Scratch

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Por Victor D Manzo Ozeda.

Llámame Scratch. Soy un gato, pero no de esos que ves en las postales o en los videos virales de internet. No soy tierno ni amigable. Vivo en un callejón detrás de un restaurante de comida rápida, donde la grasa perfuma el aire y las ratas son mis vecinos más confiables.

Mis días no son aventuras. Son supervivencia. Me alimento de restos que ni siquiera los perros callejeros se dignarían a tocar. Mis amigos son las sombras y el frío que se filtra entre los cartones que uso como cama. No hay manos amables aquí, solo los golpes de los borrachos y las botas de los niños que juegan a ser crueles.

Una vez, hace tiempo, tuve una casa. Era pequeño, con el pelaje brillante y ojos que no habían visto suficiente mundo para desconfiar. Una mujer me llevaba en su regazo, diciéndome promesas como si pudiera entenderlas. Pero las promesas son tan frágiles como los corazones humanos. Un día, la puerta se cerró detrás de mí y nunca se volvió a abrir. Me encontré en la calle, con el corazón tan cerrado como esa puerta.

Los humanos pasan junto a mí sin verme. Soy parte del paisaje urbano, un movimiento casi imperceptible en la periferia de su visión, demasiado insignificante para ser notado. Aprendí a no necesitar su atención. El afecto es una moneda que no tiene valor en las calles.

No espero piedad ni caridad. No hay ancianas que me dejen leche; el leche es para los gatos de los cuentos de hadas. En mi mundo, la leche es otro sueño, otro lujo que los como yo no podemos permitirnos. En cambio, mi agua viene de charcos manchados por el aceite, mi comida, de la desesperación.

Mis noches son largas. El frío se cuela en mis huesos, una presencia constante que no puedo sacudir. Los otros gatos del callejón son fantasmas como yo, espectros de lo que una vez fueron o de lo que podrían haber sido. No formamos manadas; el hambre y el miedo son compañeros demasiado celosos.

En mi vida, no hay rescates heroicos ni transformaciones mágicas. No hay humanos que se arrepientan, que vuelvan a abrir la puerta y me lleven de vuelta al calor. Hay solo este callejón, esta lucha, y la certeza de que algún día dejaré de luchar.

Así que sí, soy un gato. Pero no esperes que ronronee. Mi vida es un gruñido, un arañazo en la superficie del mundo, un vivo ejemplo de que no todas las historias tienen un y vivieron felices por siempre. No todas las vidas se salvan. Algunas simplemente se desvanecen, como un sopló en el viento frío de un callejón olvidado.

Ad Nihilum (Hacía la Nada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora