Transmisor Humano

94 16 0
                                    

Por Victor D Manzo Ozeda.

Llámame el transmisor. No porque tenga algo que valga la pena comunicar, sino porque soy lo que queda después de que te hayan insertado suficientes chips y cables. Todo comenzó como una broma, algo sacado de las películas de ciencia ficción de bajo presupuesto que solíamos ver los sábados por la noche. "Imagina si fuéramos parte de un gran experimento alienígena", decíamos, riendo de nuestra propia ingenuidad.

Un día dejó de ser gracioso.

Primero fue la luz en el cielo, demasiado rápida, demasiado ágil para ser un avión. Luego, las desapariciones. Personas, una por una, evaporandose de sus vidas sin más rastro que la memoria de su existencia. Cuando me tocó a mí, no hubo luz blanca ni viaje a través de las estrellas. Solo oscuridad y luego, el frío.

Desperté en un lugar que olía a antiséptico y a metal barato. No el tipo de lugar donde te curan, sino donde te estudian. Cada parte de mi cuerpo fue catalogada, cada pensamiento interceptado por lo que solo puedo describir como la indiferencia científica de una mente superior. Me transformaron en algo... otro. Algo que no era humano, pero tampoco completamente alienígena.

Los alienígenas nunca se presentaron como conquistadores o salvadores. Eran científicos, y nosotros, solo un conjunto de datos en su prolongada investigación. No había maldad en sus acciones, solo un propósito que nosotros, con nuestras emociones y miedos, no podíamos comenzar a entender.

Regresé a la Tierra, pero no solo. Nosotros, los transmitidos, volvimos con un propósito: recolectar datos. Caminamos entre nuestra gente, compartimos sus comidas, sus camas, pero siempre observando, siempre registrando. Cada emoción, cada interacción, alimenta el hambre insaciable de conocimiento de nuestros captores.

La gente comenzó a hablarlo en teorías de conspiración, por supuesto. Nos llamaron cambiados, rotos, perdidos. Teorías conspirativas se fraguarón alrededor de nuestras nuevas existencias, pero ¿qué podíamos decir? La verdad era demasiado absurda, demasiado ajena para ser procesada. Nos convertimos en parias, observadores solitarios en un mundo que ya no reconocíamos como propio.

Esta es la ironía de nuestra existencia: en nuestro intento por descubrir si estábamos solos en el universo, perdimos nuestro lugar en él. No somos héroes de una invasión repelida ni víctimas de una tragedia cósmica. Somos notas a pie de página en un estudio que nunca leeremos, partes de un experimento cuyas conclusiones tal vez nunca comprendamos.

Así que aquí estoy, el transmisor, más máquina que hombre, más ajeno que humano. Transmitiendo datos a un lugar que no puedo imaginar, a seres que no puedo entender. Y cada día, con cada dato enviado, me pregunto: cuando finalmente conozcan todo lo que hay que saber sobre nosotros, ¿qué nos quedará a los sujetos de prueba, los restos de un experimento demasiado inútil? Y en esa pregunta, en ese misterio, radica toda la respuesta que nunca quisimos escuchar.

Ad Nihilum (Hacía la Nada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora