022 || Get Out Alive

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022 • Pequeño Colibrí.

Mishka sacudió la cabeza con fuerza, tratando de evadir la jaqueca, volviendo a pasarse la mano por la nariz para limpiar la sangre que escurría de ahí.

Él solo podía suponer que su hambre ya estaba exigiéndole cazar una nueva presa. De preferencia, necesitaba un saco de sangre que pudiera sustentarle tanto como lo había conseguido con Jonathan.

La boca le salivaba en exceso solo de recordar el férreo sabor, el cual se le antojaba adictivo y ciertamente dulce sobre el paladar.

Las manos le picaban cada vez que observaba de reojo hacia su propia colchón.

Quizás y le agradaba demasiado el aroma corporal de ese rubio de pacotilla, pensó Mishka. El aspecto físico de ese humano presumía de estar bien entrenado y saludable, pero lo que más le gustaba de todo era tenerlo a su alcance y enrollado en su nido, entremezclando las fragancias de ambos.

Él no había sido criado por bestias, pero la idea de poder marcar al rubio como suyo a través de su propio aroma era excitante. Volvió a sacudir la cabeza como un toro cuando da una embestida, recordando que su objetivo principal era mucho más importante que el humano.

«¡Algo anda mal muy conmigo! Este pequeño hijo de puta no es especialmente de mi tipo», reconoció entonces. Mishka sabía lo riesgoso que era tener esa clase de deseos mientras el otro estaba vulnerable y expuesto, completamente desnudo bajo las sábanas.

Al igual que con la gran mordida en el antebrazo del rubio, Mishka también se aseguró de sanar el golpe que había provocado en la parte posterior de su cabeza. Pero, aún así, seguía lo suficiente cuerda como para cuestionarse si el más bajito tenía alguna clase de magia o algún saborcito que resultara simpatizante para él.

El peli-rosado pensaba en todo esto mientras doblaba algunas prendas de ropa limpia, realmente necesitaba comer, pero más que todo distraerse mientras el humano sanaba.

Ya pronto tendría que retomar un par de precauciones para cuando su cabeza comenzara a doler de nuevo.

El sangrado en su nariz solo era un aviso de lo que estaba a punto de suceder: La jaula del monstruo se estaba abriendo, la jaula del verdadero monstruo que llevaba por dentro.

La tentación lo carcomía desde hacia un rato y provocaba que su tripa gruñera con bestial enfado. Suspiró con pesadez mientras se cruzaba de brazos, tratando de enfocarse solo en los objetos que estaban amontonados sobre la mesa.

Él volvió a suspirar, pero mucho más hastiado. Desde el fondo de su garganta, tuvo que aguantarse un audible rugido, chorreando sangre por la nariz como si de una bebedero se tratase.

—¡Mierda! No puedo comérmelo, no puedo comérmelo. —Masculló con absoluta frustración, empezando así a recordarse a sí mismo:— Necesito saber dónde está Parrish. No importa cuánta hambre tenga. ¡No puedes comértelo, Mishka!

Su estómago volvió a sonar.

Sin mostrar compasión alguna, su hambre asentó cierto malestar en la mitad de su torso, obligándolo a doblarse desde su lugar.

Sin embargo, el peli-rosado se esforzó en distraerse con los demás objetos, reacomodando todo por milésima vez sobre la madera.

En su momento, tuvo que (prácticamente) huir de la habitación y de los llamativos aromas que se desprendían del rubio. Solo al recorrer el extenso pasillo, logró evadir las amaderadas fragancias, corriendo entonces hasta el baño más cercano y mojándose la cara en el lavamanos.

Little HummingbirdDonde viven las historias. Descúbrelo ahora