222

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Por Victor D Manzo Ozeda.

Pavel nunca fue un tipo supersticioso. Lo más cerca que estuvo de creer en algo fue cuando era niño y su madre le decía que no pisara las grietas de la acera, o se rompería la espalda de su mamá. Pero eso fue hace mucho tiempo, antes de que las cosas se volvieran... raras.

Todo comenzó una mañana como cualquier otra. Pavel se despertó, se estiró, y agarró su teléfono. La pantalla brilló con el reflejo de sus ojeras, y ahí estaba, el primer mensaje del día: 2:22 a.m. Su alarma nunca sonaba tan temprano. Frunció el ceño, desactivó la alarma y se preparó para el día. Lo descartó como una casualidad, un error estúpido del teléfono.

Pero luego comenzó a notar el número en todas partes. En el reloj digital de su microondas, mientras calentaba su café: 2:22 p.m. En la matrícula del coche que se detuvo frente a él en un semáforo: 222. En el ticket de compra de la tienda, la cantidad total era $22.20. Incluso en los números de sus archivos en el trabajo, que terminaban en 222. Al principio, lo encontró extraño, pero no preocupante. Coincidencias, se decía a sí mismo. Pero a medida que los días pasaban, el número no solo aparecía de vez en cuando; parecía estar en todas partes.

La gota que colmó el vaso fue cuando Pavel, desesperado por encontrar una explicación, decidió buscar en internet. "222 significado", escribió en el buscador. Miles de resultados aparecieron, hablando de sincronías, de ángeles, de mensajes del universo. Cosas que normalmente habría ignorado, pero ahora lo tenían atrapado. "El número 222 es un signo de equilibrio, armonía y la confirmación de que estás en el camino correcto," decían algunas páginas. Pero Pavel no sentía que nada estuviera en equilibrio. De hecho, su vida estaba lejos de ser armónica. Su trabajo lo asfixiaba, su relación se desmoronaba y su salud mental estaba en declive.

Decidió ignorarlo, convencerse de que todo esto era solo un truco de su mente. Sin embargó el 222 siguió apareciendo, como un depredador que no podía ahuyentar. En las facturas que pagaba, en los mensajes de texto, en las páginas de los libros que leía. Era como si el número lo estuviera persiguiendo, acechándolo en cada esquina de su vida.

Una noche, después de una larga jornada en la oficina, Pavel se dejó caer en su sofá, extenuado. Encendió la televisión, buscando algo que le distrajera de la paranoia que comenzaba a instalarse en su cabeza. Los números del canal: 222. Cambió rápidamente, tratando de evitar la imagen que lo miraba fijamente desde la pantalla. Finalmente, se decidió por una película al azar, algo que prometía ser aburrido. Pero justo cuando estaba a punto de relajarse, los protagonistas se encuentran en la habitación 222 de un hotel.

Pavel apagó la televisión de un golpe, su respiración acelerada. Sentía como si el número estuviera burlándose de él, jugando con su cordura. Decidió salir a caminar, intentando despejar su mente. La noche estaba tranquila, las calles desiertas. Caminó sin rumbo, tratando de no pensar, pero su mente seguía reproduciendo el número, una y otra vez, como un mantra maldito.

Finalmente, llegó a un parque, uno de esos viejos parques destartalados que nadie visita de noche mas que los drogadictos. Se sentó en un banco, y dejó que la oscuridad lo rodeara. Miró el reloj en su muñeca: 2:22 a.m. Sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Todo lo que había leído sobre sincronías, sobre el universo tratando de comunicarse, lo golpeó de lleno.

Pero ¿qué quería decirle ese número? ¿Era una advertencia? ¿Una señal? Se levantó del banco, sintiendo que su paranoia se transformaba en desesperación. Deambuló por las calles, buscando respuestas en todas partes, en cada esquina. El silencio de la noche lo hacía sentir como si el mundo estuviera conspirando en su contra.

De repente, se dio cuenta de que había llegado a una vieja iglesia, una que siempre evitaba porque le recordaba los sermones que odiaba de niño. Pero algo en su interior lo empujó a entrar. La puerta estaba entreabierta, y dentro, todo estaba oscuro, salvo por un candelabro iluminando el altar.

Pavel se acercó, sus pasos cascabeleando en el vacío. Cuando llegó al altar, vio un pequeño papel doblado sobre él. Lo tomó, temblando, y lo abrió. Tres números escritos con tinta roja: 222.

El miedo lo paralizó. Dio un paso atrás, tropezando, y cayó al suelo. Su mente giraba en espiral. "¿Qué demonios significa todo esto?" gritó, su voz reverberando en la soledad de la iglesia.

Pero la respuesta no vino de ningún lugar místico, no hubo un relámpago de comprensión. Solo el eco de su voz y la risa sutil que parecía flotar en el aire. Riendo de él, riendo de su desesperación.

Esa noche, Pavel no volvió a casa. Vagó por las calles hasta que el amanecer lo encontró en un rincón apestoso a alcantarilla de la ciudad. Y cuando finalmente levantó la vista hacia el cielo que clareaba y oscurecia ante el paso de las nubes, los números 2:22 parpadeaban en el reloj digital del edificio frente a él.

Sabía que no había escape. El 222 no era una señal de equilibrio o armonía. Era un memorándum perpetuo de que su vida, su realidad, estaba atrapada en un ciclo vicioso del que nunca podría zafarse. El universo no intentaba comunicarse con él. Estaba jugando con él, mostrando lo pequeño, lo insignificante que era. Y Pavel, por primera vez en su vida, entendió que el verdadero terror no viene de lo desconocido, sino de lo inevitable.

Ad Nihilum (Hacía la Nada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora