019 || Una hermosa orquídea

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19 • Pequeño Colibrí.

Parrish no había muerto, eso era un hecho. Más ninguno de sus fanáticos lo sabía, solamente quienes estaban con él en medio de cada catástrofe.

Andrew, por su lado, no podía dejar de pensar en todo lo que había ocurrido desde el escenario hasta el presente. En definitiva, semejante realidad no cuadraba con lo que él creía lógico, observando con angustia cómo el castaño se dedicaba nada más que a conducir con la más absoluta de las calmas.

Nada tenía sentido.

El clima le asustaba.

Sus amigos tampoco podían despegar sus miradas del cielo.

Parrish procuró ir siempre por las rutas menos concurridas mientras el viento azotaba toda clase de objetos contra el parabrisas.

La gente corría por la calle, completamente incapaces de poder escoger cuál era la mejor opción de escape debido al pánico. Ciertamente, era doloroso ver cómo las personas se empujaban las unas a las otras para huir de los relámpagos.

Nadie ayudaba a nadie.

El mundo que lo rodeaba era uno donde cada hombre y cada mujer debía preocuparse por sí mismo; donde cada quien debía aprender a defender su propio pellejo, olvidando fácilmente a un hermano o a un ser cercano.

Nadie se preocupaba ni siquiera por los niños que perdían a sus padres entre la multitud.

Aquello le enfurecía a Parrish. Si tan solo pudiera meterlos a todos en la camioneta, lo haría sin dudarlo.

—¡Amor, ayúdame!

Parrish giró al escuchar el grito de una mujer acompañado con el llanto de un infante, encontrándose precisamente con una humana atrapada en el asiento trasero de un vehículo. Un hombre trataba de abrir las puertas con brusquedad, mientras que al mismo tiempo le suplicaba a su mujer que mantuviera la calma, apretando los dientes al rehusarse a dejar que aquel mar de gente lo arrastrara lejos de su familia.

El vehículo en sí parecía un trozo de aluminio arrugado debido al presunto incidente.

—¿Cómo está la niña? ¡La niña! —Gritó el hombre con dolor, escuchando cómo su hija lloraba a raíz del choque. Ni su madre, ni su padre eran capaces de saber qué tan grave se encontraba.

—¡No la veo! —Exclamó entre lágrimas la mujer. Su hija estaba inmovilizada bajo el asiento.

El hombre golpeaba las puertas, completamente incapaz de poder separar la ira y la frustración que le generaba tal situación.

La niña junto con su esposa estaban encerradas mientras él estaba libre de poder correr y buscar refugio. Sin embargo, el hombre seguía parado ahí, rehusándose estoicamente a ser arrastrados por los dolorosos pisotones que le propinaba la multitud.

—¡Papá!

—¡Aquí estoy, corazón! ¡Todo estará bien!

Más llanto.

Más gente y más empujones.

La mujer se sumió en el pánico cuando vió que a sus pies escurría (muy lentamente) un líquido rojizo. Ya solo entonces, la madre dejó de emplear palabras, rompiendo en llanto mientras gritaba el nombre de su pequeña.

—¡Parrish!

De un segundo a otro, el pobre hombre fue elevado del suelo y puesto de pie sobre el vehículo. Más que desconcertado, este se giró hacia todos lados, enfocando su vista en cómo el castaño tiraba de la puerta con un simple un tirón, prestando más de su ayuda a su esposa para que pudiera salir del asiento trasero.

Una vez que la mujer estuvo fuera, el castaño también la subió sobre el coche y se metió de lleno dentro del vehículo.

A pesar del claro estupor que compartía la pareja, estos solo se enfocaron en el llanto de la niña y en cómo esta los seguía tratando de llamarlos a ambos, aterrando a sus progenitores con cada gritico que cada vez se apagaba más, como si le costara en exceso respirar.

—Pa... Papá.

—¡Cattleya! —El hombre volvió a gritar el nombre de su pequeña.

Parrish se abrió paso entre los destrozos de metal, los vidrios rotos y los asientos; extendiendo su mano poco después para dirigirla hacia el rostro de la niña.

El castaño se encargó de apartar la sangre de su carita con un trozo de tela que rasgó de su propia manga. Seguido a eso, finalmente pude cargarla y alcanzarla con la mayor de las delicadezas.

La gente seguía gritando afuera, pero el castaño solo estaba pendiente al llanto de los padres y los griticos de sus amigos.

El oji-blanco salió con la niña entre brazos y se la mostró a la pareja: Toda su ropita estaba cubierta de sangre y ella no dejaba de tocarse la frente, frunciendo un poco el ceño mientras hacia un pequeño puchero.

—¿Quieren venir con nosotros? —Preguntó Parrish con sus bonitos ojos llenos de lágrimas— ¡Mis amigos me están esperando allá! ¡Nosotros podríamos llevarlos a los tres a un sitio más seguro!

El claxon fue pulsado impacientemente por Royce, pero el cantante volvió a ignorarlo como siempre.

—La niña está bien. —Murmuró Parrish, viendo cómo la mujer lo jalaba y le rasguñaba con evidente desesperación al querer arrancarle a su hijita de los brazos— Ya no está herida.

El castaño se decidió a huir cuando la mujer empezó a revisar a la niña de pies a cabeza, buscando entre sus infantiles ropajes una herida abierta.

Más nunca las consiguió.

La mujer no consiguió ni un solo rasguño en su piel.

—Mamá... Me dolió mi cabeza, mamá. —Balbuceó la chiquilla, sintiendo un ligero hormigueo en su frente mientras se sobaba.

La mujer volvió a revisarle la cabeza.

¡Nada! Su niña se encontraba perfectamente bien.

¿Cómo siquiera era posible?

¿De dónde provenía la sangre si no era de Cattleya?

NOTA: —¿Muy corto, verdad? Estoy consciente de eso, pero es muy importante que lo empiecen a ver de esta manera: ¿Quién o qué carajo es Parrish? ¿Cómo hizo eso? ¿Acaso tiene poderes el muy cabrón?
¡En fin! Formen sus propias teorías al respecto.

Atentamente; 𝓢𝓪𝔁𝓪 𝓛𝓾𝓴𝔂𝓪𝓷𝓸𝓿𝓪.

Little HummingbirdDonde viven las historias. Descúbrelo ahora