Capítulo 3: El otro país

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— ¡La próxima ni se te ocurra acercarte a esta parte del reino! —gritó Léi Xuěwēi. Su mano sostuvo con firmeza la cuenca vacía de sopa que aún chorreaba en el suelo— ¡¿Cuántas veces te lo he dicho ya!?, ¿ah? —Golpeó el aire. El plato salió disparado a un rincón; se fragmentó sin recelos, haciendo incluso más publica su discusión—. Todos los días tengo que soportarte. ¡Tolerarte! No te quiero ver más de la cuenta. Ahora lárgate de aquí —despreció, yendo por otro camino.

Shěn Xuěpíng se quedó estático, y no se movió hasta que la figura de Léi Xuěwēi desapareció entre las construcciones. Corrió frenéticamente. El rojo invadió sus mejillas, y lágrimas las cubrieron, se deslizaron por su rostro como la lluvia. No era la sopa hirviente lo que lo había puesto así, sino las palabras que había utilizado Léi Xuěwēi y como tan repentinamente se habían encontrado; siempre lo molestaba, pero pensaba que le reservaba un mínimo de estima. Ahora lo confirmó, Léi Xuěwēi realmente lo odiaba.

Shěn regresó corriendo a sus aposentos. Al ingresar, cerró las puertas con fuerza y quedó oculto en medio de la oscuridad. Se dejó caer en la entrada, recostando su espalda en la madera.

— ¿Otra vez Léi Xuěwēi? —preguntó una voz. Shěn Xuěpíng quedó helado. Se limpió rápidamente las lágrimas y se puso de pie, nervioso. Aprovechó que la voz provenía del otro lado de la habitación, se dio la vuelta y pegó su pecho en la salida del cuarto—. ¿Shěn Jīn? —Shěn Xuěpíng no respondió—. ¿Uhm?, ¿por qué huele a consomé...? ¡Abre la puerta! ¡Y ni se te ocurra escapar, o te perseguiré hasta alcanzarte! ¡No me importa si corres hasta el fin del mundo!

— ¡Yán Míng!, ¡Yán Míng!, no es lo que crees. Solo me caí, me tropecé. Ya sabes que soy torpe. Me dio un antojo y fui a la cocina, me serví sopa, pero se me rebalsó todo. Las señoras ya me regañaron, no me regañes tú también. Me voy a limpiar, pero no me persigas. Me da vergüenza. Abriré la puerta, ¿está bien?

— ¿Me quieres tomar por estúpido? ¿A quién planeas engañar? —recriminó Yán Míng, cuyo nombre de cortesía era Yán Yǒngzhōng, acercándosele. Aunque la habitación estaba oscura, supo moverse, conocía a detalle muchos de los cuartos del Antiguo Reino Léi. Abrió de golpe la puerta, estaba enfadado. Sujetó astutamente el cuello de Shěn Xuěpíng para que no se escapara. Con la luz del día, vio su traje. Su cara se puso pálida, pero arrugó el ceño—. Ahora, tengo que cambiarte, ¡de nuevo! —gruñó. Agitó sus largas mangas en el aire y se tocó la frente, agotado—. Fue hace tan solo veinte minutos cuando desayunaste y dijiste "estoy tan lleno que podría salir rodando de aquí". ¡No sabes mentir!

La ropa de Shěn Xuěpíng estaba llena de verduras, había algunos fideos sobre su cabello y trozos de carne acumulados en zonas hundidas de su túnica. La expresión de Yán Yǒngzhōng se hizo severa y amarga. Su ceño se frunció como una antigua colina. Un mohín desformó su agraciado rostro. Se notaba que echaba humo por la cabeza cuando farfulló con rabia:

— Ese... tipo... Apenas sale el sol y ya te fastidia.

Zapateó bruscamente el suelo.

— ¡No te expreses así, Yán Míng! —pronunció Shěn Xuěpíng, apresurado—. Es el hijo de Léi Dàrén. Tenemos que ser respetuosos, solo somos invitados.

— ¡Eres el único que se llama invitado! Deberías contarle lo que te hace su hijo. ¡Solo así lo veremos castigado! ¡Son sus celos!, ¡son los celos los que lo orillan actuar así! ¡Siente envidia de que su padre te trate como a un hijo!

— ¡Yang Ming!, ¡Yang Ming! No digas eso, ¡no digas esas cosas! —articuló, nervioso. Agitó sus manos, quiso deshacerse de los pensamientos negativos—. Por favor, no...

— ¡Se lo diré a Léi Dàrén!

— No le digas nada, por favor, no le cuentes nada. Léi Kāng solo... Léi Kāng...

Misticismo PerdidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora