Capítulo 2: ¡Sal y Corre!

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— ¡Kiriya, protege a las personas! —ordenó Zhì Yuè— ¡Yo me encargo del resto!

— Entiendo.

Kiriya se levantó y se paró delante de la gente que se arrinconaba en la esquina más lejana del salón. Se puso en posición de pelea.

Zhì Yuè lo sospechó, no por un sexto sentido o algo así, no era una persona cautelosa que viviera del anticipar o el precaver cada evento de su vida. Generalmente, dejaba al viento empujar las velas de su barco que obligarlo a seguir un curso; eso era lo mejor, las corrientes del mar siempre eran desafiantes, intrépidas e indomables, así era como le gustaba vivir.

La desconfianza nació de otra cosa, algo extraño que escuchó en el pueblo mientras caminaba junto a Kiriya. Su consciencia estaba vigilante, sumido a detalle en las palabras. La información en esos días valía mucho más que el oro.

Paralelo a la guerra, "Natsugama", una asociación clandestina de magos oscuros, la cual se mantuvo aparentemente tranquila durante el último año, estuvo experimentando con personas.

Fue un dato que Zhì Yuè escuchó una noche infiltrado en el Consejo de Magos. Natsugama estaba implantando lágrimas en el cuerpo de pueblerinos. Una lágrima era introducida por el orificio del oído. Una vez en el cuerpo, se incubaba con lentitud y quedaba en la espera de ser activado por el creador de dicha atrocidad. El Consejo lo llamó "Alteración". Su activación convertía al humano en un horrible orco de dos metros y medio, deformando sus huesos y piel, alterando su estado y volviéndolos impulsivos y violentos.

Con esa información, fue inevitable, para Zhì Yuè, alzar la guardia al escuchar a un señor decir: "Me duele la cabeza".

— ¡Kiriya, no permitas que lastime a alguien!

— ¡Entiendo!

El arma era pesada, consistía en una gigante esfera de metal con largas y puntiagudas púas. El orco arrastró violentamente el artefacto; por su volumen, su desplazamiento fue lento, chirriante y disconforme.

«¿De dónde sacó eso? Es una herramienta mágica. ¿Acaso hay alguien de Natsugama infiltrado entre la gente?», se cuestionó Zhì Yuè. Se molestó consigo mismo. Aunque había subido la guardia, su empeño fue mediocre al no reconocer a su enemigo.

El orco agitó frenético su herramienta en el cielo. Destrozó algunos establecimientos. La gente corrió de un lado a otro. Por suerte, no había ningún herido de gravedad, no más que algunos civiles con raspones. No tan lejos se escuchó el llanto de unos bebés. Con ingenio, Zhì Yuè logró guiar al orco al centro del pase peatonal, donde la corrosión y las manchas oscuras conquistaban el pavimento; el ser descomunal había formado baches en más de un punto.

«¿Qué hago? Aunque ahora es un orco, sigue siendo una persona. No puedo lastimarlo, pero tampoco puedo permitir que hiera a otros».

— ¡Oye, tú! —gritó Zhì Yuè— ¡Sí, tú!, ¡el asqueroso de piel verde! ¿No sabes que puedes matar a alguien si te comportas así? ¡No, mi error! ¿No sabes que tu actitud arruina los códigos de etiqueta?

— Y luego me preguntas de dónde aprendo "esas" cosas —articuló Kiriya.

Zhì Yuè se volvió sorprendido hacia él.

— ¿Ah?, ¿qué haces aquí?, ¿y las personas? —preguntó.

— Adentro. —Kiriya saltó el marco inferior de la entrada de la pastelería. Tenía un cuchillo de cocina, el cual sostenía como si se tratase de un dardo—. Créeme. Eso no entrará.

«¿Qué le hizo la familia Kaer? Esa mirada... Es como si hubiera cambiado de personalidad», meditó Zhì Yuè. Era aliviador que no sintiera miedo, no tendría que estar protegiéndolo. Pero era preocupante la axiología por la que parecía fluctuar. Una conversación importante estaba pendiente entre ellos.

Misticismo PerdidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora