Parte 3: La traición en la torre

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El viaje hacia la Torre de Ébano fue arduo, pero Erik y Lysandra finalmente llegaron a las imponentes puertas de obsidiana. Un grupo de guardias, vestidos con armaduras negras ornamentadas con símbolos arcanos, los recibió y los condujo al interior. Los guardias, altos y musculosos, portaban lanzas relucientes y se movían con una precisión que indicaba un entrenamiento riguroso. Sus rostros permanecían ocultos tras yelmos con viseras en forma de gárgolas, y un aura de magia protectora los rodeaba, haciendo evidente que no eran simples soldados.

Al llegar a la cámara principal, el Gran Sabio Aldric los esperaba. Con su larga barba blanca y ojos penetrantes, irradiaba sabiduría y poder.

—Bienvenidos a la Torre de Ébano. —dijo Aldric, su voz resonando en la sala—. He oído hablar de vuestro hallazgo. Por favor, muéstrenme el talismán.

Lysandra entregó el talismán con cierta reticencia. Aldric lo examinó detenidamente, sus cejas fruncidas en concentración.

—Este talismán es más antiguo de lo que imaginaba. —murmuró—. Sus poderes están ligados a las fuerzas primordiales del mundo. Si cae en las manos equivocadas, podría desatar un cataclismo.

Antes de que Erik pudiera preguntar algo, una puerta secreta se abrió en la pared y varios magos armados entraron rápidamente, rodeándolos. Aldric levantó la vista con una sonrisa sombría.

—Lo siento, jóvenes, pero no puedo permitir que os vayáis con el talismán. —dijo, su voz llena de traición.

—¡Qué estás haciendo, Aldric! —gritó Erik, retrocediendo mientras los magos avanzaban.

—He esperado mucho tiempo para encontrar este artefacto. —respondió Aldric, levantando el talismán—. Con su poder, restauraré la gloria perdida de la Torre de Ébano, aunque eso signifique sacrificar a unos cuantos.

Lysandra desenvainó su espada, pero antes de que pudiera atacar, los magos conjuraron cadenas mágicas que se enrollaron alrededor de ella y de Erik, inmovilizándolos.

—No permitiré que esto suceda. —dijo Erik, luchando contra las cadenas.

Aldric ignoró sus esfuerzos, centrando su atención en el talismán. Murmuró palabras en una lengua antigua, y el talismán comenzó a brillar con una luz intensa. Un portal oscuro se abrió en el centro de la sala, sus bordes chisporroteando con energía arcana.

—Con este portal, traeré de vuelta a los antiguos maestros. —declaró Aldric, su voz resonando con fervor—. Ellos restaurarán nuestro poder y nos guiarán hacia una nueva era.

Erik sintió un escalofrío al ver el portal. Sabía que si los antiguos maestros regresaban, traerían consigo un poder destructivo.

—Lysandra, tenemos que detenerlo. —dijo, concentrando todas sus fuerzas en romper las cadenas.

Lysandra asintió, sus ojos llenos de determinación. Con un esfuerzo supremo, logró liberar un brazo y lanzó su espada hacia Aldric. La espada cortó el aire con precisión, pero un escudo mágico apareció justo a tiempo para desviarla.

Aldric rió con desdén.

—Vuestra resistencia es inútil. —dijo, volviendo su atención al portal—. La ceremonia está casi completa.

Erik cerró los ojos, buscando en su interior una chispa de poder. Sintió el flujo de energía del talismán, recordando las palabras de Lysandra sobre su conexión. Concentrándose, canalizó esa energía a través de las cadenas, que comenzaron a vibrar y desintegrarse.

Con un grito de esfuerzo, Erik rompió las cadenas y se lanzó hacia Aldric, sus manos ardiendo con magia pura.

—¡No permitiré que completes el ritual! —gritó, lanzando un rayo de energía hacia el talismán.

El impacto fue inmediato. El talismán explotó en una ráfaga de luz, cerrando el portal y derribando a Aldric. Los magos alrededor se tambalearon, perdiendo su concentración, lo que permitió a Lysandra liberarse completamente.

Erik y Lysandra se acercaron a Aldric, que yacía en el suelo, aturdido.

—Esto no ha terminado... —murmuró Aldric, sus ojos llenos de odio.

—Para ti sí. —respondió Lysandra, levantando su espada.

Pero antes de que pudiera hacer algo, Aldric se desvaneció en una nube de humo oscuro, dejando atrás solo el eco de su risa siniestra.

Erik y Lysandra se miraron, sabiendo que acababan de hacer poderosos enemigos.

—Debemos encontrar un lugar seguro y planificar nuestro próximo movimiento. —dijo Erik, recogiendo los fragmentos del talismán.

Lysandra asintió, y juntos salieron de la Torre de Ébano, conscientes de que su lucha acababa de complicarse aún más.

Mientras se dirigían hacia las afueras de la ciudad, una emboscada los sorprendió. Un ejército enemigo, vestido con armaduras negras y rojas, apareció de entre las sombras. Los soldados portaban emblemas de la Orden de Murabán, una facción conocida por su crueldad y poder militar.

—¡Es una emboscada! —gritó Lysandra, desenvainando su espada nuevamente.

Erik intentó conjurar un hechizo, pero fue derribado por un soldado que le golpeó la cabeza con la empuñadura de su espada. Aturdido y sin poder resistir, fue capturado rápidamente. Lysandra luchó con fiereza, pero la abrumadora cantidad de enemigos la obligó a retroceder, observando impotente cómo se llevaban a Erik.

—¡No, Erik! —gritó, tratando de abrirse paso entre los soldados, pero fue detenida por una ráfaga de flechas mágicas que la obligaron a buscar refugio.

Erik, con las manos atadas y rodeado de soldados, fue llevado a una prisión sombría llamada Murabán, un lugar del que pocos habían escapado con vida. Mientras era empujado hacia una celda oscura y húmeda, sintió que su destino había cambiado drásticamente.

—Sobreviviré... —murmuró Erik para sí mismo, sus ojos llenos de determinación—. Y encontraré la manera de detener a Aldric y salvar a Lysandra.

El sonido de las puertas de la celda cerrándose resonó en la oscuridad, marcando el inicio de un nuevo capítulo en su lucha por el talismán.

El Último MagoWhere stories live. Discover now