Adicto a la Eternidad

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Por Victor D Manzo Ozeda.

Nadie te dice que la eternidad huele a metal. Sangre, día tras día, noche tras noche, todos los siglos saben igual: a hierro. Yo era un cirujano plástico, uno de los mejores, antes de que la eternidad me encontrara en el filo de una navaja demasiado afilada y demasiado fría. Ahora, soy un vampiro que no puede olvidar el sabor de su propia sangre.

El tipo que me convirtió se llamaba Eli, aunque dudo que ese fuera su nombre real. Los vampiros cambian de nombre como cambian de piel, dejando atrás vidas y deudas. Eli tenía la teoría de que todo en la vida es una adicción. "Somos adictos a la sangre como antes éramos adictos al oxígeno, al sexo, o al reconocimiento", decía mientras observábamos a la gente desde las sombras, "la clave está en controlar tus adicciones antes de que ellas te controlen a ti".

Yo nunca fui bueno controlando nada. Mi adicción era la belleza, la perfección. En mi antigua vida, cortaba y remendaba cuerpos para ajustarlos a un ideal inalcanzable. En mi nueva vida, corto y remiendo mi propia existencia, tratando de ajustarla a un mundo que no está hecho para monstruos como yo.

"¿Sabes cuál es el mayor problema de ser un vampiro?", me preguntó Eli una noche, mientras un grupo de jóvenes ebrios tambaleaba por una calle cercana. Yo esperaba alguna filosofía barata, pero él continuó, "Es que te conviertes en la peor versión de ti mismo. Todo lo que reprimías, todo lo que contenías, se magnifica. Si eras un adicto, serás un adicto eterno. Si eras un obsesivo, serás un obsesivo eterno".

Eso me pegó fuerte. Yo era un perfeccionista. Y aquí estoy, atrapado en un ciclo eterno de automejora, bebiendo de aquellos que creo que me harán más fuerte, más astuto, más rápido. Pero la verdad es que siempre termino sintiéndome más vacío, más solo. Como un cirujano que sabe que no importa cuánto corte, la verdadera deformidad está en el interior.

La ironía de mi existencia es que, al intentar huir de la muerte, me sumergí en una especie de muerte en vida. No hay crecimiento en la repetición, sólo una parodia grotesca de la existencia que alguna vez fue. Cada noche es un recordatorio de que, aunque mi corazón dejó de latir, mis adicciones y mis obsesiones siguen tan vivas como siempre.

Eli desapareció una noche, dejándome solo con mi reflejo frente a un espejo que no puede mostrarme mi rostro. Quizás encontró una cura para su adicción, o quizás simplemente se cansó de la ciudad y se fue en busca de otra. Pero yo sigo aquí, esperando el amanecer que nunca veré, preguntándome si alguna vez habrá una cirugía que pueda extirpar el vacío de un alma inmortal.

Porque, al final, todos somos adictos a algo. Y yo? Yo soy adicto a la eternidad.

Ad Nihilum (Hacía la Nada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora