Vida Prestada

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Por Victor D Manzo Ozeda.

La primera vez que morí fue en un martes. Llovió tanto que las alcantarillas vomitaron sus entrañas sobre el asfalto. Nadie notó una muerte más. Menos aún la de un bebé en el hospital de la ciudad, con más grietas en las paredes que personal médico. Nací muerto. Y sin embargo, aquí estoy, narrándote mi historia desde un cuerpo que no debería respirar.

El hospital tenía ese olor a desinfectante barato que no podía ocultar el hedor a desesperanza. "Sin signos vitales", declaró el médico, una sombra más en esa sala de luces parpadeantes. Lo que no sabían era que yo escuchaba. Escuchaba cada sonido, cada llanto de mi madre, cada consuelo vacío que le ofrecían.

Nací muerto, pero no me fui. Algo en las profundidades de ese cerebro aún no totalmente activo se aferró a la vibración de los sonidos, al eco de las voces. No podía moverme, no podía parpadear, pero podía pensar. Y vaya que pensaba. Pensaba en cada palabra que decían sobre mí: "pobre niño", "pobre madre", "mejor así".

Fueron a etiquetarme, a clasificarme en la categoría de "casos perdidos". Pero justo antes de que el sello de muerte fuese definitivo, mi corazón, ese pequeño músculo terco, decidió lo contrario. Un latido. Débil, casi imperceptible, pero suficiente para hacer pausar la pluma en el aire.

Revivir no fue recibido como un milagro; más bien, como una molestia administrativa. Revisar papeles, cambiar etiquetas, murmuraciones sobre estadísticas y milagros baratos. Me llevaron de regreso, conectado a máquinas que pitaban cada vez que mi nuevo aliento desafiaba su ritmo.

Crecí con la etiqueta de "el que volvió". Pero nadie realmente vuelve de la muerte sin traer algo de ella consigo. Traje un cinismo agudo, una fascinación por los finales y los límites. Aprendí a observar, a tomar notas mentales de cada detalle, porque nadie te cree cuando has visto lo que no deberías.

Convertí esa obsesión en mi arte. Escribo. Escribo sobre los que no pueden decir que están muriendo cada día en hospitales que huelen a desinfectante barato. Escribo porque morir me enseñó a vivir. Y cada palabra es un desafío a la muerte, una burla a la vida, un recordatorio de que el primer aliento y el último son solo el principio y el final de una historia mucho mayor.

Así que sí, nací muerto. Pero cada día desde entonces ha sido mi pequeña venganza contra la fatalidad. Y cada palabra que escribo, un golpe contra el olvido.

Ad Nihilum (Hacía la Nada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora