Inhumano

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Por Victor D Manzo Ozeda.

A veces, las personas no son tan humanas como parecen. El término "humano" es un adjetivo, una expectativa. Es un conjunto de reglas que te dicen cómo deberías comportarte, cómo deberías sentir. Pero si escarbas lo suficiente, si observas detenidamente, te das cuenta de que bajo la piel, bajo las sonrisas y las palabras, hay algo más. Algo inhumano.

Esa fue la lección que aprendí trabajando en la Morgue Central. El lugar donde van a parar los cuerpos que la ciudad quiere olvidar. Cadáveres anónimos, personas que dejaron de importar incluso antes de morir. Cada día, me rodeaba de ellos, cuerpos fríos, rígidos, silenciosos. Pero en la morgue, lo inhumano no está en los muertos. Está en los vivos.

El Doctor Novak, el jefe forense, era un hombre de pocas palabras. No porque fuera reservado, sino porque no veía el punto en hablar. Para él, las palabras eran innecesarias. Todo lo que importaba era la carne, los órganos, la evidencia física. Hablaba el idioma del bisturí, de las pinzas y los fórceps.

Los cuerpos eran su libro de texto, su rompecabezas. Había una especie de perversa fascinación en la forma en que trabajaba. No era curiosidad científica; era más como si estuviera desarmando juguetes rotos, sin más interés que el de descubrir cómo funcionaban antes de dejar de hacerlo.

"Todos son iguales," solía decir, mientras hundía el bisturí en otro cadáver. "Lo que importa no es quiénes fueron, sino qué dejaron atrás."

Ese "qué" siempre eran los secretos. Una bala alojada en una costilla, un veneno en la sangre, cicatrices en la piel que contaban historias de dolor. Para Novak, cada cuerpo era una historia inacabada, un misterio que él se dedicaba a resolver, pero sin empatía, sin un ápice de humanidad.

Y luego estaban los informes. Fríos, precisos, inhumanos. Sin mencionar la vida que se había apagado, solo los hechos. Lesiones, causas de muerte, el estado de los órganos internos. Nada sobre los rostros, los recuerdos, las sonrisas que alguna vez tuvieron. Solo estadísticas, solo carne y huesos.

Había noches en las que los cadáveres se acumulaban. Accidentes, asesinatos, suicidios. Novak los abordaba como un cirujano en una línea de montaje, metódico, preciso, implacable. Yo lo ayudaba, en silencio, sin cuestionar. Porque en ese lugar, ser humano era una debilidad. Sentir algo, cualquier cosa, era un error.

Pero una noche, llegó un cuerpo que cambió las cosas. Era una mujer joven, quizás de treinta años, encontrada en un callejón. Golpeada, estrangulada, tirada como basura. Su rostro estaba hinchado, irreconocible. Novak apenas pestañeó cuando vio el cuerpo. Lo cortó, lo abrió, lo exploró. Pero algo en su semblante cambió cuando abrió el estómago. Un bebé, apenas formado, no más que un feto.

No dijo nada. Simplemente lo sacó, lo colocó en la mesa a un lado. Un pequeño bulto de carne inerte, sin vida. Para él, solo otro trozo de carne. Pero por primera vez, vi algo en sus ojos. No era compasión, ni tristeza. Era vacío. Una ausencia total de cualquier emoción humana.

Me quedé mirando, esperando que dijera algo, que reaccionara. Pero lo único que hizo fue anotar en su informe: "Producto de la concepción. No viable."

Esa fue la frase que selló la inhumanidad de Novak para mí. No había dolor, no había arrepentimiento. Solo la frialdad de un trabajo hecho, de un cuerpo más disecado y descartado. Algo en mi interior se rompió en ese momento. Porque me di cuenta de que había estado trabajando al lado de un hombre que había cruzado la línea, que había dejado de ser humano hace mucho tiempo.

Después de esa noche, todo cambió. Los cuerpos seguían llegando, Novak seguía diseccionando, y yo seguía escribiendo los informes. Pero ya no podía verlo de la misma manera. Porque vi lo que pasaba cuando dejas que lo inhumano te consuma. Te convierte en una máquina, en un ser que solo existe para diseccionar, para reducir la vida a carne y huesos, a "producto de la concepción, no viable."

Así que, sí, a veces las personas no son tan humanas como parecen. Y si no tienes cuidado, te puedes convertir en una de ellas. O peor aún, ni siquiera darte cuenta cuando sucede. Porque lo más inhumano que puedes hacer es olvidar que alguna vez fuiste humano.

Ad Nihilum (Hacía la Nada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora