El Dado

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Por Victor D Manzo Ozeda.

En un lugar donde las luces nunca se apagan y el olor a goma quemada se mezcla con el sudor y la desesperación, Thom miraba fijamente la pequeña pantalla de su teléfono, observando números que subían y bajaban con la misma indiferencia con que él observaba su propia vida pasar. Thom no era un hombre común; su trabajo consistía en limpiar el desastre de otros, literalmente. Trabajaba en la limpieza de escenas del crimen, una ciudad donde la muerte era tan común como el café derramado en una oficina cualquiera.

Aquella tarde, mientras Thom se deshacía de los restos de lo que una vez fue un prometedor jugador de ajedrez que eligió saltar al vacío, su teléfono zumbó. Un mensaje críptico: "Esta noche, juegas tú". La dirección que seguía era un viejo almacén en las afueras de la ciudad.

Al llegar, encontró un círculo de sillas ocupadas por personas tan desgastadas como los muebles sobre los que se sentaban. En el centro, una mesa con una pistola y un dado. Era un juego de ruleta rusa, pero con un giro perverso: los números del dado decidirían cuántos cartuchos introducir en el revólver.

Cada jugador tenía su razón para estar allí, desde deudas impagables hasta promesas de una vida mejor si sobrevivían. Thom no tenía deudas, ni deseos de riqueza, solo un vacío profundo que tal vez, de alguna forma enfermiza, este juego llenaría.

La noche avanzó con el sonido sordo de los disparos no ejecutados y el ocasional chasquido final. Cuando llegó el turno de Thom, él lanzó el dado con una calma escalofriante. Salió un seis.

Con la pistola en mano, Thom pensó en el ajedrecista. "Todos somos peones en algún juego", murmuró, mientras cargaba la pistola. Los demás observaban, algunos con horror, otros con un morbo que apenas podían disimular. Thom apoyó el cañón en su sien, sonrió y apretó el gatillo.

Click.

Sobrevivió, pero no se sintió aliviado, ni victorioso. Simplemente recogió el dado, lo guardó en su bolsillo como un recuerdo, y salió del almacén. La vida seguía, y para Thom, el juego nunca realmente terminaba; solo cambiaba de escenario.

Ad Nihilum (Hacía la Nada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora