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Suspiro y me cruzo de brazos mientras me recuesto en el poco práctico escritorio que Jung Hoseok me impuso, los segundos pasan, hasta que finalmente mi esposa entra a mi oficina

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Suspiro y me cruzo de brazos mientras me recuesto en el poco práctico escritorio que Jung Hoseok me impuso, los segundos pasan, hasta que finalmente mi esposa entra a mi oficina. Sus ojos recorren mis mangas arremangadas, se detienen en mis antebrazos y sonríe.

―¿Quería verme, Profesor Jeon?

Su voz es ronca, su tono burlón. Le hago señas para que se acerque y ella viene a mí con una mirada provocativa.

―Profesor, ¿eh? ―murmuro, atrayéndola contra mí en el momento en que está a mi alcance. Paso mi mano por su cabello y lo agarro con fuerza, inclinando su rostro hacia el mío. Ha estado más tranquila de lo normal en los últimos días, completamente absorta en sus tareas escolares.
Es una gran emoción verla finalmente mirándome de esta manera otra vez.
—Dime, Bea. ¿Sabes por qué te llamé a mi oficina?

Sus labios se abren y su respiración se acelera cuando lee la expresión de mi rostro. Ese deseo fundido en sus hermosos ojos marrones me pone duro como una roca en cuestión de segundos, e inhala bruscamente cuando siente mi polla presionando contra su estómago.

―Porque soy responsable de no detectar antes la codificación de mierda de John.

Aprieto la mandíbula y tomo su rostro con mi mano libre, pasando mi pulgar por sus labios con brusquedad.

―No quiero su nombre en estos bonitos
labios ―le advierto, inclinándome.
—No lo quiero ni cerca de lo que es mío. ―Tomo su labio inferior entre mis dientes y la muerdo, ganándome un pequeño gemido sexy.
—Verlo salivar por mi esposa es jodidamente exasperante. ¿Cómo se atreve a tocar tu cintura?

Ella se ríe y mi mano desciende más, trazando la curva de su columna, hasta que agarro su trasero por encima de su falda, amasando, y apretando. Bea inclina su rostro, y sus labios flotan debajo de los míos.

―Entonces, estoy aquí porque estás celoso.

―Maldita sea, tengo razón ―gruño, tomándola en mis brazos. Ella jadea y me rodea con las piernas instintivamente mientras camino alrededor de mi escritorio y sus ojos se agrandan cuando empujo todo con un golpe de mi mano antes de sentar a mi esposa en la orilla.

Separo sus piernas bruscamente y me siento en mi silla con ella justo frente a mí, con sus piernas a cada lado.

―Estoy celoso de la forma en que coquetea contigo tan abiertamente, mientras que tu esposo tiene que dar un paso atrás e inventar algún tipo
de excusa tonta para acercarse a ti.

La sorpresa pasa por sus ojos, mi admisión la sorprende, y me encanta lo desarmada que se ve.

―Coloca tus manos detrás de ti e inclínate hacia atrás ―le ordeno. Ella obedece sin decir palabra, luciendo como una jodida visión con las piernas abiertas y la falda enrollada alrededor de la cintura, dándome un vistazo de sus bragas de encaje rojo. Su pecho está extendido hacia mí, los botones de su camisa están tensos.

LA PROMETIDA SECRETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora