Deseo y Desesperación

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Por Victor D Manzo Ozeda.

Me llaman Candy. Ese no es mi nombre real, claro, pero en las calles, los nombres son como las máscaras en una fiesta de disfraces, diseñados para excitar y engañar. Vivo en los márgenes de la ciudad, donde los sueños no valen nada y cada esquina es un mercado de deseos obscuros.

Mi historia no empezó aquí. Una vez tuve aspiraciones, sueños infantiles de ser algo más que un rostro perdido en la multitud. Pero las historias como la mía son clichés en este mundo: una chica de un hogar roto, un ticket de autobús de ida, y promesas dichas por el hombre equivocado en el momento equivocado.

El trabajo es un ritual: pintura de guerra en la cara, tacones como armas, sonrisas practicadas frente a un espejo rajado. Las calles me conocen, y yo conozco a las calles. Cada cliente es una negociación, un juego de poder disfrazado de transacción. "Lo que no te mata te hace más fuerte", dice el refrán. Pero no te cuentan sobre las cosas que, aunque no te matan, te dejan vacía por dentro, rota y fría.

Los hombres -mis clientes- vienen con sus trajes y sus anillos de matrimonio escondidos en los bolsillos. Buscan en mí lo que no se atreven a decir en voz alta. Yo vendo fantasía, pero lo que compro con el dinero que gano es más mundano: un techo sobre mi cabeza, comida en mi plato, y cuando la desesperación pesa demasiado, algo para hacerme olvidar.

Hay otras chicas. Algunas nuevas, llenas de una esperanza nerviosa que pronto se desvanecerá; otras, veteranas, con miradas tan duras como el concreto que pisamos. Nos decimos que somos una especie de familia, pero es una familia frágil, unida por la necesidad y no por el afecto. No hay heroínas en este cuento, solo sobrevivientes.

A veces, en las profundidades de la noche, cuando el último cliente se ha ido y las luces comienzan a apagarse, permito que mi mente juegue con la idea de un final diferente. Pero entonces recuerdo: en historias como la mía, los finales felices son solo para los créditos de películas que nadie ve.

Así que continúo, con mi máscara bien puesta y mi corazón guardado bajo llave. Soy Candy, la reina de la noche, con una corona hecha de billetes arrugados y lágrimas secas. Y cuando el amanecer rompe el cielo, borrando la noche con su implacable luz, me desvanezco una vez más en las grietas de la ciudad, esperando la noche para renacer en un ciclo sin fin de deseo y desesperación.

Ad Nihilum (Hacía la Nada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora