Capítulo 5.

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Un vistazo al pasado

En la penumbra de una habitación apenas iluminada por la luz azulada de la pantalla de una notebook, Yuna estaba sentada en su escritorio. La joven, de rostro inmutable y expresión serena, tecleaba con rapidez y precisión. Sus dedos finos se deslizaban sobre el teclado, sin pausa, mientras revisaba una lista interminable de requisitos y formularios para su ingreso a la universidad.

El silencio era casi absoluto, solo interrumpido por el zumbido suave de su laptop y el ocasional susurro del viento que se colaba por la ventana entreabierta. Yuna había preparado meticulosamente cada documento: certificados, cartas de recomendación, ensayos personales. Cada archivo estaba ordenado en carpetas virtuales, listos para ser enviados con un simple clic.

Aunque sus ojos oscuros estaban fijos en la pantalla, su mente viajaba por otros lados. La universidad significaba un cambio radical, una oportunidad para reinventarse lejos de los recuerdos que prefería olvidar. Yuna nunca había sido una persona que mostrara fácilmente sus emociones; siempre había mantenido una coraza fría y distante.

Suspiró levemente al revisar una última vez los requisitos de admisión. Todo estaba en orden, como era de esperarse. No había lugar para errores. Cerró la tapa de su notebook y se recostó en la silla, observando el techo con una mirada pensativa. El futuro estaba cargado de incógnitas, pero Yuna sabía que no había vuelta atrás.

En tres meses empezarían las clases universitarias, su vida daría un giro y estaba decidida a enfrentar ese cambio con la misma frialdad y determinación que había demostrado hasta ahora.

Se levantó lentamente, caminando hacia la ventana. El aire fresco de la noche acarició su rostro, despejando por un momento la tensión acumulada. Desde su habitación, las luces de la ciudad titilaban en la distancia.

Las sombras danzaban suavemente en las paredes mientras las farolas iluminaban las calles empedradas. La Torre Eiffel brillaba en la distancia, un testigo silencioso de su soledad. El vidrio frío de la ventana contrastaba con el calor sofocante de su interior, pero Yuna no se movió, perdida en un mar de pensamientos.

Los recuerdos comenzaron a surgir, vívidos y dolorosos. Se vio a sí misma, muchos años atrás, de pie junto a su padre en el aeropuerto. Era una joven tímida, pero en sus ojos de tono púrpura eran igual de fríos. Su padre, un hombre de semblante severo y voz autoritaria, le dijo con tono implacable:

—Yuna, este es el lugar donde debes construir tu futuro. No te permitas fallar.

La frialdad en sus palabras la había perseguido desde entonces, impulsándola a lograr lo que se esperaba de ella, a ser fuerte y a no mostrar debilidad. Su padre no le había dado otra opción; París no era solo una ciudad, era un campo de batalla donde debía probar su valía.

Yuna observaba con indiferencia a su padre, un señor cuyo semblante severo reflejaba décadas de rigidez aristocrática. Estaban parados en un rincón mientras la opulencia del lugar contrastaba con la frialdad que emanaba de ambos.

Yuna, necesito que entiendas la importancia de tu posición— comenzó su padre con voz grave. —No puedes permitirte el lujo de relacionarte con cualquiera. Es crucial mantener tu reputación intachable.

Ella asintió ligeramente, acostumbrada a sus sermoneos sobre la etiqueta y el decoro. Pero algo en las palabras de su padre la intrigó esta vez.

¿A qué te refieres exactamente, padre? — preguntó Yuna, con una curiosidad inusual en su tono habitualmente imperturbable.

El señor suspiró, como si lamentara tener que explicar algo que preferiría evitar. —Me refiero a las familias apropiadas. Yuna, si vas a relacionarte con alguien, asegúrate de que no sea la hija del alcalde de París, Chloé Bourgeois.

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