Capítulo 7: ¿Abismo?, parte 1

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"SUERTE", vaya broma.

Luego de afirmaciones tan descaradas, y de caer por un vacío que no parecía tener fin, Viridia no se atrevió a realizar broma alguna durante el descenso. Una parte se debía a la vergüenza por quedar como una criatura de mala suerte; la otra, a que se moría de miedo. Desde que se deslizó hacia la nada, no interrumpió su grito. Emitió un chirrido extenso y frenético; desagradable para los oídos. Los jóvenes se vieron obligados a cubrir sus orejas en vez de enfocarse en la situación.

Viridia desprendía una tenue luz verde. Con esa pequeñez, alumbró débilmente el lugar.

En el aire, nadó en dirección a Zhì Yuè y se aferró a su cara. Sus patas temblaban. La fuerza del aire era increíble, se asió a él mordiéndole el rostro para no salir disparado a otro lado. Sus antenas se agitaron sin perdón. Pensó que dichas extremidades se desprenderían de su cuerpo. Del miedo, se apagó; la luz se desvaneció.

Cuatro segundos antes de posarse sobre la tierra, Yamagata se preparó para aterrizar. Atrapó a Zhì Yuè y a Viridia. Y sus botas tocaron silenciosamente una superficie rocosa.

Zhì Yuè palmeó dos veces su pecho para que lo bajara.

— Gracias, gracias, pero ¿no te mencioné que me arrojaron desde la campana de una iglesia? Eso ocurrió dieciséis veces. Sé cómo aterrizar por mi cuenta. Guarda las energías.

— Pensé que habría alguna trampa —argumentó Kiriya, estoico.

— ¿Una trampa?, ¿cómo agujas o lanzas clavadas en el suelo?

Kiriya asintió. Pero todo estaba oscuro, Zhì Yuè no vio su respuesta. Se quedaron en silencio tres segundos.

Zhì Yuè volvió a palmearle el pecho dos veces.

— Ya, bájame —repitió moderadamente.

— ¿Y si hay trampas y aterrizamos con suerte?

Zhì Yuè guardó silencio. Yamagata podría, o no, tener razón.

Era bueno que el joven fuera mucho más precavido que él. Sin embargo, sea cual sea la realidad, no podían pasar horas en el mismo punto. Tenían que resolver un caso, además de averiguar cómo salir de allí. La entrada se había cerrado.

— ¿Viridia? —llamó Zhì Yuè.

— ¿Dígame...? —preguntó. Se escuchó temeroso.

El pequeño insecto aún no se recuperaba del asombro.

— ¿Puedes alumbrar?

— Sí, sí... —respondió, perturbado. Luego, regresó a sus sentidos. Agitó su cabeza y aseveró—: Sí, sí, ahora mismo. —Se despegó del rostro de Zhì Yuè y saltó a la superficie. Se desplazó entre una gran cantidad de piedras y por lo que parecían ser ramas blancas, largas y gruesas. Se inmiscuyó y se abrió paso. Respiró profundamente y se concentró tanto que su rostro se puso del color de la palta, hinchándose. Inmediatamente, se escuchó un ¡puf! y su cuerpo resplandeció como si fuese una lampara de mano—. ¿Qué les parece? —preguntó, volviéndose hacia ellos— Creo que... ¡AHHHHHHHH! ¡No se muevan!

Los gritos que Viridia soltaba eran atroces. Contenían un agudo y sádico sonido. Cualquiera que lo oyera terminaba en el pánico junto a él. En la opinión de Zhì Yuè, su pequeño amigo no era más que un lastimoso exagerado. La mayoría de las veces solo gritaba porque sí, no porque la situación fuese verdaderamente alarmante. Lo peor radicaba en la proporción y ambigüedad de sus rasgos, los cuales no permitían identificar sus emociones verdaderas, sumado a que se distorsionaban como la de un alma en pena... De por sí, ya era extraño y estremecedor escuchar a la mantis hablar, oírlo gritar era inquietante. Su alarido despedía al más tenaz de sus facultades.

Misticismo PerdidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora