El Aburrido Joe

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Por Victor D Manzo Ozeda.

Llámame Joe. No es mi nombre real, pero los fantasmas no necesitamos nombres; somos más las historias que dejamos atrás que las personas que fuimos. Vivo en una casa que no puedes encontrar en mapas, en una ciudad que preferiría olvidar. Esta casa tiene más puertas que salidas y más mugre que ventanas.

Morí un jueves, justo antes del amanecer, cuando incluso los sueños intentan huir de la luz. Fue un accidente tan ordinario que ni siquiera merece ser contado. Un resbalón, un cráneo que encuentra el ángulo correcto en el piso, y listo. Fin de la historia. Excepto que no lo fue.

No me di cuenta de que estaba muerto hasta que traté de dejar la casa. Cada vez que cruzaba la puerta, terminaba entrando por otra. Un bucle infinito de puertas y desesperación. Es como estar en uno de esos chistes malos donde entras a un bar y nunca encuentras la salida.

Los vivos tienen una visión romántica de los fantasmas. Nos imaginan lamentando tragedias vívidas o resguardando tesoros malditos. Pero aquí estoy, un fantasma con demasiado tiempo libre y un gustó por el drama. Paseo por los pasillos, observo cómo cambia el polvo de lugar y escucho las quejas del edificio. Los fantasmas no descansamos; nos aburrimos.

Un día, una familia se mudó a la casa. Ignoraron las advertencias, los rumores, el hecho fue que el precio era demasiado bueno. Los vivos son eternos optimistas. Empezaron a decorar, a llenar la casa de ruidos y de vida. A mí me ignoraban, claro, no por maldad, sino porque simplemente no podían verme.

Pero a mí me gustaba. Me gustaba escuchar sus peleas, sus risas, sus defectos, sus secretos dichos en voz baja. Me recordaban todo lo que había perdido y todo lo que nunca volvería a tener. Y por alguna razón retorcida, eso me consolaba. Me hacía sentir menos invisible.

Decidí que, si iba a estar atascado aquí, al menos podría hacer algo útil. Empecé a mover cosas sutilmente. Un libro dejado abierto en la página correcta, un vaso empujado ligeramente hacia atrás desde el borde de la mesa. Pequeñas cosas. Pequeñas intervenciones.

Se dieron cuenta, por supuesto. Los vivos siempre notan cuando el mundo se mueve hacia lo inexplicable. Comenzaron a hablar de mí, a especular. ¿Era un espíritu amistoso? ¿Un ancestro que tenía asuntos pendientes? No sabían nada de mí, pero les gustaba imaginar historias. Y mientras hablaban, yo, el fantasma sin nombre, me convertí en parte de su vida, un miembro callado de su familia.

No es una vida, pero es una existencia. Y a veces, cuando la casa está tranquila y el viento se cuela a través de las grietas, casi puedo creer que esto es suficiente. Ser un fantasma no es sobre aterrorizar o lamentarse; es sobre observar, no aburrirse y, a veces, ayudar a los vivos a encontrar las llaves de la puerta.

Así que aquí estoy, Joe el fantasma, en una casa que no puedes encontrar, en una vida mas alla que no elegí, haciendo lo mejor que puedo con lo que no tengo. Y tal vez, solo tal vez, eso sea suficiente para seguir adelante y no aburrirme.

Ad Nihilum (Hacía la Nada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora