El Creador

92 18 0
                                    

Por Victor D Manzo Ozeda.

Llámame Creador. No porque me considere un dios, sino porque he hecho algo que debería estar reservado para los dioses. En un laboratorio que huele a desinfectante y a ambición, bajo la luz fría de tubos de neón que nunca parpadean, construí vida. No a partir de nada -eso sería magia-, sino a partir de todo lo que otros consideraban inservible. Piezas de cuerpos donados, órganos descartados, materiales que incluso los buitres ignorarían.

Mi criatura no tiene nombre. No porque olvidara dárselo, sino porque sabía que no duraría lo suficiente para necesitar uno. Es un collage de piel y suturas, una obra de arte grotesca hecha de fragmentos robados. Al principio, su corazón era una sinfonía irregular, un tamborileo incierto que luchaba por encontrar un ritmo constante. Pero latió, y eso debería haber sido suficiente.

En los libros, los científicos como yo suelen tener un momento de triunfo, un clímax dramático donde la criatura se levanta y los cielos se abren. Yo solo tuve silencio. El tipo de silencio que te llena los oídos y te presiona el pecho. El tipo de silencio que viene justo antes de una tormenta o después de un error garrafal.

La criatura abrió sus ojos, esos ojos que eran demasiado humanos para ser tan vacíos, y me miró. No había gratitud en su mirada, ni curiosidad. Solo una profunda, infinita confusión. ¿Cómo podría explicarle que su existencia era tanto un experimento como un exabrupto? ¿Que su vida era un paréntesis, una nota al pie en mi ambiciosa carrera?

Intenté enseñarle, moldearla, pero cada movimiento, cada gesto, estaba manchado de desesperación. Ella aprendió a moverse, sí, pero cada paso era una pregunta sin respuesta. ¿Por qué sus manos temblaban? ¿Por qué su corazón se aceleraba con cada respiración? ¿Por qué, a pesar de todo mi trabajo, ella se miraba en el espejo y veía un monstruo?

Las historias antiguas hablan de monstruos como si fueran errores de la naturaleza. Mi monstruo era un error de la arrogancia, un testimonio de que hay límites que no están hechos para ser cruzados. Ella no se rebeló, no como esperas que lo haga una criatura en una historia de terror. No necesitaba destruirme; la culpa de su creación ya lo estaba haciendo.

Una mañana, encontré la habitación vacía, las cadenas rotas, el silencio más profundo. No sé si escapó para buscar un propósito o para terminar con su agonía. No he ido a buscarla. En parte, por miedo a lo que podría encontrar o a lo que ella podría hacerme. Pero más que eso, tengo miedo de enfrentar el reflejo de mi obra, de ver en ella la personificación de mi propia monstruosidad.

Porque al final, no fue ella quien se convirtió en un monstruo. Fui yo, con cada corte, cada sutura, cada decisión egoísta que tomé en el nombre de la ciencia.

No hay redención aquí, ni lecciones aprendidas. Solo un hombre y la devastación que dejó atrás, esperando en un laboratorio que huele a desinfectante y a fracaso, bajo la luz fría de tubos de neón que nunca parpadean.

Ad Nihilum (Hacía la Nada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora