablemente para Sabrina, ella estaba en el lugar equivocado en el momento equivocado.

—¡Sabrina! —espetó Chloé, girándose bruscamente hacia ella—. ¿Por qué no estás haciendo nada útil? ¡Dame mi bolso y trae un café, ahora mismo!.

Sabrina, quien había estado observando todo en silencio, se sobresaltó ante la repentina agresividad de Chloé. Con una mirada temerosa y confusa, asintió rápidamente y se apresuró a cumplir las órdenes, aunque sabía que cualquier esfuerzo por complacer a Chloé en ese estado sería en vano.

—Y además —continuó Chloé, sin bajar el tono de voz—, ¿qué te he dicho sobre estar siempre lista? ¿Cómo se supone que voy a confiar en ti si no puedes ni siquiera anticiparte a mis necesidades? Eres completamente inútil.

Las palabras de Chloé eran como dardos venenosos, y Sabrina sentía cada uno de ellos como una puñalada. Sin embargo, no podía hacer nada más que asentir y seguir sus órdenes, con la esperanza de que la tormenta pasara pronto.

Mientras Sabrina corría hacia la cafetería del hotel, Chloé se dejó caer en una de las sillas del vestíbulo, cruzando los brazos y mirando fijamente el ascensor por donde Yuna había desaparecido. Sentía una mezcla de furia y vulnerabilidad que no podía entender completamente, y eso la enfurecía aún más. Había algo en Yuna, algo en su indiferencia y en su implacable frialdad, que sacaba lo peor de ella.

Sin embargo, en su afán por reafirmar su propia superioridad, Chloé no se daba cuenta del daño que sus palabras causaban a aquellos a su alrededor. Yuna, por su parte, probablemente seguía su camino, sin saber el torbellino de emociones que había dejado a su paso.

Sabrina, corriendo por los pasillos del lujoso hotel, llegó con un café en la mano, su corazón latiendo con fuerza, no solo por la corrida sino también por el temor de enfrentar a su amiga con este estado de ánimo.

¡Finalmente, Sabrina! ¿Qué te ha tomado tanto tiempo?—, espetó Chloé con un tono de desdén, observando el café con una mueca de disgusto. —¡¿Qué es esto?!. Este café está frío. ¿Es tan difícil para ti hacer algo bien?.

Sabrina bajó la mirada, sintiéndose miserable por no haber cumplido con las expectativas de su amiga. —L-lo siento mucho, Chloé. Voy a traerte otro inmediatamente— balbuceó, al borde de las lágrimas.

Sabor a Miel Donde viven las historias. Descúbrelo ahora