Obligaciones de princesa 24

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OBLIGACIONES DE PRINCESA

De Siddharta Creed

... ... ... ... ... ... ...

Capítulo 24

Es impresionante cómo los gratos recuerdos se tatúan en la memoria.

Ambos híbridos se adaptaron de inmediato a la forma de besar del otro, reconociendo su sabor al instante, apretando el abrazo sin romper el beso, saboreándose a fuego lento, hasta que de pronto, el príncipe soltó a Pan, girando la cabeza hacia un lado, alejándose hasta donde el sillón lo permitió.

Negó con la cabeza, meciendo los mechones que caían por su sien: —Has tomado alcohol, uno bastante fuerte.

—Ah... —la joven no supo qué decir. La vergüenza y decepción la congelaron.

—No me aprovecharé de la situación —aclaró el príncipe.

—No pensaría eso de usted.

—Tienes razones de sobra para pensarlo —reconoció en un grave susurro.

—No somos los mismos de antes —musitó avergonzada.

—Tú no has cambiado mucho. Aun es fácil manipularte con chantajes—respondió serio.

No hizo falta que le explicara más, era muy obvio. Quiso abrir la boca para debatir su punto de vista, sin embargo, no tenía caso defender lo indefendible. Mordió sus mejillas internas, le apenaba haber quedado tan expuesta.

—Mi intención no es sermonearte, conoces bien mi opinión —aspiró y expiró cerrando momentáneamente los ojos. «Es ahora o nunca», pensó decidido—: Lamento todo el daño que te hice, nunca debí pasar por encima de tus decisiones. De verdad, lo siento —escupió las palabras, lanzando el enorme costal que le oprimía el pecho.

Pan se quedó en silencio por unos segundos, jamás imaginó que llegaría a escuchar una disculpa por parte del heredero; un príncipe y un rey nunca deben dar disculpas ni explicaciones, dictaba uno de los escritos sobre comportamiento y etiqueta de la familia real. Antiguos escritos saiyajines, que la tutora a su cargo solía repetirle en las lecciones.

—¿Cambió su manera de pensar? Me refiero al decreto que se publicó —preguntó Pan, aprovechando que el príncipe tocaba el tema.

—¿Lo supiste?

—Me gusta leer noticias del planeta Vejita.

—Ah... —por años creyó que a ella dejó de importarle el planeta guerrero. Le causó una buena impresión haberse equivocado— ¿Sabes qué tienes mucho que ver en ese decreto? —confesó dedicándole una mirada que Pan definió en ese momento como; encantadora.

La tensión generada por el beso se desvaneció, lo que relajó la postura de la híbrida, regresándole la confianza. —Estoy muy orgullosa de usted.

—Es tu logro. Después de todo, fuiste tú quien me abrió los ojos —admitió, relajando él también la postura—. ¿Quién te abrirá los ojos ahora?

La joven no respondió, se quedó pensativa, con la mirada perdida en sus pies.

—No volveré a intervenir en tu vida —dejó escapar un suspiro, apoyando sus brazos en las rodillas, con la vista perdida en la pared de metal frente a él—. En aquella ocasión, te dejé libre para que abrieras las alas y volaras tan alto como quisieras, sin ataduras. Fue... fue difícil, demasiado —se relamió los labios, tragando saliva después, meneando la punta de la cola de manera involuntaria.

—Alteza ... —musitó Pan.

—Yo merecía pagar por mis acciones —la interrumpió, enderezándose de nuevo, girando el rostro hacia ella.

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